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Nynaeve hizo intención de ir tras ella, pero se detuvo para sacar la bolsita de dinero y pagar a la posadera al tiempo que aseguraba que todo había sido del agrado de su señora e intentaba no dar un respingo al enterarse del precio. Una vez que se hubo librado de la mujer, se apresuró a subir la escalera. Elayne estaba metiendo sus cosas en los baúles a empujones, de cualquier manera, incluidas las camisolas sudadas que habían dejado a los pies de las camas para que se secaran.

—Elayne, ¿qué ocurre?

—Debemos marcharnos inmediatamente, Nynaeve. Al punto. —No alzó la vista hasta que hubo guardado todo—. En este mismo instante, diga lo que diga él, Galad está cavilando algo a lo que nunca ha tenido que enfrentarse. Dos cosas que son correctas, pero opuestas. A su modo de entender, es adecuado atarme a una bestia de carga si es preciso y llevarme con madre a la fuerza para aliviar sus preocupaciones y salvarme de convertirme en Aes Sedai, con mi beneplácito o sin él. Y también es correcto denunciarnos, ya sea a los Capas Blancas o al ejército o a ambos. Es la ley en Amadicia, y también la de los Capas Blancas. Aquí las Aes Sedai son delincuentes, e igualmente cualquier mujer que haya recibido enseñanzas en la Torre. Madre se reunió con Ailron una vez para firmar un acuerdo comercial, y tuvieron que hacerlo en Altara porque madre no podía entrar legalmente en Amadicia. Abracé el saidar nada más verlo, y no cortaré el contacto hasta que nos encontremos bien lejos de él.

—Estás exagerando, Elayne. Es tu hermano.

—¡No es mi hermano! —La joven inhaló profundamente y soltó el aire muy despacio—. Tuvimos el mismo padre —añadió con voz más serena—, pero no es mi hermano. No lo soporto. Nynaeve, te lo he repetido una y mil veces, pero parece que no lo entiendes. Galad hace lo que es correcto. Siempre. Jamás miente. ¿Oíste lo que le dijo a ese tal Trom? No dijo que no supiera quiénes éramos. Hasta la última palabra que pronunció era verdad. Hace lo que es correcto, perjudique a quien perjudique, incluso a sí mismo. O a mí. Solía delatarnos a Gawyn y a mí por todo, y también a sí mismo. Si toma la decisión equivocada, tendremos a los Capas Blancas tendiéndonos una emboscada antes de que lleguemos a los aledaños de la villa.

Alguien llamó a la puerta, y a Nynaeve se le cortó la respiración. Galad no sería capaz… El gesto de Elayne era firme, presto a la lucha.

Vacilante, Nynaeve entreabrió una rendija. Eran Thom y Juilin, éste con aquel ridículo gorro en la mano.

—¿Mi señora nos necesita? —preguntó Thom con un tono de servilismo por si alguien estaba escuchando.

Recuperada la capacidad de respirar, Nynaeve abrió bruscamente la puerta del todo, sin importarle quién estuviera escuchando.

—¡Entrad los dos! —Se estaba cansando de que los dos hombres intercambiaran una mirada cada vez que hablaba.

—Thom —dijo Elayne antes de que su amiga hubiera cerrado la puerta—, debemos partir de inmediato. —La expresión decidida había desaparecido de su semblante y en su voz había una nota de ansiedad—. Galad está aquí. Tienes que acordarte de la clase de monstruo que era de niño. Bueno, no es mucho mejor de mayor, y además es un Capa Blanca. Podría… —Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Miró fijamente a Thom mientras abría y cerraba la boca sin emitir una sola sílaba.

Los ojos del juglar estaban tan desorbitados como los de la joven. Thom se sentó pesadamente en uno de los baúles, sin apartar la vista de Elayne.

—Yo… —Carraspeó con fuerza y continuó—. Me pareció verlo, vigilando la posada. Un Capa Blanca. Se ha convertido en la clase de hombre que presagiaba el niño. Supongo que, pensándolo bien, no debería ser causa de sorpresa que se haya hecho Capa Blanca.

Nynaeve fue hacia la ventana; Elayne y Thom apenas notaron que pasó entre los dos. El ajetreo de la calle empezaba a notarse; campesinos, carretas y gente del pueblo se mezclaban en sus idas y venidas con Capas Blancas y soldados. Al otro lado de la calle había un Capa Blanca sentado en un barril, inconfundible su rostro perfecto.

—¿Te…? —Elayne tragó saliva—. ¿Te reconoció?

—No. Quince años cambian más a un hombre que a un chico. Pensé que no te acordabas, Elayne.

—Te recordé en Tanchico, Thom. —Con una sonrisa temblorosa, la joven alargó la mano y dio un suave tirón al largo bigote. Thom sonrió casi con igual inseguridad; parecía estar a punto de saltar por la ventana.

Juilin se rascaba la cabeza, y Nynaeve habría querido saber de qué demonios estaban hablando, pero había cosas más importantes de las que ocuparse.

—Aún tenemos que marcharnos antes de que nos eche encima a toda la guarnición, pero estando él vigilándonos no va a ser fácil. No he visto a ningún otro huésped con aspecto de tener un carruaje.

—El nuestro es el único que hay en el establo —anunció en tono seco Juilin—. Y el callejón de la parte de atrás es muy angosto. En esta villa sólo hay dos o tres calles lo bastante anchas para que quepa el carruaje. —Observó detenidamente el gorro cilíndrico mientras le daba vueltas en las manos—. Podría acercarme sin que repare en mí y golpearlo en la cabeza. Si estáis preparados para salir de inmediato, podríais escapar aprovechando el jaleo y luego os alcanzaría en el camino.

Nynaeve resopló con desdén.

—¿Cómo? ¿Galopando después en Furtivo? Aun en el caso improbable de que no te cayeras de la silla antes de haber recorrido dos kilómetros, ¿crees que conseguirías llegar hasta el caballo habiendo atacado a un Capa Blanca en plena calle? —Galad seguía enfrente de la posada, y Trom se había unido a él; los dos hombres aparentemente mantenían una charla insustancial. Se adelantó y le propinó un fuerte tirón del bigote a Thom—. ¿Tenéis algo que añadir? ¿Algún plan brillante? ¿Habéis sacado algo en claro, algo que nos pueda servir de ayuda con todas vuestras charlas y cotilleos con unos y otros?

El juglar se llevó la mano a la cara y le asestó una mirada ofendida.

—No a menos que pienses que sirve de algo el que Ailron reclame la posesión de algunos pueblos fronterizos de Altara, lo que abarca una franja a todo lo largo de la frontera, desde Salidar a So Eban y Mosra. ¿Ves alguna ayuda en eso, Nynaeve? ¿La hay? ¿O en intentar arrancarle el bigote a un hombre? Alguien debería darte un buen cachete.

—¿Qué interés tendrá Ailron en disponer de esa franja de tierra a lo largo de la frontera, Thom? —preguntó Elayne. Tal vez le interesaba, ya que parecía interesarle cualquier cambio en política y diplomacia, o puede que sólo intentara cortar una discusión. Antes de enredarse en el absurdo juego de tontear con Thom, siempre había procurado limar asperezas y tensiones.

—No es el rey, pequeña. —Al hablarle a ella la voz del juglar se suavizó—. Es Pedron Niall. Ailron suele hacer lo que le dicen, aunque él y Niall simulan que no es así. La mayoría de esos pueblos han estado abandonados desde la Guerra de los Capas Blancas, lo que ellos denominan los Disturbios. En aquel entonces Niall era el general de campo, y dudo que haya renunciado jamás a conquistar Altara. Si controla ambas riberas del Eldar podrá cortar el comercio fluvial a Ebou Dar, y si puede provocar la quiebra económica de Ebou Dar, el resto de Altara caerá en sus manos como trigo derramándose por el agujero de un saco.

—Todo eso está muy bien —intervino Nynaeve firmemente antes de que él o la joven tuvieran oportunidad de volver a hablar. Algo en lo que el juglar había dicho estuvo a punto de despertar en su memoria algo, pero no sabía qué ni por qué. En cualquier caso, no tenían tiempo que perder en clases prácticas sobre las relaciones entre Amadicia y Altara, considerando que Galad y Trom vigilaban la posada, y así lo dijo, añadiendo—: ¿Y qué dices tú, Juilin? Tú entablas relaciones con individuos de baja estofa. —El rastreador solía buscar información entre los rateros, ladrones y salteadores de una ciudad; afirmaba que éstos sabían más de lo que pasaba realmente que cualquier cargo oficial—. ¿Hay contrabandistas a los que podamos sobornar para que nos saquen a escondidas de aquí o… o…? Vamos, hombre, sabes de sobra lo que nos haría falta.