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—Me pareció que eras tú, Elayne, pero el cabello me desconcertó al principio.

Nynaeve miraba de hito en hito a Galad, el hermanastro de Elayne. Era alto y esbelto como una cuchilla de acero, con el cabello y los ojos oscuros, y el hombre más apuesto que había visto en su vida. El apelativo apuesto no le hacía justicia. Era guapísimo. Había visto cómo las mujeres se apiñaban a su alrededor en la Torre, incluso Aes Sedai, todas ellas sonriendo como necias. Borró la que había aparecido en su propio rostro; sin embargo, no pudo hacer nada respecto a los alocados latidos de su corazón ni para aquietar la agitada respiración. No sentía nada por él, pero era muy guapo. «¡Contrólate, mujer!»

—¿Qué haces aquí? —La complació que su voz no sonara estrangulada. No era justo que un hombre tuviera ese físico.

—¿Y qué haces con eso puesto? —Elayne hablaba bajo, pero a pesar de ello había un tono cortante en su voz.

Nynaeve parpadeó y entonces cayó en la cuenta de que Galad llevaba una reluciente malla y una blanca capa con dos nudos dorados de rango, debajo del sol resplandeciente. Notó que la sangre se le agolpaba en las mejillas; ¡estaba tan absorta contemplando el rostro del hombre que no se había fijado en lo que llevaba puesto! Deseó hurtar el rostro para ocultar su humillación.

Galad sonrió, y Nynaeve tuvo que inhalar profundamente.

—Estoy aquí porque soy uno de los Hijos que han trasladado desde el norte. Y soy un Hijo de la Luz porque considero que es lo apropiado. Elayne, cuando vosotras dos y Egwene desaparecisteis, a Gawyn y a mí no nos llevó mucho tiempo descubrir que no estabais cumpliendo un castigo en ninguna granja, en contra de lo que nos dijeron. No tienen derecho a involucrarte en sus intrigas, Elayne. A ninguna de vosotras.

—Por lo visto has ascendido de rango rápidamente —comentó Nynaeve. ¿Es que el muy necio no se daba cuenta de que hablar de intrigas de Aes Sedai podría conducirlas a la muerte?

—Parece ser que Elmon Valda consideró que mi experiencia, dondequiera que la hubiera obtenido, lo justificaba. —Su gesto, encogiéndose de hombros, quitó importancia al rango. No lo hacía precisamente por modestia, aunque tampoco por afectación. Era el mejor espadachín entre los que habían llegado a instruirse con los Guardianes en la Torre, y también destacaba en las clases de estrategia y táctica, pero Nynaeve no recordaba haberlo visto alardear de sus hazañas, ni siquiera de broma. Las alabanzas no surtían efecto en él, quizá porque las obtenía con gran facilidad.

—¿Lo sabe madre? —demandó Elayne, todavía con el mismo tono quedo. Empero, su gesto ceñudo habría acobardado a un oso.

Galad rebulló ligeramente, incómodo.

—No he encontrado el momento oportuno para escribirle, pero no estés tan segura de que lo desapruebe, Elayne. Sus relaciones con el norte ya no son tan amistosas como solían desde tu desaparición. He sabido de una derogación de privilegios que puede convertirse en ley.

—Le envié una carta, explicándoselo. —La mirada furibunda de Elayne había dado paso a una expresión desconcertada—. Tiene que comprenderlo. También ella se instruyó en la Torre.

—Baja la voz —instó él en tono quedo y seco—. Recuerda dónde te encuentras.

Elayne se puso colorada hasta la raíz del pelo, pero Nynaeve no supo distinguir si el sonrojo era a causa de la ira o del azoramiento.

De repente cayó en la cuenta de que Galad había estado hablando en tono tan bajo como ellas y con idéntica discreción. Ni una sola vez había mencionado la Torre ni las Aes Sedai.

—¿Está Egwene con vosotras? —continuó.

—No —respondió, a lo que el hombre suspiró profundamente.

—Albergaba la esperanza de que… Gawyn estaba casi desquiciado de preocupación cuando desapareció. También él la estima. ¿Vais a decirme dónde está?

Nynaeve tomó nota de aquel «también». Se había convertido en un Capa Blanca y, sin embargo, «estimaba» a una mujer que deseaba ser Aes Sedai. Los hombres eran seres tan extraños que a veces no parecían humanos.

—No, no lo haremos —repuso firmemente Elayne, cuyo sonrojo había perdido intensidad—. ¿Está aquí Gawyn también? No puedo creer que se haya convertido en un… —Tuvo el sentido común de bajar el tono más, pero aun así espetó—: ¡Un Capa Blanca!

—Sigue en el norte, Elayne. —Nynaeve supuso que se refería a Tar Valon, pero sin duda Gawyn se habría marchado de allí; él no apoyaría a Elaida—. No te imaginas lo que ha ocurrido allí, Elayne —continuó—. Toda la corrupción y la vileza de ese lugar acabó desbordándose, como era de esperar. La mujer que os mandó fuera ha sido depuesta. —Echó una rápida ojeada en derredor y redujo la voz a un momentáneo susurro a pesar de que no había nadie cerca para que lo oyeran—. Neutralizada y ejecutada. —Inhaló profundamente e hizo un sonido de desagrado—. Nunca fue el lugar apropiado para ti. Ni para Egwene. No hace mucho que estoy con los Hijos, pero no me cabe duda de que mi capitán me dará permiso para que escolte a mi hermana a casa. Allí es donde deberías estar, con madre. Dime dónde se encuentra Egwene y me encargaré de que sea conducida también a Caemlyn, donde las dos estaréis a salvo.

Nynaeve tenía la sensación de que los músculos de la cara se le habían quedado entumecidos. Neutralizada. Y ejecutada. Nada de una muerte accidental ni por enfermedad. El que hubiera tenido en cuenta esta última posibilidad no hacía que los hechos resultaran menos conmocionantes. Rand tenía que ser la razón. Si en algún momento había albergado una remota esperanza de que la Torre no fuera contra él, ahora había desaparecido.

El rostro de Elayne estaba vacío de expresión y sus ojos tenían una mirada remota.

—Advierto que mis noticias te han impresionado —musitó Galad—. Ignoro hasta qué punto te enredó esa mujer en sus maquinaciones, pero ahora ya estás libre de ella. Déjame que te lleve a Caemlyn sana y salva. Nadie tiene que saber que tuviste más contacto con ella que cualquiera de las otras jóvenes que fueron allí para aprender. Ninguna de vosotras dos.

Nynaeve le enseñó los dientes en lo que esperaba pareciera una sonrisa. Qué amable por su parte al incluirla finalmente. Con gusto le habría dado una bofetada. Si no fuera tan guapo…

—Lo pensaré —contestó lentamente Elayne—. Lo que dices tiene sentido, pero debes darme tiempo para pensar. Tengo que pensar.

Nynaeve la miró de hito en hito. ¿Que tenía sentido? Esta chica desvariaba.

—Puedo darte un poco de tiempo —dijo Galad—, pero no dispongo de mucho si he de pedir permiso para acompañarte. Tal vez nos ordenen…

Inesperadamente, un Capa Blanca de rostro cuadrado y pelo negro palmeó a Galad en el hombro al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa. Mayor que él, lucía los mismos dos nudos de rango en su capa.

—Bueno, joven Galad, no puedes guardar para ti a todas las mujeres hermosas. Todas las chicas de la ciudad suspiran cuando te ven pasar, y también la mayoría de las madres. Preséntame.

Galad retiró hacia atrás su asiento para ponerse de pie.

—Eh… pensé que las conocía cuando bajaron la escalera, Trom; pero, sea cual sea el encanto que me atribuyes, no funciona con esta dama. No le gusto y creo que tampoco le gustará ningún amigo mío. Si practicamos esgrima esta tarde, tal vez atraigas la atención de una o dos.

—Contigo cerca, jamás —gruñó Trom en tono amistoso—. Y antes prefiero que el herrero me atice en la cabeza con su martillo que hacer prácticas contigo.

A pesar del comentario, dejó que Galad lo condujera hacia la puerta tras lanzar una mirada pesarosa a las dos mujeres. Mientras se alejaban, Galad echó un rápido vistazo a la mesa, rebosante de frustración e indecisión. Tan pronto como los perdieron de vista, Elayne se puso de pie.

—Nana, te necesito arriba. —La señora Jharen apareció de pronto a su lado para preguntarle si le había gustado el refrigerio. Elayne dijo a la mujer—: Necesito a mi conductor y a mi lacayo inmediatamente. Nana pagará la cuenta. —Se dirigió hacia la escalera antes de haber terminado de hablar.