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—Moraine —masculló Nynaeve—. Tan segura de que Siuan haría que la Torre lo respaldara. —No podía imaginar muerta a Siuan Sanche. Había sentido odio hacia ella frecuentemente, y a veces le había inspirado miedo (ahora era capaz de admitir tal cosa, al menos para sus adentros), pero también la había respetado. Había pensado que Siuan viviría para siempre—. Elaida. ¡Luz! Es tan artera como una serpiente y tan cruel como un felino. Quién sabe lo que es capaz de hacer.

—Me temo que tengo una pista. —Egwene se llevó las manos al estómago como si también ella lo tuviera revuelto—. Era un documento muy corto y logré leerlo todo: «Todas las hermanas leales tienen la obligación de informar sobre la presencia de la mujer llamada Moraine Damodred. Se la debe apresar si ello es posible por cualquier medio que sea preciso y ha de ser enviada de vuelta a la Torre Blanca para someterla a juicio bajo el cargo de traición». Aparentemente el mismo tipo de lenguaje utilizado para apresar a Elayne.

—Si Elaida quiere que se arreste a Moraine eso significa que tiene que saber que ha estado ayudando a Rand y no le gusta que lo haya hecho. —Era bueno hablar; así olvidaba las náuseas. Neutralizaban a una mujer por un cargo de traición. Desde el principio había querido derribar a Moraine, y ahora Elaida iba a hacerlo en su lugar—. Ciertamente ella no apoya a Rand.

—Exactamente.

—Las hermanas leales… Egwene, eso encaja con el mensaje que nos dio Macura, la modista. Sea lo que sea que le haya pasado a Siuan, los Ajahs se han dividido por el nombramiento de Elaida como Amyrlin. Tiene que ser por eso.

—Sí, claro. Muy bien, Nynaeve. Yo no había caído en ello.

Su sonrisa era tan complacida que la antigua Zahorí no pudo por menos que responder con otra.

—Hay un informe sobre el escritorio de Siu… de la Amyrlin respecto a una reunión de Azules. Lo estaba leyendo cuando gritaste. Apuesto a que las Azules no apoyaron a Elaida. —Entre los Ajahs Azul y Rojo había una especie de tregua en el mejor de los casos, y casi se echaban las manos al cuello en el peor.

Sin embargo, cuando regresaron al estudio de la Amyrlin ya no encontraron el informe allí. Había montones de documentos —la carta de Joline había vuelto a aparecer; una lectura de pasada hizo que Egwene enarcara las cejas exageradamente— pero ninguno era el que buscaban.

—¿Recuerdas lo que ponía? —preguntó la joven.

—Sólo había leído unas cuantas líneas cuando te oí gritar, y… No me acuerdo.

—Inténtalo, Nynaeve. Inténtalo con todas tus fuerzas.

—Ya lo intento, Egwene, pero no funciona.

Caer en la cuenta de lo que estaba haciendo le causó un impacto tan fuerte como si hubiera recibido un golpe entre las cejas. Se estaba disculpando. Con Egwene, una chica a la que había dado azotes en el culo por cogerse una rabieta no hacía ni dos años. Y un instante antes se había sentido tan orgullosa como una gallina que ha puesto un huevo porque Egwene estaba complacida con ella. Recordaba muy bien el día en que la balanza que había entre ellas se había inclinado hacia el otro lado, cuando dejaron de ser la Zahorí y la muchacha que corría a cumplir las órdenes de su Zahorí, convirtiéndose en cambio en dos simples mujeres que estaban lejos de casa. Por lo visto aquella balanza se había desequilibrado aun más, y no le gustaba. Iba a tener que hacer algo para volver a poner los platillos en el sitio que les correspondía.

La mentira. Hoy había mentido deliberadamente a Egwene por primera vez en su vida. Y por ese motivo su autoridad moral había desaparecido, por eso estaba farfullando, incapaz de expresarse adecuadamente.

—Bebí la infusión, Egwene. —Tuvo que obligarse a pronunciar cada palabra, porque por dentro seguía resistiéndose a admitirlo—. La infusión de horcaria que preparó esa mujer, la tal Macura. Ella y Luci nos subieron como muñecas desmadejadas al primer piso. Así era como nos sentíamos. Si Thom y Juilin no hubieran acudido a rescatarnos, seguramente todavía estaríamos allí. O de camino a la Torre, tan hinchadas de horcaria que no habríamos despertado hasta llegar allí. —Respiró hondo e intentó dar a su voz un tono de firme seguridad, pero tal cosa resultaba difícil cuando se acababa de confesar que se había actuado como una completa necia. Lo que dijo a continuación sonó demasiado vacilante para su gusto—. Si se lo cuentas a las Sabias, en especial a Melaine, te daré de bofetadas.

Esto último tendría que haber provocado la ira de Egwene. Parecía raro estar buscando provocar una agarrada —por lo general las tenían a causa de que Egwene se negaba a atender a razones, y rara vez acababan bien puesto que la muchacha había cogido la costumbre de continuar negándose a dar su brazo a torcer— pero sin duda sería mejor que esto. Empero, Egwene se limitó a sonreírle. Una sonrisa divertida. Una sonrisa de divertida prepotencia.

—Era lo que sospechaba, Nynaeve. Solías hablar a todas horas de hierbas y plantas, pero jamás mencionaste una llamada horcaria. Estaba segura de que no habías oído hablar de ella hasta que esa mujer la mencionó. Siempre has intentado quedar en buen lugar. Si te cayeras de bruces en una cochiquera, intentarías convencer a todo el mundo de que lo hiciste a propósito. Bien, lo que hemos de decidir…

—Yo no hago eso —barbotó Nynaeve.

—Desde luego que sí. Los hechos hablan por sí solos. Podrías dejar de lloriquear por eso y ayudarme a decidir…

¡Lloriquear! Esto no iba ni mucho menos como quería.

—De eso nada. Me refiero a lo de los hechos. Jamás he actuado como dices.

Egwene se quedó mirándola intensamente, en silencio, un momento.

—No piensas dejar el tema a un lado, ¿verdad? Muy bien. Me mentiste y…

—No fue una mentira —masculló—. No exactamente.

—… y te mentiste a ti misma —continuó la joven haciendo caso omiso de la interrupción—. ¿Recuerdas lo que me obligaste a beber la última vez que te mentí? —De repente apareció una taza en su mano, llena de un líquido verde, viscoso, de aspecto repugnante; parecía que se hubiera cogido de un estanque empantanado y lleno de verdín—. La única vez que te mentí. El recuerdo de ese gusto horrible tuvo un efecto disuasorio muy efectivo para no caer de nuevo en la mentira. Si eres incapaz de decir la verdad ni siquiera a ti misma…

Nynaeve retrocedió un paso sin poder evitarlo. Una cocción de agrimonia y hojas de ricino machacadas; la lengua empezó salivarle sólo de pensarlo.

—De hecho, no mentí realmente. —¿Por qué estaba dando excusas?—. Sólo me limité a no decir toda la verdad. —«¡Yo soy la Zahorí! Bueno, era la Zahorí; eso tendría que contar para algo todavía»—. No estarás pensando que me… —«Pues díselo. Tú no eres la pequeña de las dos, y desde luego no vas a beber»—. Egwene, yo… —Egwene casi le metió la taza debajo de la nariz; el acre olor le inundó las fosas nasales—. De acuerdo —se apresuró a decir. «¡Esto no puede estar ocurriendo!» Pero no podía evitar tener los ojos fijos en aquella taza llena a rebosar ni impedir que las palabras salieran atropelladamente de su boca—. A veces intento contar lo ocurrido mejorándolo para quedar en buen lugar. De vez en cuando. Pero nunca en cosas importantes; sólo cuando es algo baladí. —La taza desapareció, y Nynaeve soltó un suspiro de alivio. «¡Idiota, estúpida mujer! ¡No podía obligarte a que te bebieras eso! ¿Qué demonios te pasa?»

—Lo que tenemos que decidir es a quién contárselo —dijo Egwene como si nada hubiera ocurrido—. Moraine, por supuesto, tiene que saberlo. Y también Rand. Pero si alguien se entera de ello… Los Aiel son muy peculiares, y no lo son menos respecto a las Aes Sedai. Creo que seguirían a Rand por ser El que Viene con el Alba a pesar de todo, pero si descubren que la Torre Blanca está en contra suya, tal vez no se muestren tan fervientes.