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—Era el bardo de la corte de Caemlyn cuando era pequeña —respondió en tono quedo.

—Comprendo. —La verdad era que no entendía nada. ¿Cómo podía renunciar un hombre a su puesto de bardo al servicio de la realeza, una posición que era casi nobiliaria, para convertirse en juglar recorriendo los caminos de pueblo en pueblo?

—Fue amante de mi madre después de que padre muriera. —Elayne estaba de nuevo eligiendo ropa e hizo el comentario con tal indiferencia que Nynaeve la miró boquiabierta.

—¡El amante de tu…!

La muchacha siguió sin mirarla.

—No lo recordé hasta llegar a Tanchico. Era muy pequeña. Fue por el bigote, y estar de pie lo bastante cerca de él para tener que mirar hacia arriba, y oírle recitar parte de La Gran Cacería del Cuerno. Él creyó que volvería a olvidarlo. —Un ligero rubor tiñó sus mejillas—. Esa noche yo… bebí demasiado vino, y al día siguiente fingí que no me acordaba de nada de lo que había pasado.

Nynaeve sólo fue capaz de sacudir la cabeza. Recordaba la noche en que la joven se había embriagado. Por lo menos no había vuelto a hacer eso; la migraña que sufrió al día siguiente por lo visto fue un buen revulsivo. Ahora sabía por qué se comportaba de ese modo con Thom. Había visto lo mismo en Dos Ríos en varias ocasiones. Una chica apenas lo bastante crecida para considerarse realmente una mujer. ¿Qué mejor rival para medirse que su propia madre? Por lo general las cosas no llegaban más allá de tratar de ser mejor en todo, desde cocinar a coser o quizás un poco de coqueteo inofensivo con su padre. Pero, en el caso de una viuda, Nynaeve vio cómo se ponía en ridículo la hija de aquella mujer al intentar atrapar al hombre con el que su madre tenía intención de casarse. El problema era que Nynaeve no sabía qué hacer con esta actitud estúpida de Elayne. A despecho de los sermones y reprimendas más serias por su parte y por el Círculo de Mujeres, Sari Ayellan no se normalizó hasta que su madre contrajo segundas nupcias y ella misma también encontró un marido.

—Supongo que debió de ser como un segundo padre para ti —apuntó con cuidado la antigua Zahorí. Fingía estar absorta en hacer el equipaje. Desde luego, Thom miraba y trataba a la muchacha como si lo fuera. Aquello explicaba muchas cosas.

—No pienso en él bajo ese aspecto. —Elayne parecía concentrada en decidir cuántas mudas de seda llevarse, pero sus ojos se entristecieron—. En realidad no recuerdo a mi padre; sólo era un bebé cuando él murió. Gawyn dice que se pasaba todo el tiempo con Galad. Lini intentó quitar importancia al asunto, pero sé que nunca vino a vernos a Gawyn o a mí al cuarto de los niños. Sé que lo habría hecho cuando hubiéramos crecido lo bastante para enseñarnos cosas, como hacía con Galad. Pero murió.

—Al menos Thom está en buena forma para la edad que tiene —lo intentó de nuevo Nynaeve—. Nos encontraríamos en un buen aprieto si sufriera de inflamación en las articulaciones. Es algo muy corriente en los hombres mayores.

—Si no fuera por la cojera, todavía sería capaz de dar volteretas hacia atrás. Aunque no me importa que cojee. Es realmente inteligente y tiene una gran experiencia en las cosas mundanas. Es amable y tierno conmigo, y sin embargo me siento muy segura con él. No creo que deba decirle eso. Ya intenta protegerme bastante sin que lo anime.

Con un suspiro, Nynaeve se dio por vencida. Al menos de momento. Puede que Thom viera a Elayne como una hija; pero, si la chica no cambiaba de actitud, el antiguo bardo podría recordar que no lo era, y entonces Elayne se iba a encontrar metida en un buen lío.

—Thom te aprecia mucho, Elayne. —Había llegado el momento de cambiar de tema—. ¿Estás segura de lo de Galad? ¡Elayne! ¿Estás segura de que Galad nos delataría?

La muchacha sufrió un sobresalto, y se borró el ligero frunce de su ceño.

—¿Qué? ¿Galad? Oh, sí, estoy segura, Nynaeve. Y, si rehusamos que nos escolte hasta Caemlyn, sólo servirá para ahorrarle el dilema de tener que tomar él la decisión.

Rezongando para sus adentros, Nynaeve sacó un vestido de amazona, en seda, del baúl. A veces pensaba que el Creador sólo había hecho a los hombres para dar problemas a las mujeres.

17

Hacia el oeste

Cuando la sirvienta regresó con las tocas, Elayne estaba tendida en una de las camas, con una blanca camisola de seda y un paño húmedo sobre los ojos, mientras Nynaeve fingía arreglar el bajo del vestido verde pálido que había llevado puesto Elayne. La antigua Zahorí se pinchaba el pulgar cada dos por tres; jamás lo admitiría ante nadie, pero no era muy buena con la costura. Llevaba puesto el vestido, naturalmente, ya que las doncellas no se repantigaban como las damas, pero se había dejado el pelo suelto. Evidentemente, no tenía intención de salir del cuarto en mucho rato. Le dio las gracias a la chica en un susurro, como para no despertar a la señora, y le ofreció otro penique de plata de propina al tiempo que repetía la orden de que a su señora no se la podía molestar por ningún motivo.

Tan pronto como se cerró la puerta, Elayne se incorporó de un brinco y empezó a sacar los bultos escondidos debajo de las camas. Nynaeve tiró el vestido de seda y echó los brazos hacia atrás para desabotonarse el que llevaba puesto. En un abrir y cerrar de ojos estuvieron listas, Nynaeve con un vestido de lana verde y el de Elayne, en azul, y con los bultos cargados a la espalda. Nynaeve se encargaba del morral donde guardaba las hierbas y el dinero, mientras que Elayne cargaba con las cajas envueltas en la manta. Las amplias y curvadas alas de los gorros les ocultaban tan bien el rostro que Nynaeve pensó que habrían podido pasar por delante de Galad sin que las reconociera, sobre todo llevando ella el pelo suelto; la recordaría con trenza. La señora Jharen, sin embargo, podía parar a dos mujeres desconocidas que bajaban del primer piso cargadas de bultos y paquetes.

La escalera posterior —unos peldaños de piedra adosados a la pared— descendía por el exterior de la posada. Nynaeve sintió una fugaz compasión por Thom y Juilin, que habían tenido que subir los pesados baúles por estos escalones, pero principalmente su atención estaba puesta en el patio del establo y en el edificio de piedra, techado con pizarra, donde se guardaban los caballos. Un perro canela estaba tumbado a la sombra, debajo del carruaje, a resguardo del creciente calor, pero todos los mozos de cuadra se encontraban dentro del edificio. De vez en cuando atisbaba movimiento tras las puertas abiertas del establo, pero nadie salió al patio; también allí dentro estaba agradablemente umbrío.

Cruzaron el patio casi a la carrera y salieron a un callejón estrecho, flanqueado por una de las paredes del establo y un alto muro de piedra. En ese momento pasaba un carro, poco más estrecho que el callejón, cargado hasta los topes de estiércol, con una nube de moscas sobrevolándolo, y dando tumbos. Nynaeve sospechó que el brillo del saidar envolvía a Elayne, aunque no lo veía. Por su parte, confiaba en que el perro no se pusiera a ladrar y que no saliera nadie de las cocinas o del establo. Utilizar el Poder no era el modo de huir a hurtadillas, y abrirse paso a la fuerza dejaría un rastro que Galad seguiría.

El burdo portón de madera que había al final del callejón estaba cerrado sólo con un pestillo; la angosta calle que había al otro lado, flanqueada por sencillas casas de piedra y con tejados de pizarra en la mayoría de los casos, se encontraba vacía excepto por un puñado de niños enzarzados en un juego que parecía consistir en golpearse con un saquillo de judías. El único adulto a la vista era un hombre que daba de comer a las palomas, en la terraza de un edificio que había al otro lado de la calle, con la cabeza y los hombros metidos por la trampilla del palomar. Ni él ni los niños se fijaron en ellas cuando cerraron el pestillo del portón y echaron a andar por la sinuosa calleja, como si no tuvieran nada que ocultar.

Recorrieron unos ocho kilómetros hacia el oeste de Sienda por la polvorienta calzada antes de que Thom y Juilin las alcanzaran; el juglar conducía lo que parecía el carromato de un gitano excepto porque era de un solo color, un verde parduzco, con grandes trozos de pintura desconchada. Nynaeve suspiró con alivio al meter los bultos debajo del pescante y subió junto a él, pero no le hizo gracia ver a Juilin a lomos de Furtivo.