Habiéndose retirado del peligroso precipicio, las mujeres siguieron charlando del mismo asunto, calculando si las negociaciones del capitán general conducirían a proporcionar una influencia excesiva a los Hijos de la Luz. Quizá sería conveniente hacerlas fracasar para que la Torre cobrara protagonismo y ocupara el lugar de Pedron Niall.
La boca de Elaida se crispó. A lo largo de su historia, la Torre había sido cautelosa a la fuerza a menudo —demasiados la temían y demasiados desconfiaban de ella—, pero jamás había temido a nada ni a nadie. Ahora sí.
Alzó la vista hacia los cuadros. Uno de ellos era un tríptico de madera en el que se representaba a Bonwhin, la última Roja ascendida a Sede Amyrlin, hacía un milenio, y la razón por la que ninguna otra Roja había vuelto a llevar la estola… hasta Elaida. En el primer panel aparecía Bonwhin, erguida y orgullosa, dirigiendo a las Aes Sedai en sus manipulaciones sobre Artur Hawkwing; en el segundo, Bonwhin, desafiante, en las blancas murallas de Tar Valon, asediada por las fuerzas de Hawkwing; y, en el tercero, Bonwhin, de rodillas y humillada ante la Antecámara de la Torre mientras era despojada de estola y bastón por haber estado a punto de destruir la Torre.
Muchas se preguntaban por qué Elaida había hecho que sacaran el tríptico de los almacenes, donde había permanecido cubierto por el polvo; aunque ninguna lo había comentado abiertamente, los rumores habían llegado hasta ella. No comprendían que ese continuo recordatorio del precio del fracaso era necesario.
El segundo cuadro, pintado sobre lienzo, era moderno, una copia de un boceto del lejano oeste realizado por un artista callejero. Éste causaba aun más inquietud a las Aes Sedai que lo veían. Dos hombres combatían entre nubes, aparentemente en el cielo, blandiendo rayos como armas. El rostro de uno de ellos era de fuego. El otro era alto y joven, con el cabello rojizo. Este último era quien despertaba el miedo, quien hacía que Elaida apretara los dientes. La mujer ignoraba si se debía a la cólera o simplemente para que no le castañetearan. Pero el miedo se podía, y se debía, controlar. El control lo era todo.
—Entonces, hemos terminado —dijo Alviarin mientras se levantaba suavemente del taburete. Las otras la imitaron y empezaron a arreglarse las faldas y a ajustar los chales, disponiéndose a salir—. Dentro de tres días, espero que…
—¿Os he dado permiso para marcharos, hijas? —Éstas fueron las primeras palabras que Elaida pronunciaba desde que al principio de la reunión les había dicho que se sentaran. La miraron con sorpresa. ¡Sorpresa! Algunas se dirigieron de vuelta a los taburetes, pero sin prisa. Y sin una sola palabra de disculpa. Había dejado que esta situación se alargara demasiado tiempo—. Puesto que estáis de pie, os quedaréis así hasta que haya terminado. —Hubo un instante de desconcierto entre las que estaban a punto de tomar asiento, y Elaida continuó mientras volvían a ponerse erguidas, indecisas—: No he oído mencionar nada respecto a la búsqueda de esa mujer y sus compañeras.
No era preciso decir el nombre de «esa mujer», la predecesora de Elaida. Todas sabían a quién se refería, y a ella le costaba más cada día pensar incluso el nombre de la anterior Sede Amyrlin. Todos sus problemas actuales —¡todos!— podían achacarse a «esa mujer».
—Es difícil —contestó Alviarin con sosiego—, puesto que hemos respaldado los rumores de que fue ejecutada. —La Blanca tenía hielo en las venas. Elaida la miró a los ojos fijamente hasta que la Aes Sedai añadió un tardío «madre», aunque fue plácido, incluso despreocupado.
Elaida volvió los ojos hacia las demás.
—Joline, te hiciste cargo de esa búsqueda y de la investigación de su huida. —Su voz sonaba acerada—. En ambos casos lo único que he oído hablar es de dificultades. Quizás una penitencia diaria te ayudaría a actuar con más diligencia, hija. Pon por escrito la que consideras apropiada y preséntamela. Si la considero… menor de lo conveniente, la triplicaré.
Para satisfacción de Elaida, la constante sonrisa de Joline se desvaneció. Abrió la boca y luego volvió a cerrarla bajo la penetrante mirada de la Amyrlin. Finalmente, hizo una profunda reverencia.
—Como ordenéis, madre. —Su voz sonaba tensa y su actitud humilde era forzada, pero serviría. De momento.
—¿Y qué hay del intento de hacer regresar a quienes huyeron? —El tono de Elaida no había perdido dureza. Más bien, todo lo contrario. La vuelta de las Aes Sedai que habían escapado cuando «esa mujer» fue depuesta significaba el regreso de las Azules a la Torre. No estaba segura de que pudiera confiar jamás en ninguna Azul. Claro que, en realidad, no estaba segura de que pudiera confiar en nadie que hubiera huido en lugar de aclamar su ascensión. Empero, la Torre debía volver a formar una unidad. Esta tarea le había sido encomendada a Javindhra.
—También en esto hay dificultades —contestó ésta. Sus rasgos seguían siendo tan severos como siempre, pero se humedeció los labios rápidamente al advertir la expresión tormentosa que pasó fugaz por el semblante de Elaida—. Madre.
La Amyrlin sacudió la cabeza.
—No quiero oír nada sobre dificultades, hija. Mañana me presentarás una lista de todo lo que has hecho al respecto, incluidas las medidas tomadas para asegurarte de que el mundo no sepa que hay disensiones en la Torre. —Esto era de importancia capital; había una nueva Amyrlin, pero era imperioso que el mundo viera a la Torre tan unida y fuerte como siempre—. Si no tienes tiempo suficiente para el trabajo que te he dado, quizá convendría que renunciaras a tu puesto como Asentada de las Rojas en la Antecámara. He de considerar tal opción.
—No será preciso, madre —se apresuró a decir la severa mujer—. Mañana tendréis el informe que queréis. Estoy segura de que muchas empezarán a regresar muy pronto.
Elaida no estaba tan convencida de ello por mucho que deseara que fuera así —la Torre tenía que ser fuerte, ¡sin remedio!—, pero su postura había quedado muy clara. La inquietud se reflejaba en todos los ojos ahora, excepto en los de Alviarin. Si Elaida no mostraba reparo alguno en echarse sobre una hermana de su anterior Ajah y mostraba aun más dureza con una Verde que la había apoyado desde el primer día, quizás habían cometido un error al tratarla como una efigie ceremonial. Puede que ellas la hubieran colocado en la Sede Amyrlin, pero ahora Elaida era la Amyrlin. Unos cuantos ejemplos más en los próximos días dejarían este punto muy claro. Si era preciso, obligaría a hacer penitencia a todas las presentes hasta que pidieran clemencia.
—Hay soldados tearianos en Cairhien, y también andoreños —prosiguió, haciendo caso omiso de las miradas huidizas—. Los tearianos fueron enviados por el hombre que tomó la Ciudadela de Tear. —Shemerin entrelazó con fuerza sus regordetas manos, y Teslyn dio un respingo. Únicamente Alviarin permaneció impasible como un estanque congelado. Elaida levantó bruscamente la mano y señaló el cuadro de los dos hombres combatiendo—. Miradlo. ¡Miradlo, u os pondré a todas a fregar suelos de rodillas! Si no tenéis arrestos suficientes para mirar esa pintura, ¿cómo pensáis afrontar lo que está por venir? ¡Las personas cobardes no tienen ninguna utilidad para la Torre!
Alzaron los ojos lentamente y rebulleron como si fueran chiquillas nerviosas en lugar de Aes Sedai. Sólo Alviarin lo miró sin más y fue la única que no pareció afectada. Shemerin se estrujó las manos y las lágrimas le inundaron los ojos. Habría que hacer algo con ella.
—Rand al’Thor. Un hombre que puede encauzar. —Las palabras salieron de la boca de Elaida como un latigazo. El estómago se le hizo un nudo hasta el punto de que la Amyrlin temió que iba a vomitar. De algún modo se las ingenió para mantener el rostro impasible y continuó hablando, obligándose a pronunciar las palabras como si fueran piedras arrojadas por una honda—. Un hombre destinado a volverse loco y desatar el terror con el Poder antes de que muera. Pero no es sólo eso. Arad Doman y Tarabon y cuanto hay entremedias están sumidos en la ruina y la rebelión por culpa suya. ¡Si la guerra y la hambruna desatadas en Cairhien no se le pueden achacar con total certeza, sí que ha precipitado sin duda un conflicto mayor allí, entre Tear y Andor, justo cuando la Torre necesita la paz! En Ghealdan, un shienariano demente predica sobre él a multitudes tan grandes que el ejército de Alliandre es incapaz de contenerlas. Es el mayor peligro que la Torre ha afrontado jamás, la mayor amenaza que ha arrostrado el mundo, ¿y sois incapaces de hablar de él? ¿No podéis mirar su imagen?