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Esta mujer encajaba con la descripción de Duranda Tharne, y sin duda no podía haber otra posada con un nombre tan soez, pero ¿por qué había tenido esa reacción cuando se identificó como otra espía de las Azules? Tenía que correr el riesgo; a su modo, Min y Leane empezaban a impacientarse tanto como Logain. La precaución llevaría el barco a puerto, pero a veces sólo la audacia conseguía que lo hiciera con la bodega llena. En el peor de los casos, podía golpear a la mujer en la cabeza con algo y escapar por la puerta de atrás. Al observar la estatura y la corpulencia de la posadera, así como la firmeza de sus gruesos brazos, esperó ser capaz de hacerlo.

Una puerta del corredor que conducía hacia la cocina daba a un cuarto apenas amueblado con un escritorio y una silla sobre un trozo de alfombra azul, un espejo grande en una pared, y, sorprendentemente, una estantería con unos cuantos libros. No bien la puerta se hubo cerrado tras ellas, amortiguando en parte el jaleo de la sala, la mujerona se volvió hacia Siuan con los puños en las amplias caderas.

—Veamos, ¿qué quieres de mí? No te molestes en darme ningún nombre porque no lo quiero saber, ni que sea el tuyo ni que no.

La tensión que agarrotaba a Siuan se aflojó un poco. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con su cólera.

—¡No teníais derecho a tratarme de ese modo ahí fuera! ¿Qué os proponíais haciéndome que…?

—Tenía todo el derecho —espetó la señora Tharne—, respaldado por la necesidad más imperiosa. Si hubieras venido a la hora de abrir o a la de cerrar, como se suponía que tenías que hacer, podría haberte metido aquí rápidamente, sin dar un cuarto al pregonero. ¿Acaso crees que a algunos de esos hombres no les extrañaría si al salir de aquí te acompaño como haría con una amiga a la que no veía hacía mucho tiempo? No puedo permitirme el lujo de llamar la atención de nadie. Tienes suerte de que no te hiciera ocupar el sitio de Susu, encima de la mesa, para que cantaras una o dos canciones. Y cuida tus modales conmigo. —Levantó amenazadoramente una ancha y dura mano—. Tengo hijas casadas, mayores que tú, y cuando las visito se comportan y hablan como es debido. Conmigo no juegues a la señorita Altanera o vas a enterarte. Ahí fuera nadie te oirá gritar, y, si te oyen, no intervendrán. —Tras un brusco cabeceo, como si con ello quedara todo claro, se puso de nuevo en jarras—. Y bien, ¿qué es lo que quieres?

Siuan había intentado meter baza varias veces durante la diatriba, pero el ímpetu de la mujerona era como el oleaje en marea alta: imparable. No estaba acostumbrada a ello; para cuando la señora Tharne hubo terminado, Siuan temblaba de rabia, y sus manos se crispaban sobre la falda con tanta fuerza que tenía blancos los nudillos. Luchó denodadamente por contener el genio. «Se supone que sólo soy otra informadora —se recordó firmemente—. No la Amyrlin, sino otra informadora». Además, sospechaba que la mujer era muy capaz de cumplir su amenaza. También esto era algo completamente nuevo para ella: tener que ser prudente con alguien sólo porque esa persona era más fuerte y corpulenta.

—Me han dado un mensaje para que lo transmita a un grupo de las personas a quien servimos. —Confiaba en que la señora Tharne creyera que la tensión de su voz se debía a que se sentía acobardada; puede que la mujerona resultara más útil si creía que la había intimidado convenientemente—. No estaban donde me dijeron que me encontrara con ellas, y mi única esperanza es que sepáis algo que me ayude a encontrarlas.

Cruzando los brazos bajo los orondos senos, la señora Tharne la observó intensamente.

—Así que sabes controlar el genio cuando conviene, ¿eh? Bien. ¿Qué ha ocurrido en la Torre? Y no intentes negar que vienes de allí, mi exquisita y altanera mozuela. Se ve de lejos que eres portadora de una orden o decreto oficial, y no has adquirido esos modales presuntuosos en un pueblo.

Siuan inhaló profundamente antes de contestar.

—Siuan Sanche ha sido neutralizada. —Su voz no sufrió el más leve temblor, y se sintió orgullosa de ello—. Elaida a’Roihan es la nueva Amyrlin. —Empero, fue incapaz de evitar un dejo amargo al decir esto último.

El rostro de la señora Tharne no reflejó ninguna reacción.

—Bueno, eso explica algunas de las órdenes que he recibido. Sólo algunas. Así que la han neutralizado, ¿no? Pensé que sería la Amyrlin por siempre jamás. La vi una vez, hace unos cuantos años, en Caemlyn. A distancia. Parecía capaz de masticar correas de arneses para desayunar. —Los rizos escarlatas ondearon al sacudir la cabeza—. En fin, lo hecho, hecho está. Los Ajahs se han dividido, ¿no es así? Es lo único que encaja; mis órdenes y el que esa vieja corneja haya sido neutralizada. La unidad de la Torre está rota y las Azules han huido.

Siuan rechinó los dientes. Intentó decirse a sí misma que la mujer era leal al Ajah Azul, no a ella personalmente, pero no le sirvió de mucho. «¿Vieja corneja? Ella sí que es vieja, lo bastante para ser mi madre. Aunque, si lo fuera, me habría ahogado a mí misma». Tuvo que hacer un esfuerzo denodado para dar a su voz un tono humilde.

—Mi mensaje es importante, pero he de ponerme en camino lo antes posible. ¿Podéis ayudarme?

—Así que es importante, ¿no? Bueno, permíteme que lo ponga en duda. El problema es que puedo darte una pista, pero depende de ti descifrarla. ¿La quieres? —Al parecer, la mujerona se negaba a facilitarle las cosas.

—Sí, por favor.

—Sally Daer. Ignoro quién es o quién fue, pero se me dijo que diera su nombre a cualquier Azul que pasara por aquí con aspecto de estar perdida, por decirlo de algún modo. No serás una de las hermanas, pero tienes arrogancia más que de sobra para pasar por una de ellas, así que te lo doy. Sally Daer. Haz lo que gustes con la información.

Siuan contuvo un grito de emoción y se obligó a adoptar un aire abatido.

—Tampoco yo la oí nombrar nunca. No tendré más remedio que seguir buscando.

—Si las encuentras, dile a Aeldene Sedai que sigo siendo leal a pesar de lo que haya ocurrido. He trabajado para las Azules durante tanto tiempo que no sabría qué hacer conmigo misma en caso contrario.

—Se lo comunicaré —aseguró Siuan. Ignoraba que Aeldene era quien la había reemplazado en el cargo de dirigir la red de informadoras de las Azules; la Amyrlin, procediera del Ajah que procediera, pasaba a pertenecer a todos pero no formaba parte de ninguno—. Supongo que necesitaréis una razón para no contratarme. Lo cierto es que no sé cantar, así que supongo que servirá.

—Como si eso les importara a esos patanes de ahí fuera. —La mujerona enarcó una ceja y sonrió de un modo que no le gustó a Siuan—. Ya se me ocurrirá algo, mozuela. Y te daré un consejo: si no bajas un par de peldaños, alguna Aes Sedai te arrastrará al pie de la escalera. Me sorprende que no haya ocurrido ya. Y, ahora, lárgate. Sal de aquí.

«Qué mujer tan odiosa —rezongó Siuan para sus adentros—. Si hubiera algún modo de conseguirlo, haría que se le impusiera un castigo hasta que los ojos se le salieran de las órbitas». Así que pensaba que merecía ser tratada con más respeto, ¿no?

—Gracias por vuestra ayuda —dijo fríamente al tiempo que hacía una reverencia que no habría desentonado en ninguna corte—. Habéis sido muy amable.

Había dado tres pasos en el interior de la sala cuando la señora Tharne apareció detrás de ella y su voz guasona se levantó por encima del alboroto:

—¡Pues vaya que no es vergonzosa la doncella! ¡Con unas piernas blancas y torneadas como para haceros babear a todos, pero se puso a berrear como un niño cuando le dije que tendría que enseñároslas! ¡Se sentó en el suelo y se puso a gimotear! ¡Con esas caderas, tan redondas como para complacer a cualquiera, y va…!

Siuan tropezó al tiempo que las risotadas aumentaban, aunque no lo bastante para ahogar la relación de atributos que enumeraba la mujerona. Consiguió dar otros tres pasos, con la cara tan roja como la grana, y después echó a correr.