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—Es de lamentar —dijo Hércules Poirot cortésmente.

—No sé exactamente cuál será el resultado.

—Sólo puedo asegurarle, lord Dittisham, que seré todo lo discreto posible y que haré todo lo que esté en mis manos para no disgustar a lady Dittisham. Tendrá, sin duda, un temperamento delicado y nervioso.

Entonces de pronto y sorprendentemente, el otro rompió a reír. Dijo:

—¿Elsa? ¡Elsa es más fuerte que un roble!

—Entonces...

Poirot se interrumpió con diplomacia. La situación le intrigaba.

Dijo Lord Dittisham:

—Mi mujer es capaz de soportar una cantidad ilimitada de sacudidas fuertes. No sé si adivinará usted por qué le concede una entrevista.

Poirot replicó con placidez:

—¿Curiosidad?

Una expresión de respeto y admiración apareció en el rostro del otro.

—¡Ah! ¿Se da usted cuenta de eso?

Dijo Poirot:

—Es inevitable. Las mujeres siempre están dispuestas a recibir a un detective particular. Los hombres le mandan a freír espárragos.

—Algunas mujeres le mandarán a freír espárragos también.

—Después de haberle visto... pero no antes.

—Tal vez... ¿Cuál es el objeto de ese libro?

Hércules Poirot se encogió de hombros.

—Hay costumbre de resucitar canciones antiguas, obras de texto viejas, vestidos que pasaron a la historia. También suelen resucitar los asesinatos de antaño.

—¡Uf! —exclamó lord Dittisham.

—¡Uf!, si usted quiere. Pero no cambiará la naturaleza del hombre diciendo uf. El asesinato es un drama, y el deseo de dramas es muy fuerte en el género humano.

Lord Dittisham murmuró:

—Lo sé... lo sé...

—Conque, como comprenderá —prosiguió Poirot—, se escribirá el libro. Mi obligación en este asunto es encargarme de que no se exagere, de que no falseen los hechos conocidos.

—Los hechos son del dominio público... o así lo hubiera creído yo.

—Los hechos, sí; pero no la interpretación que pueda hacerse de ellos.

Preguntó el otro con viveza:

—¿Qué quiere usted decir con eso exactamente, monsieur Poirot?

—Mi querido lord Dittisham, hay muchas maneras de ver, por ejemplo, un hecho histórico. Tomemos un ejemplo. Se han escrito muchos libros sobre María Estuardo, reina de Escocia. Según unos, fue una mártir; según otros, una mujer licenciosa y sin principios; aún hay otros que la consideran una santa ingenua; y no faltan los que la llaman asesina e intrigante, ni los que vean en ella a una víctima de las circunstancias y del destino. Uno puede escoger lo que quiera. Hay para todos los gustos.

—¿Y en este caso? Crale murió a manos de su mujer. Eso, claro está, no lo discute nadie. En la vista de la causa, mi esposa fue objeto de calumnias, en mi opinión inmerecidas. Hubo que sacarla de la sala a escondidas después. La opinión pública se mostró muy hostil contra ella.

—Los ingleses —dijo Poirot— son un pueblo muy moral.

Dijo lord Dittisham:

—¡Maldita sea su estampa, sí que lo son!

Agregó mirando a Poirot:

—¿Y usted?

—Yo —respondió Poirot— llevo una vida muy moral. Eso no es exactamente igual que el tener ideas morales.

Dijo lord Dittisham:

—Me he preguntado más de una vez cómo sería en realidad esa señora Crale. Todo eso de esposa ultrajada... tengo el presentimiento de que algo se ocultaba detrás de todo eso.

—Su esposa tal vez lo sepa.

—Mi esposa —aseguró el otro— no ha mencionado el caso ni una sola vez.

Poirot le miró con creciente interés. Dijo:

—Áh, empiezo a ver...

—¿Qué es lo que ve?

—La imaginación creadora del poeta... —dijo Poirot.

Lord Dittisham se puso en pie e hizo sonar el timbre. Dijo con brusquedad:

—Mi esposa le estará aguardando.

Se abrió la puerta. —¿Llamaba, señor?

—Conduzca a monsieur Poirot a donde lo aguarda la señora.

Dos tramos de escalera arriba, hundiéndose los pies en la gruesa y mullida alfombra. Luz indirecta amortiguada. Dinero, dinero por todas partes En cuanto al gusto, no tanto. Se había notado una austeridad sombría en la habitación de lord Dittisham. Pero allí, en la casa, sólo una franca prodigalidad. Lo mejor, no necesariamente lo más llamativo, ni lo más sorprendente. Sólo «no se repara en gastos» aliado a una falta de imaginación. Poirot se dijo para sí: —¿Rosbif? ¡Sí! ¿Rosbif?

No era muy grande la habitación a la que le condujeron. La sala grande estaba en el primer piso. Ésta era la salita particular de la dueña de la casa, y la dueña de la casa estaba de pie junto a la chimenea cuando Poirot fue anunciado y entró:

Surgió una frase en su sobresaltada mente y se negó a dejarse desterrar. Murió joven...

Eso pensaba al mirar a Elsa Dittisham, que fuera antaño Elsa Greer.

Jamás la hubiera reconocido por el cuadro que Meredith Blake le había enseñado. Aquél había sido, sobre todo, una representación de la juventud, de la vitalidad. Allí no había juventud... Era como si no la hubiese habido nunca. Sin embargo, se dio cuenta, como no se había dado cuenta al ver el cuadro de Crale, que Elsa era hermosa. Sí; fue una mujer muy hermosa la que le salió al encuentro. Y no vieja, desde luego. Después de todo, ¿qué edad tendría? No más de treinta y seis años si había tenido veinte años por la época de la tragedia. La negra cabellera estaba ordenada a la perfección en torno a la bien formada cabeza; las facciones eran casi clásicas; el maquillado era exquisito.

Experimentó una extraña punzada. Tal vez fuera culpa del viejo señor Jonathan por haber hablado de Julieta... No era Julieta aquélla... a menos que uno pudiera imaginarse a Julieta como superviviente quizá... viviendo aún sin su Romeo... ¿No era esencial de Julieta el morir joven?

Elsa Greer había quedado viva... Le estaba saludando en voz sin entonación, casi monótona.

—No sabe el interés que tengo, monsieur Poirot. Siéntese y dígame lo que quiere que haga. Pensó éclass="underline"

«Pero no tiene interés. Nada le interesa a ésta.» Ojos grandes, grises, como lagos muertos. Poirot se hizo, como tenía por costumbre, un poco extranjero.

—Estoy confuso, madame, verdaderamente confuso. —No. ¿Por qué?

—Porque me doy cuenta de que esta... esta reconstrucción de un drama del pasado ha de ser excesivamente dolorosa para usted.

Ella pareció regocijada. Sí; era regocijo, auténtico y sincero regocijo. Murmuró:

—¿Supongo que mi esposo le metería esa idea en la cabeza? Le vio a usted cuando llegó. Claro está, él no comprende en absoluto. Jamás ha comprendido. No soy, ni mucho menos, de una sensibilidad tan grande como él me imagina.

Seguía notándose el regocijo en su voz. Prosiguió: —Mi padre, ¿sabe usted?, fue un peón de una fábrica. Subió a fuerza de trabajar y ganó una fortuna. No se ganan fortunas siendo susceptible. Yo soy como él.

Poirot pensó para sus adentros: «Eso es cierto. Una persona medianamente sensitiva no hubiera ido a parar a casa de Carolina Crale.» Lady Dittisham dijo:

—¿Qué es lo que quiere usted que haga? —¿Está segura, madame, que el revivir el pasado no será doloroso para usted?

Reflexionó ella un momento y se le ocurrió a Poirot que lady Dittisham era una mujer muy sincera. Podía mentir por necesidad, pero nunca por gusto.

Elsa Dittisham le dijo lentamente:

—No, doloroso, no. Hasta cierto punto, me gustaría que lo fuese. —¿Por qué?

Dijo ella con impaciencia::

—Es tan estúpido... no sentir nunca nada...

Y Hércules Poirot pensó:

«Sí, Elsa Greer ha muerto...» En voz alta dijo:

—Sea como fuere, lady Dittisham, eso hace más fácil mi tarea.

Preguntó ella alegremente:

—¿Qué desea usted saber?

—¿Tiene buena memoria, madame?

—Creo que bastante buena.