Выбрать главу

Bryne frunció el entrecejo. ¿Capas Blancas? ¿Por qué los Hijos de la Luz estaban interesados en Mara? Jamás creería que era una Amiga Siniestra. Claro que, en cierta ocasión, había visto ahorcar en Caemlyn a un jovenzuelo con cara de niño que era Amigo Siniestro y que había estado impartiendo enseñanzas a los chiquillos en la calle respecto a las glorias del Oscuro, el Gran Señor de la Oscuridad, como lo llamaban ellos. Que se supiera, el muchachito había matado a nueve niños en tres años, cuando sospechaba que iban a denunciarlo. «No, esa chica no es una Amiga Siniestra, y apostaría mi vida en ello». Los Capas Blancas sospechaban de todo el mundo. Y si se les metía en la cabeza la idea de que se había marchado de Lugard para esquivarlos…

Taconeó a Viajero para ponerlo a medio galope. El castrado alazán no tenía una estampa espléndida, pero era resistente y valeroso. Los otros dos hombres lo alcanzaron enseguida y guardaron silencio al advertir el humor de su señor.

A unos tres kilómetros de Lugard, Bryne salió del camino y se internó en un bosquecillo de robles y cedros. El resto de sus hombres habían instalado un campamento temporal allí, en un claro resguardado bajo las extensas ramas de los robles. Había varias lumbres pequeñas encendidas, ya que aprovechaban cualquier oportunidad para preparar un poco de té, y algunos estaban echando una cabezada; dormir era otra de las cosas que un veterano no dejaba de hacer en cuanto tenía ocasión.

Los que estaban en vela despertaron a los demás sin muchas contemplaciones, y enseguida todos se encontraban pendientes de él. Bryne los estuvo observando unos instantes. Los cabellos grises, los cráneos calvos y los rostros arrugados. Todavía endurecidos y en forma, pero aun así… Había sido un necio arriesgándose a llevarlos a Murandy sólo porque quería saber por qué una mujer había roto un juramento. Y tal vez con el agravante de tener tras ellos a los Capas Blancas. Además, no había modo de saber cuánto tiempo pasaría antes de que la aventura llegara a su fin. Si daban media vuelta ahora, habrían estado ausentes de casa más de un mes para cuando volvieran a ver Hontanares de Kore. Si, por el contrario, continuaban, no tenía garantía de que la persecución acabara antes de llegar al Océano Aricio. Lo que debería hacer era coger a sus hombres y llevarlos a casa. Eso era lo que tendría que hacer. No tenía motivo para pedirles que intentaran arrebatar a esas chicas de las manos de los Capas Blancas. Debería abandonar a Mara a la justicia de los Hijos.

—Nos dirigimos hacia el oeste —anunció, y de inmediato todos se pusieron a apagar precipitadamente las lumbres con el té y a guardar los cazos en las alforjas—. Tendremos que forzar la marcha, porque me propongo alcanzarlas en Altara si es posible; pero, si no, es imposible saber hacia dónde nos conducirán. Tal vez hayáis visitado Jehannah o Amador o Ebou Dar antes de que esto haya acabado. —Soltó una risa afectada—. Descubriréis hasta qué punto sois realmente duros si llegamos a Ebou Dar. Tienen tabernas allí donde las camareras desuellan illianos para cenar y ensartan en espetones a Capas Blancas para divertirse.

Los hombres rieron con más ganas de lo que requería la broma.

—Eso no nos preocupa estando vos con nosotros, mi señor —dijo entre risitas Thad mientras metía la taza de estaño en las alforjas. Su rostro estaba tan arrugado como un trozo de cuero estrujado—. Vaya, pero si os oí una vez tener una buena agarrada con la mismísima Amyrlin, y… —Jar Silvin le soltó una patada en el tobillo, y Thad se giró velozmente hacia el hombre más joven, aunque también tenía el pelo canoso, y lo amenazó con el puño—. ¿A qué ha venido eso, Silvin? Si lo que buscas es que te rompa la cabeza, sólo tienes que… ¿Qué? —Las miradas significativas de Silvin y de algunos de los otros lograron finalmente hacerlo caer en la cuenta de lo que había dicho—. Oh. Oh, sí. —Hundió la cara en el flanco de su caballo y se afanó en ajustar las cinchas de la silla, pero las risas habían cesado por completo.

Bryne se obligó a relajar el rostro contraído. Ya iba siendo hora de que dejara atrás el pasado. Sólo por una mujer cuyo lecho —y algo más, pensó él— había compartido, sólo porque esa mujer lo había mirado como si nunca lo hubiera visto, no era motivo para no volver a pronunciar su nombre. Sólo porque lo había exiliado de Caemlyn bajo pena de muerte por haberle aconsejado como juró que lo haría… Si se había convertido en una paloma arrulladora con ese lord Gaebril que tan de repente había aparecido en Caemlyn, era algo que ya no le concernía. Ella le había dicho, con un tono tan frío y seco como un pedazo de hielo, que el nombre de Gareth Bryne no se volvería a pronunciar en palacio, y que sólo sus largos años de servicio la frenaban de mandarlo al tajo del verdugo por el cargo de traición. ¡Traición! No. Necesitaba mantener el ánimo, sobre todo si esto acababa siendo una persecución larga.

Echando la pierna alrededor de la perilla de la silla, sacó la pipa y la bolsita de tabaco. La cazoleta estaba tallada a semejanza de un toro salvaje, ceñido con la Corona de la Rosa de Andor. Durante un milenio éste había sido el emblema de la casa Bryne: fortaleza y valor al servicio de la reina. Necesitaba otra pipa; ésta estaba vieja.

—No salí de ésa tan bien parado como pareces creer. —Se inclinó para que uno de los hombres le tendiera una ramita, todavía que estaba encendida, de una de las lumbres, y después se irguió mientras daba continuamente chupadas a la pipa—. Sucedió hace unos tres años. La Amyrlin estaba haciendo un recorrido: Cairhien, Tear, Illian… y acabó en Caemlyn antes de regresar a Tar Valon. Por aquel entonces teníamos problemas fronterizos con los señores murandianos… para variar. —Hubo una risotada general; todos habían servido en la frontera con Murandy en un momento u otro—. Yo había enviado a algunos de los guardias reales para que dejaran claro a los murandianos quién poseía los rebaños y el ganado que se encontraban a nuestro lado de la frontera. Nunca imaginé que la Amyrlin se interesara por algo así. —Desde luego, todos tenían la atención puesta en él, y, aunque los preparativos para la marcha continuaban, ahora iban más despacio.

»Siuan Sanche y Elaida se encerraron con Morgase —bien; había pronunciado su nombre y ni siquiera le había dolido— y, cuando salieron, Morgase estaba, por un lado, a punto de estallar, echando chispas por los ojos, y por otro, como una niñita de diez años a la que ha reprendido su madre por sorprenderla cogiendo pastelillos. Es una mujer de carácter, pero atrapada entre Elaida y la Sede Amyrlin… —Sacudió la cabeza y los hombres soltaron risitas quedas; atraer el interés de las Aes Sedai era algo que ninguno de ellos envidiaba a los señores y dirigentes—. Me ordenó que retirara inmediatamente todas las tropas de la frontera con Murandy. Le pedí que lo discutiéramos en privado, y Siuan Sanche se me echó encima. Delante de la mitad de la corte, me dio un repaso de arriba abajo y de atrás adelante como si fuera un soldado raso. Dijo que si no hacía lo que me habían mandado me utilizaría como cebo para peces. —Había tenido que pedirle perdón a la Amyrlin delante de todos, sólo por tratar de hacer lo que había jurado hacer, pero no había necesidad de añadir este detalle. Incluso entonces, no estuvo seguro de si la Amyrlin no exigiría a Morgase que fuera decapitado o que la decapitaran a ella misma.

—Entonces es que tenía intención de atrapar un pez gordo —rió alguien, y los demás corearon sus risas.

—El resultado fue —continuó Bryne— que yo salí chamuscado y los guardias reales recibieron la orden de regresar de la frontera. Así que, si confiáis en mí para que os proteja en Ebou Dar, recordad que mi opinión es que esas camareras serían capaces de poner a secar el pellejo de la Amyrlin junto con el del resto de nosotros.

Hubo un estallido de carcajadas.

—¿Llegasteis a descubrir por qué hubo aquella contraorden, mi señor? —quiso saber Joni.