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De su parte. Una Renegada lo amaba o, mejor dicho, amaba al hombre que había sido hacía tres mil años, y todo lo que quería era que él entregara su alma al Oscuro y gobernara junto a ella el mundo. O un escalón más abajo, como poco. Aparte, claro está, de reemplazar tanto al Oscuro como al Creador. ¿Es que se había vuelto completamente loca? ¿O realmente los dos gigantescos sa’angreal eran tan poderosos como afirmaba? Ése era un rumbo que Rand no quería que tomaran sus pensamientos.

—¿Por qué ha elegido Rahvin atacarme precisamente en este momento? Asmodean dice que sólo se preocupa de sus intereses, que se quedará a un lado en la Última Batalla si puede y esperará a que el Oscuro me destruya. ¿Por qué crees que ha sido él y no Sammael o Demandred? Según Asmodean, me odian. —«Luz, por favor, soy Rand al’Thor». Rechazó la repentina evocación de tener en sus brazos a esta mujer siendo jóvenes los dos y de estar empezando a aprender lo que podían hacer con el Poder. «¡Soy Rand al’Thor!»—. ¿O por qué no Semirhage o Moghedien o Graen…?

—Oh, pero es que ahora te cuenta entre sus intereses —lo interrumpió, riendo, Lanfear—. ¿Es que no sabes dónde está? En Andor, en la propia Caemlyn. Es quien gobierna desde las sombras. Morgase le sonríe tontamente y baila para él. Ella y otra media docena de mujeres más. —Frunció los labios en un gesto de asco—. Tiene a muchos hombres recorriendo la ciudad y los campos para encontrarle nuevas bellezas.

Durante un instante la impresión lo dejó paralizado. ¡La madre de Elayne en manos de uno de los Renegados! Empero, no permitió que la preocupación asomara a su rostro. Lanfear había hecho gala de sus celos en más de una ocasión; era muy capaz de ir por Elayne y asesinarla si se le pasaba por la cabeza que él albergaba sentimientos por la heredera del trono. «¿Y qué siento por ella?» Aparte de eso, un hecho inexorable flotaba en el exterior del vacío, frío y cruel en su verdad. No emprendería un ataque contra Rahvin aun cuando lo que Lanfear decía fuera cierto. «Perdóname, Elayne, pero no puedo». Quizá la mujer mentía —no había derramado una sola lágrima por ninguno de los otros Renegados que él había matado; todos se interponían en los propios planes de Lanfear— pero, en cualquier caso, él ya no pensaba reaccionar a lo que hacían otros, porque entonces podrían deducir el curso de acción que seguiría. Mejor dejar que fueran ellos los que reaccionaran por lo que hacía él y sorprenderlos como les había ocurrido a Lanfear y Asmodean.

—¿Es que Rahvin cree que iré corriendo a defender a Morgase? —dijo—. La he visto una sola vez, además de que Dos Ríos es parte de Andor en los mapas, pero jamás vi por allí a la Guardia Real. Ni yo ni nadie desde hace generaciones. Dile a cualquier hombre de Dos Ríos que Morgase es su reina y probablemente pensará que estás chiflada.

—Dudo que Rahvin espere que vayas a salir corriendo en defensa de tu tierra —comentó irónicamente la mujer—, pero sí que defiendas tus ambiciones. Se propone sentar a Morgase en el Trono del Sol también y utilizarla como una marioneta hasta el momento en que pueda salir a descubierto. De día en día aumenta el número de soldados andoreños que entran en Cairhien. Y tú enviaste soldados tearianos al norte para asegurar tu propio dominio sobre esa tierra. No es extraño que te haya atacado tan pronto como ha descubierto tu paradero.

Rand sacudió la cabeza. No había enviado a los tearianos con ese propósito, ni mucho menos, pero no esperaba que la Renegada lo entendiera. O que lo creyera si se lo explicaba.

—Te agradezco el aviso. —¡Cortesía con una de las Renegadas! Por supuesto, lo único que podía hacer era esperar que algo de lo que le había contado fuese cierto. «Una buena razón para no matarla. Te contará más de lo que cree si la escuchas con atención». Confiaba en que fuera su propia idea, por cínica y fría que le pareciera.

—Has protegido tus sueños contra mí.

—Contra todo el mundo. —Era la pura verdad, aunque ella ocupaba, como mínimo, un lugar tan prominente como las Sabias en la lista de personas menos bienvenidas a sus sueños.

—Los sueños son míos —dijo Lanfear—. Especialmente tú y tus sueños. —Su semblante siguió relajado, pero su voz se había endurecido—. Puedo atravesar tus defensas, y te aseguro que no te gustaría.

Para demostrar su total despreocupación, Rand se sentó a los pies del catre con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en las rodillas. Creía que su rostro mostraba tanta calma como el de la mujer. Por dentro, el Poder lo henchía; tenía dispuestos flujos de Aire para atarla, así como flujos de Energía. Eso era lo que tejía un escudo que impedía el acceso a la Fuente Verdadera. En algún lugar de su mente estaba el recuerdo de cómo hacerlo, pero lo percibía muy lejano y no conseguía recordarlo; y, sin ello, lo demás era superfluo. Lanfear podía romper o cortar cualquier cosa que tejiera aun cuando no lo viera. Asmodean estaba intentando enseñarle ese truco, pero resultaba harto difícil sin disponer de una mujer encauzando para practicar.

Lanfear lo observaba algo desconcertada; el ceño levemente fruncido malograba su belleza.

—He examinado los sueños de las Aiel, las que se llaman a sí mismas Sabias. No saben proteger sus sueños muy bien; podría asustarlas hasta el punto de que no desearan volver a soñar, ni siquiera a pensar en invadir los tuyos.

—Creía que no querías ayudarme abiertamente. —No osó decirle que dejara en paz a las Sabias, ya que podría hacer cualquier cosa por despecho. Desde el principio le había dejado muy claro, aunque no lo hubiera hecho de palabra, que se proponía ser la que llevara más ventaja de los dos—. ¿No supondría eso un riesgo de que otro Renegado lo descubriera? No eres la única que sabe cómo entrar en los sueños de otros.

—Los Elegidos —musitó, absorta. Se mordisqueó el labio inferior—. También he espiado los sueños de la chica, Egwene. Hubo un tiempo en que pensé que albergabas ciertos sentimientos hacia ella. ¿Sabes con quién sueña? Con el hijo y el hijastro de Morgase. Con Gawyn, el hijo, más a menudo. —Sonriendo, adoptó un tono burlón de escandalizada sorpresa—. Jamás imaginarías que una muchachita de campo tuviera semejantes sueños.

Rand comprendió que estaba tratando de tantear si se sentía celoso. ¡Realmente creía que había protegido sus sueños para ocultarle pensamientos sobre otra mujer!

—Las Doncellas me tienen bien vigilado —adujo secamente—. Si deseas saber hasta qué punto, no tienes más que espiar los sueños de Isendre.

Un leve rubor tiñó los pómulos de Lanfear. Claro. Se suponía que él no debería saber qué se proponía con esos comentarios. El desconcierto bulló al borde del vacío. ¿No creería que…? ¿Isendre? Lanfear sabía que era una Amiga Siniestra; era ella quien había llevado a Kadere y a Isendre al Yermo, y quien había puesto en las bolsas de la otra mujer la mayoría de las joyas por las que fue acusada de robo. La venganza de Lanfear era cruel hasta en las cosas más nimias. Con todo, si creía que podía amar a Isendre, el hecho de que ésta fuera una Amiga Siniestra no representaría un obstáculo para ella.

—Debí dejar que la obligaran a partir en el inútil intento de llegar a la Pared del Dragón —continuó Rand en tono coloquial—, pero ¿quién sabe lo que habría sido capaz de confesar con tal de salvar el pellejo? No tengo más remedio que protegerlos a ella y a Kadere para así proteger a Asmodean.

El sonrojo desapareció; en el momento en que Lanfear abría la boca para decir algo, sonó una llamada a la puerta. Rand se incorporó de un brinco. Nadie reconocería a Lanfear, pero si encontraban una mujer en sus aposentos, una mujer a la que no había visto ninguna de las Doncellas instaladas abajo, se plantearían preguntas para las que él no tenía respuesta.