Выбрать главу

—Más que por el Ajah Negro —continuó Elayne—, me preocupo por Mo… —Calló cuando Nynaeve le puso la mano en el brazo y señaló con un gesto a Juilin. Elayne tosió y prosiguió como si hubiese sido eso lo que la había interrumpido—: Por Morgase, mi madre. No tiene razón para apreciarte, más bien todo lo contrario.

—Morgase está muy lejos de aquí. —Nynaeve se alegró de que su voz sonara firme. No hablaban de la madre de Elayne, sino de la Renegada a la que había derrotado. Una parte de ella deseaba que Moghedien realmente estuviera muy, muy lejos.

—Pero ¿y si no es así?

—Lo es —aseguró Nynaeve con firmeza, pero todavía sentía un incómodo escalofrío en la espalda. Otra parte de ella, la que recordaba la humillación que había sufrido a manos de la Renegada, ansiaba enfrentarse de nuevo a esa mujer, volver a derrotarla, y esta vez de manera definitiva. El inconveniente era que Moghedien la pillara por sorpresa, cuando no estuviera lo bastante furiosa para poder encauzar. Ni que decir tiene que lo mismo rezaba para el resto de las hermanas del Ajah Negro, aunque, después de la derrota sufrida en Tanchico, Moghedien tenía razones personales para odiarla. No era en absoluto agradable pensar que una de las Renegadas sabía el nombre de uno y que seguramente quería su cabeza. «Eso no es más que pura cobardía —se reprendió con aspereza—. Y tú no eres cobarde y nunca lo serás». Tal razonamiento no hizo desaparecer el cosquilleo que sentía entre los hombros cada vez que pensaba en Moghedien, como si la mujer estuviera a su espalda, mirándola.

—Supongo que estar alerta esperando que unos bandidos salten sobre nosotras me ha puesto nerviosa —dijo Elayne en tono coloquial mientras se secaba el rostro con la toalla—. Vaya, pero si, últimamente, hasta cuando «sueño» tengo a veces la impresión de que hay alguien vigilándome.

Nynaeve dio un respingo al oír aquellas palabras que eran fiel reflejo de sus temores, pero entonces comprendió el ligero énfasis puesto por la joven en la palabra «sueño». No se refería a un sueño normal, sino al Tel’aran’rhiod. Otra cosa que los dos hombres ignoraban. También ella había tenido la misma sensación; claro que, en el Mundo de los Sueños, a menudo daba la impresión de que había unos ojos espiando. Aunque resultara desagradable, ya habían hablado sobre ello antes.

—Bueno, tu madre no está en nuestros sueños, Elayne —repuso, obligándose a hablar con ligereza— o de otro modo nos habría arrastrado a las dos por la oreja. —Seguramente Moghedien las torturaría hasta que clamaran pidiendo la muerte. O prepararía un círculo de trece hermanas Negras y trece Myrddraal; de ese modo podían hacer a alguien aliado con la Sombra en contra de su voluntad, vinculándolo al Oscuro. Quizá Moghedien podía hacerlo por sí misma, sin ayuda… «¡No seas ridícula, mujer! Si pudiera, ya lo habría hecho. Además la venciste, ¿recuerdas?»

—Espero sinceramente que no —contestó la joven.

—¿Piensas darme la oportunidad de asearme? —dijo Nynaeve con irritación. Una cosa era congraciarse con la muchacha, pero otra muy distinta hablar tanto sobre Moghedien. La Renegada tenía que estar en alguna parte, muy lejos; no les habría permitido llegar tan lejos si supiera dónde se encontraban. «¡Quiera la Luz que eso sea cierto!»

La misma Elayne vació y llenó el balde; generalmente era una chica muy agradable, cuando recordaba que no se encontraba en el Palacio Real de Caemlyn. Y cuando no se comportaba como una idiota. De eso se ocuparía Nynaeve una vez que Thom hubiera regresado.

Después de que la antigua Zahorí hubo disfrutado de un refrescante y pausado lavado de cara y de manos, se puso a organizar el campamento y mandó a Juilin que partiera ramas secas de los árboles para encender una lumbre. Para cuando Thom estuvo de vuelta con dos cestos de mimbre cargados a lomos del castrado, las mantas de Elayne y de ella ya estaban preparadas debajo de la carreta, y las de los dos hombres, bajo las ramas de uno de los sauces; había un buen montón de leña, el cazo con agua caliente estaba apartado, enfriándose, junto a las cenizas de un fuego prendido en un círculo limpio de hojas, y las bastas tazas de loza ya habían sido lavadas. Juilin rezongaba entre dientes mientras cogía agua del pequeño arroyo para rellenar los barriles. A juzgar por los retazos que Nynaeve llegó a escuchar, se alegró de que el resto quedara reducido a un murmullo inaudible. Encaramada a una de las lanzas de la carreta, Elayne no ponía mucho empeño en ocultar su interesado intento de descifrar lo que mascullaba el hombre. Tanto ella como Nynaeve se habían puesto vestidos limpios al otro lado de la carreta, dando la casualidad de que habían intercambiado los colores.

Después de atar una traba a las patas del castrado, Thom descargó los pesados cestos sin esfuerzo y empezó a sacar el contenido.

—Mardecin no es tan próspera como parece a distancia. —Soltó en el suelo una bolsita de malla con manzanas, y otra con un tipo de verdura de color oscuro—. Sin haber comercio en Tarabon, la ciudad está decayendo. —El resto parecía ser todo sacos de alubias, nabos, carne curada con pimienta y jamones curados con sal. Y también una botella de arcilla gris, sellada con cera, que Nynaeve estaba segura de que contenía brandy; los dos hombres habían protestado porque no tenían algo para echar un trago mientras fumaban sus pipas por las noches.

»Apenas se pueden dar más de seis pasos sin tropezar con uno o dos Capas Blancas. La guarnición consta de unos cincuenta hombres, instalados en barracones levantados en una de las colinas de la ciudad, en el extremo más alejado del puente. Era mucho más numerosa antes, pero al parecer Pedron Niall está trasladando Capas Blancas de todas partes a Amador. —Se atusó los largos bigotes con gesto pensativo—. No entiendo qué se trae entre manos. —A Thom no le gustaba ignorar esos detalles; por lo general, le bastaba estar unas pocas horas en un sitio para empezar a desentrañar las relaciones entre la nobleza y las casas de mercaderes, las alianzas, las intrigas y las maquinaciones que constituían lo que se había dado en llamar el Juego de las Casas.

»Abundan los rumores de que Niall intenta impedir una guerra entre Illian y Altara o quizás entre Illian y Murandy. Ése no es motivo para que agrupe soldados en la capital. Sin embargo, os diré una cosa: dijera lo que dijera ese teniente, es un impuesto real lo que ha pagado los víveres que se mandan a Tarabon, y la gente está descontenta; no le gusta soportar tributos para alimentar a los taraboneses.

—El rey Ailron y el capitán general no nos conciernen —dijo Nynaeve mientras examinaba lo que Thom había comprado. ¡Tres jamones salados!—. Cruzaremos Amadicia tan rápida y discretamente como nos sea posible. Quizás Elayne y yo tengamos más suerte que tú en encontrar verduras. ¿Te apetece dar un paseo, Elayne?

La joven se puso de pie de inmediato, se alisó los pliegues de la falda y cogió el sombrero de la carreta.

—Será muy agradable, después de aguantar tanto tiempo la dureza del pescante. Sería distinto si Thom o Juilin me dejaran turnarme con ellos a lomos de Furtivo más a menudo. —Por una vez, no miró al juglar con coquetería, lo que ya era algo.

Los dos hombres intercambiaron una mirada, y el rastreador teariano sacó una moneda del bolsillo de su chaqueta, pero Nynaeve no le dio oportunidad de lanzarla.

—No necesitamos compañía. Difícilmente hallaremos problemas de ningún tipo con tantos Capas Blancas rondando por ahí. —Se plantó el sombrero en la cabeza, ató el pañuelo debajo de la barbilla y les asestó una firme mirada—. Además, hay que guardar todas esas cosas que compró Thom.

Los hombres asintieron; lenta, renuentemente, pero lo hicieron. A veces se tomaban su papel de protectores con excesiva seriedad.

Elayne y ella llegaron a la desierta calzada y echaron a andar junto al borde del camino, sobre la rala hierba, para no levantar polvo, antes de que se le ocurriera la forma de sacar a colación el tema del que quería hablar. Empero, Elayne se le adelantó antes de que pudiera decir nada.