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Hizo una pausa, y el otro habló con avidez, como actor que acaba de oír el final de una frase tras la cual le toca hablar.

—¡Circunstancias atenuantes! Ahí está precisamente. Si alguna vez hubo, en caso alguno, circunstancias atenuantes, fue en éste. Amyas Crale era un viejo amigo... su familia y la mía han sido amigas durante generaciones enteras; pero hay que reconocer que su conducta fue francamente vergonzosa. Era artista, claro está, y es de suponer que eso lo explica. Pero ahí está... permitió que surgiera una situación imposible. Era tal, que ningún hombre decente normal hubiera podido soportarla ni un instante.

Dijo Poirot:

—Me interesa que haya dicho eso. Me había interesado esa situación. No es así como obra un hombre bien criado, un hombre de mundo.

El rostro delgado y vacilante de Blake se había animado extraordinariamente. Dijo:

—Sí; pero... ¡la cosa es que Amyas Crale jamás fue un hombre normal, un hombre corriente! Era pintor, ¿comprende?, y para él la pintura estaba antes que todo... ¡de la forma más increíble a veces! Yo, personalmente, no comprendo a los llamados artistas... Nunca los he comprendido. Comprendía a Crale un poco porque, claro, le había conocido toda mi vida. Su familia era de la misma clase que la mía. Y, en muchas cosas, Crale salía a la familia. Sólo era en cuestiones de arte donde no concordaba con los de su clase. No era, en realidad, aficionado en forma alguna. Era un pintor de primera fila... verdaderamente de primera. Algunos dicen que fue un genio.

Tal vez tenga razón, Pero como consecuencia de ello, siempre se encontraba en un estado que yo llamaría de desequilibrio. Cuando estaba pintando un cuadro, ninguna otra cosa importaba, no podía permitir que nada se interpusiera. Parecía en estado de sonambulismo. Completamente obsesionado por lo que estaba haciendo. No salía de su ensimismamiento y no reanudaba su vida normal hasta haber terminado el cuadro.

Miró interrogador a Poirot y éste movió afirmativamente la cabeza.

—Veo que comprende usted. Bueno, pues creo que eso explica por qué surgió esa situación. Estaba enamorado de esa muchacha. Quería casarse con ella. Estaba dispuesto a abandonar a su mujer y a su hija por ella. Pero había empezado a pintarla aquí y quería acabar el cuadro. Nada más le importaba. No veía ninguna otra cosa. Y no parece habérsele ocurrido pensar siquiera que la situación podría ser completamente insoportable para las dos mujeres.

—¿Comprendía alguna de las dos su punto de vista?

—Sí... hasta cierto punto. Supongo que Elsa lo comprendía. Estaba entusiasmada por su arte. Pero era una situación difícil para ella... naturalmente. Y en cuanto a Carolina...

Hizo una pausa. Dijo Poirot:

—En cuanto a Carolina... sí, claro.

Meredith Blake continuó hablando con cierta dificultad:

—Carolina... Yo siempre... Bueno, yo siempre le había tenido mucho afecto a Carolina. Hubo un tiempo en que... en que tuve la esperanza de casarme con ella. Pero esa esperanza pronto se desvaneció. No obstante, permanecí adicto a... a su servicio.

Poirot movió afirmativa y pensativamente la cabeza. Aquella frase levemente anticuada expresaba, estaba seguro, la naturaleza del hombre. Meredith Blake era la clase de individuo capaz de consagrarse a un afecto romántico honorable. Serviría lealmente a su dama y sin esperanza de recompensa. Sí; encajaba divinamente dentro de su carácter.

Dijo, pensando cuidadosamente sus palabras: —¿Usted debió encontrar motivo de resentimiento en la situación... por Carolina?

—Sí... Ya lo creo que sí... Incluso... incluso llegué a reconvenir a Crale por ello. —¿Cuándo fue eso?

—El día antes... antes de que ocurriera. Vinieron a tomar el té aquí, ¿sabe? Llamé aparte a Crale y le... le hablé. Incluso dije, bien lo recuerdo, que no era justo ni para una ni para otra.

—¡Ah! ¿Le dijo usted eso?

—Sí, porque se me antojó que... que no se daba cuenta. —Es posible que no.

—Le dije que estaba colocando a Carolina en una situación completamente insoportable. Si era su intención casarse con aquella muchacha, no debía tenerla alojada en su casa... dándole en las narices a Carolina con ella, como quien dice. Eso resultaba, dije, un insulto inaguantable.

Poirot preguntó con curiosidad: —¿Qué contestó él? Meredith Blake replicó con repugnancia: — Dijo: «Carolina tendrá que aguantarlo.» Hércules enarcó las cejas.

—No fue —dijo— una contestación muy comprensiva.

—En mi opinión fue abominable. Perdí los estribos. Dije que, sin duda, puesto que no quería a su esposa, le importaba un comino lo que ella pudiese sufrir. Pero inquirí, ¿y la muchacha? ¿No se había dado cuenta de que la situación era bastante desagradable para ella? ¡A eso me respondió que Elsa tendría que aguantarse también!

«Luego prosiguió: "No pareces comprender, Meredith, que este cuadro que estoy pintando es el mejor que he hecho hasta ahora. Es bueno, te digo. Y no pienso consentir que un par de mujeres celosas me lo echen a perder... ¡qué rayos voy a consentir!"

»Era inútil hablarle. Le dije que parecía haber olvidado hasta la más elemental decencia. El pintar, le dije, no lo era todo. Él me interrumpió en este punto para decir: "Sí que lo es para mí."

»Yo aún estaba furioso. Le dije que era una vergüenza la manera como siempre había tratado a Carolina. Había llevado una existencia de perros con él. Me dijo que lo sabía y que lo lamentaba. ¡Lamentarlo! Dijo: "Ya sé, Merry, que eso no lo crees... pero es la verdad. Le he hecho la vida un infierno a Carolina, y ella se ha portado como una santa. Pero creo que ella no ignoraba a lo que se exponía casándose conmigo. Le dije francamente la clase de egoísta y libertino que era."

»Le dije, con bastante dureza, que no debía deshacer su matrimonio. Había que pensar en la niña y todo eso. Le dije que comprendía que una muchacha como Elsa trastornara el juicio a un hombre; pero que, incluso por el bien de ella, debía poner fin al asunto. Elsa era muy joven. Se había metido en el asunto de cabeza; pero podría arrepentirse amargamente de ello más adelante. Le pregunté si no podía hacer un esfuerzo, dominarse, romper con ella definitivamente, y volver a su mujer.

—¿Y qué dijo él?

Le contestó Blake:

—Pareció experimentar cierto... cierto embarazo. Me dio unos golpecitos en el hombro y respondió: «Eres un buen chico, Merry. Pero eres demasiado sentimental. Aguarda a que haya terminado el cuadro y reconocerás que tenía razón yo.»

»Yo le dije: "¡Al diablo con el cuadro!" Y él sonrió y dijo que todas las mujeres neuróticas de Inglaterra juntas no bastarían para conseguir que se fuera al diablo su cuadro. Luego le dije que hubiera sido mucho más decente habérselo ocultado todo a Carolina hasta después de terminado el cuadro. Me contestó que eso no era culpa suya. Era Elsa quien se había empeñado en descubrir todo el pastel. Pregunté: "¿Por qué?" Y él me repuso que a ella le había parecido que no resultaba noble proceder de otra manera. Quería que todo estuviese bien claro y que no hubiera tapujos. Bueno, hasta cierto punto, uno podía comprender eso y admirar a la muchacha por ello. Por muy mal que se estuviera portando, quería, por lo menos, ser sincera.

—La sinceridad causa mucho dolor, mucha pena... adicionales —observó Poirot.

Meredith Blake le miró dubitativo. No le gustaba del todo aquel sentimiento. Suspiró:

—Fue... una temporada la mar de desagradable para todos nosotros.

—La única persona que pareció no haber sido afectada era Amyas Crale —dijo Poirot.

—¿Y por qué? Porque era un egoísta completo. Le recuerdo ahora. Reía cuando se fue diciendo: «No te preocupes, Merry. Todo va a salir bien.»

—El incurable optimista —murmuró Poirot.

Dijo Meredith Blake:

—Era uno de esos hombres que no toman en serio a las mujeres. Yo hubiera podido decirle que Carolina estaba desesperada.