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—Quizá seáis quien decís ser —acotó Luca lentamente—, o tal vez no. Mostradme algo de ese dinero que según vos me daréis. Las promesas pagan pocas copas de vino.

Nynaeve manoseó con rabia dentro del zurrón hasta dar con la bolsa más hinchada de monedas y la agitó delante del hombre, pero volvió a guardarla cuando éste alargó la mano hacia ella.

—Se os dará lo que necesitéis a medida que haga falta. Y los cien marcos de oro después de que lleguemos a Ghealdan. —¡Cien marcos de oro! Tendrían que encontrar a un banquero y usar las cartas de valores que llevaban si Elayne seguía despilfarrando dinero de este modo.

Luca soltó un agrio gruñido.

—Hayáis o no robado ese dinero, no cambia el hecho de que huís de alguien. No pienso arriesgar mi espectáculo, ya sea el ejército o algún señor cairhienino quien os persigue. El lord podría ser incluso peor si cree que he secuestrado a su hermana. Tendréis que mezclaros con mi elenco y enmascararos. —Aquella sonrisa aviesa asomó de nuevo a su rostro; no iba a olvidar el dichoso céntimo de plata—. Todos los que viajan conmigo trabajan en algo, así que también tendréis que trabajar si pretendéis no llamar la atención. Si los otros saben que vais a pagar para salir de Amadicia, le darán a la lengua, y no creo que queráis que ocurra eso. Limpiar las jaulas puede servir; los cuidadores de los caballos se quejan de tener que encargarse también de eso. Incluso recuperaré ese céntimo y os lo devolveré como pago. Que no se diga que Valan Luca no es generoso.

Nynaeve estaba a punto de decir, sin dejar lugar a dudas, que no iban a pagar el viaje a Ghealdan y también a trabajar, cuando Thom le puso la mano en el brazo. Sin decir palabra, se agachó, recogió unas piedrecillas del suelo y empezó a hacer juegos malabares con ellas, haciendo girar seis en círculo.

—Tengo malabaristas —dijo Luca. Las seis piedrecillas aumentaron a ocho, luego a diez y después a una docena—. No eres malo. —El círculo se hizo dos, que se entrelazaron. Luca se frotó la barbilla—. A lo mejor podría buscarte un hueco en el espectáculo.

—También trago fuego —dijo Thom, que dejó caer las piedrecillas—, utilizo cuchillos —ondeó las manos vacías y después pareció sacar una de las piedrecillas de la oreja de Luca—, y hago algunas cosas más.

Luca reprimió una fugaz sonrisa.

—Eso vale en tu caso, pero ¿y los demás? —Parecía enfadado consigo mismo por demostrar un atisbo de entusiasmo o aprobación.

—¿Qué es eso? —preguntó Elayne a la par que señalaba.

Los dos altos postes que Nynaeve había visto levantar estaban sujetos ahora con cuerdas y tenían una pequeña plataforma en la parte alta, con un cable tendido, tirante, sobre los treinta pasos que los separaban. De cada plataforma colgaba una escala de cuerda.

—El aparato que utilizaba Sedrin —contestó Luca, que después sacudió la cabeza—. Sedrin era funambulista. Tentaba a la suerte caminando sobre ese fino cable a diez pasos del suelo. El muy necio.

—Yo puedo hacerlo —le dijo Elayne.

Thom hizo intención de cogerla por el brazo mientras la joven se quitaba la toca y echaba a andar hacia los postes, pero se contuvo tras el leve gesto negativo de la muchacha, que le sonrió. Luca, sin embargo, se interpuso en su camino.

—Escuchad, Morelin, o como quiera que os llaméis. Vuestra frente es demasiado bonita para que la marquen con un hierro al rojo vivo, pero vuestro cuello es mucho más hermoso para que os lo rompáis. Sedrin sabía lo que se traía entre manos y lo hemos enterrado hace menos de una hora. Ése es el motivo de que todo el mundo esté en sus carromatos. Claro que anoche bebió demasiado, después de que nos expulsaran de Sienda, pero lo había visto caminar por el cable con el estómago lleno de brandy sin que pasara nada. Y os diré una cosa: no tenéis que limpiar las jaulas. Os instalaréis en mi carromato y le diremos a todo el mundo que sois mi amante. Sólo en apariencia, naturalmente. —Su maliciosa sonrisa ponía de manifiesto que esperaba que fuera algo más que mera simulación.

La sonrisa que Elayne le asestó en respuesta tendría que haberlo dejado helado.

—Os agradezco la oferta, maese Luca, pero si sois tan amable de apartaros…

Tuvo que hacerlo o la muchacha habría pasado por encima de él. Juilin estrujó el gorro cilíndrico entre las manos y después volvió a encasquetárselo mientras Elayne empezaba a subir por una de las escalas de cuerda, con cierta dificultad por el estorbo de las largas faldas. Nynaeve sabía lo que hacía la joven, y los dos hombres tendrían que haberlo comprendido. Al menos Thom parecía estar al tanto, pero aun así parecía presto para echar a correr hacia el aparato para cogerla si caía. Luca se acercó más, como si tuviera la misma idea.

Elayne se quedó en la plataforma un momento, alisándose el vestido. La plataforma parecía mucho más pequeña y estar mucho más alta ahora que la joven se había subido a ella. Luego, levantando con delicadeza la falda, como para que el repulgo no se le manchara con barro, la muchacha plantó un pie sobre el cable; anduvo por él como si estuviera cruzando una calle. Nynaeve sabía que, en cierto modo, era lo que estaba haciendo. No veía el brillo del saidar, pero sabía que había tejido un paso entre las dos plataformas, sin duda de Aire y tan sólido como piedra.

Inesperadamente, Elayne dio dos volteretas laterales en medio de un remolino de cabellos negros y piernas enfundadas en medias de seda. Durante una fracción de segundo, mientras se ponía derecha, sus faldas parecieron rozar una superficie plana antes de que la joven volviera a recogérselas con rapidez. En dos pasos más llegó a la otra plataforma.

—¿Hacía eso Sedrin, maese Luca?

—Daba saltos mortales —contestó él a voces. Luego, en un susurro, añadió—: Pero no tenía unas piernas así. Conque una dama, ¡ja!

—No soy la única que posee esta habilidad —adujo Elayne—. Juilin y… —Nynaeve sacudió ferozmente la cabeza; encauzara o no encauzara, su estómago aguantaría tan mal aquel cable en el vacío como el mar azotado por la tormenta— y yo hemos hecho esto muchas veces. Vamos, Juilin, sube y demuéstraselo.

A juzgar por la expresión del rastreador, éste habría preferido limpiar las jaulas con sus propias manos. Las jaulas de los leones, con las fieras dentro. Cerró los ojos, sus labios se movieron en una silenciosa plegaria, y trepó por la escala de cuerda como si subiera al patíbulo. Ya en lo alto, su mirada fue de Elayne al cable tendido entre ambos con aterrada concentración. De repente, echó a andar rápidamente, con los brazos extendidos a los lados, los ojos fijos en Elayne y los labios musitando otra plegaria. La joven descendió un tramo de la escala para dejarle espacio en la plataforma, tras lo cual tuvo que ayudarlo a encontrar los peldaños con los pies y guiarlo hasta el suelo.

Thom sonrió a la muchacha, enorgullecido, mientras ésta regresaba junto a ellos y recogía la toca que le había dejado a Nynaeve. El aspecto de Juilin era como si lo hubieran empapado en agua caliente para a continuación escurrirlo.

—Eso estuvo bien —dijo Luca al tiempo que se frotaba la barbilla pensativamente—. No tan bueno como el número de Sedrin, ojo, pero bastante bien. Sobre todo por el hecho de que lo hicisteis parecer tan fácil mientras que… ¿Juilin? Sí, Juilin fingía estar muerto de miedo. Eso funcionará bien. —El rastreador le dedicó una mueca en la que había un atisbo de intención de sacar sus cuchillos. Luca hizo ondear la roja capa al volverse hacia Nynaeve; parecía realmente satisfecho—. ¿Y vos, mi querida Nana? ¿Qué talento sorprendente tenéis vos? ¿Acrobacias, tal vez? ¿O sois tragasables?