A decir verdad, Bair no era la Sabia más voluntariosa. Tal honor le correspondía a una mujer aun más vieja, Sorilea, de los Chareen del septiar Jarra. La Sabia del dominio Shende encauzaba incluso menos que la mayoría de las novicias de la Torre, pero era muy capaz de mandar a otra Sabia con cualquier encargo como si fuera una gai’shain. E iba. En fin, que no había razón para angustiarse por el temor de que a las Sabias las mangoneara nadie.
—Es comprensible que deseéis proteger vuestras tierras —intervino Bair—, pero es obvio que Rand al’Thor no se propone dirigirnos a una campaña de castigo. Nadie que se someta a El que Viene con el Alba sufrirá daño alguno.
Así que de eso se trataba. Por supuesto.
—No es evitar muertes ni la destrucción de países lo único que me preocupa. —Moraine convirtió en algo regio el simple gesto de limpiarse el sudor de la frente con un dedo, pero su tono era casi tan tenso como el de Melaine—. Si permitís esto, será desastroso. El trabajo de años elaborando planes empieza a dar frutos, y él lo va a echar todo a rodar.
—Planes de la Torre Blanca —dijo Amys en un tono tan suave que habríase dicho que estaba de acuerdo—. No nos incumben. Nosotras, y las otras Sabias, debemos considerar lo que es conveniente para nuestro pueblo. Y nos ocuparemos de que los Aiel hagan lo que es mejor para los Aiel.
Egwene se preguntó qué tendrían que decir al respecto los jefes de clan. Claro que con frecuencia protestaban porque las Sabias se entrometían en asuntos que no eran de su incumbencia, así que tal vez no los cogería de sorpresa. Todos los jefes parecían ser hombres inteligentes y voluntariosos, pero Egwene era de la opinión que tenían tan poco que hacer contra el colectivo de las Sabias como el Consejo del Pueblo de su tierra contra el Círculo de Mujeres.
Empero, esta vez Moraine tenía razón.
—Si Rand… —empezó, pero Bair la atajó firmemente:
—Oiremos lo que tengas que decir después, muchacha. Tus conocimientos sobre Rand al’Thor son valiosos, pero ahora guardarás silencio y escucharás hasta que tengas permiso para hablar. Y no te pongas mohína o te haré tomar una dosis de infusión de espino azul.
Egwene se encogió. El respeto hacia Moraine, aunque fuera de igual a igual, no contaba para nada con la alumna a pesar de que creían que también era Aes Sedai. De todos modos, se guardó mucho de hablar. Bair era capaz de mandarla a buscar su bolsa de hierbas y ordenarle que preparara ella misma la increíblemente amarga infusión; no tenía utilidad terapéutica excepto poner remedio al malhumor o las rabietas o lo que quiera que una Sabia considerara motivo de desaprobación, y lo conseguía simplemente con su repugnante sabor. Aviendha le dio una palmadita de consuelo en el brazo.
—¿Es que no creéis que también sea una catástrofe para los Aiel? —Debía de resultar muy difícil mantener una actitud tan fría como un arroyo invernal cuando a uno lo cubría una película de vapor condensado y de sudor, pero a Moraine no parecía costarle ningún trabajo—. Será una repetición de la Guerra de Aiel. Mataréis, incendiaréis y saquearéis ciudades como hicisteis entonces hasta que tengáis a todo hombre y toda mujer en contra vuestra.
—El quinto es nuestro tributo, Aes Sedai —dijo Melaine mientras se retiraba el pelo hacia atrás para pasar la staera sobre el suave hombro. A pesar de estar apelmazado y húmedo por el vapor, el cabello le brillaba como seda—. Ni siquiera cogimos más de los Asesinos del Árbol. —La mirada que dirigió a Moraine era demasiado afable para no llevar segunda intención; sabían que la Aes Sedai era cairhienina—. Vuestros reyes y reinas toman un montante igual con sus impuestos.
—¿Y cuando las naciones se vuelvan contra vosotros? —insistió Moraine—. En la Guerra de Aiel los países unidos os rechazaron. Lo mismo puede y volverá a suceder, con grandes pérdidas en vidas para ambos bandos.
—Ninguno de nosotros teme la muerte, Aes Sedai —le dijo Amys, que sonreía suavemente, como quien explica algo a un niño—. La vida es un sueño del que todos hemos de despertar antes de poder dormir otra vez. Además, sólo fueron cuatro clanes los que cruzaron la Pared del Dragón al mando de Janduin. Aquí ya hay seis, y vos misma habéis dicho que Rand al’Thor se propone llevar a todos los clanes.
—La Profecía de Rhuidean vaticina que nos destruirá. —El brillo en los verdes ojos de Melaine pudo ser a causa de Moraine o porque en realidad no estaba tan resignada como aparentaba—. ¿Qué importa si lo hace aquí o al otro lado de la Pared del Dragón?
—Haréis que pierda el apoyo de todas las naciones al oeste de la Pared del Dragón —adujo Moraine. Su actitud era tan sosegada como siempre, pero en su voz había un tono cortante que denunciaba la cólera contenida—. ¡Debe tener su respaldo!
—Tiene el del pueblo Aiel —replicó Bair con aquella frágil pero inflexible voz; gesticuló con el fino rascador metálico para recalcar sus palabras—. Los clanes jamás hemos sido una nación, pero ahora nos ha convertido en una.
—No os ayudaremos en esto Aes Sedai. No le daremos la espalda —agregó Amys con idéntica firmeza.
—Ahora podéis dejarnos, Aes Sedai, si hacéis el favor —dijo Bair—. Hemos hablado de lo que queríais discutir tanto como estamos dispuestas a hacerlo esta noche. —Amable, pero, al fin y a la postre, era una orden velada de que se marchara.
—Os dejaré solas —respondió Moraine, de nuevo la viva imagen de la serenidad. Lo dijo como si la sugerencia fuera suya, su decisión. A estas alturas ya se había acostumbrado a que las Sabias dejaran muy claro que no estaban bajo la autoridad de la Torre—. Tengo que ocuparme de otros asuntos.
Eso, desde luego, sí debía de ser cierto. Probablemente algo relacionado con Rand, pero Egwene sabía a qué atenerse y no le hizo preguntas; si Moraine quería que lo supiera, se lo contaría, y si no… Si no, obtendría alguna de las verdades a medias que utilizaban las Aes Sedai cuando deseaban evitar ser sinceras, o una seca respuesta indicándole que no era de su incumbencia. Moraine sabía que «Egwene Sedai del Ajah Verde» era un fraude. Toleraba el embuste en público, pero por lo demás dejaba bien claro a la joven cuál era su sitio cada vez que le venía en gana.
—Aviendha, sirve el té —ordenó Amys tan pronto como Moraine se hubo marchado, en medio de una bocanada de aire gélido.
La joven Aiel sufrió un sobresalto y abrió dos veces la boca antes de responder débilmente:
—Todavía no lo he preparado. —Sin más, se escabulló rápidamente de la tienda andando a gatas. La segunda bocanada de aire frío casi acabó con el vapor.
Las Sabias intercambiaron miradas que eran casi tan sorprendidas como la de Egwene; Aviendha realizaba hasta las tareas más onerosas con eficiencia, ya que no siempre con buen agrado. Algo debía de estar preocupándole mucho para que olvidara algo tan simple como preparar el té. Las Sabias siempre pedían la infusión.
—Más vapor, muchacha —instó Melaine.
Se lo decía a ella, comprendió Egwene, ya que Aviendha se había marchado. Se apresuró a rociar más agua sobre las piedras, y encauzó para calentarlas más, así como la olla, hasta que oyó el chasquido de las piedras y sintió el calor irradiando de la propia olla como si ésta fuera un horno. Las Aiel podían estar acostumbradas a pasar de golpe de estar asándose en sus propios jugos a estar congelándose, pero ella no. Unas densas volutas de vaho se alzaron de las piedras y llenaron la tienda. Amys asintió aprobadoramente; ella y Melaine podían ver el halo del saidar rodeándola, naturalmente, aunque ella misma no lo viera. Melaine se limitó a seguir rascándose con su staera.
Cortó el contacto con la Fuente Verdadera, volvió a tomar asiento cerca de Bair y susurró:
—¿Aviendha ha hecho algo muy mal? —Ignoraba cómo se sentía la joven Aiel al respecto, pero no veía motivo para avergonzarla ni siquiera a su espalda.