La señorita Williams replicó pensativa:
—Pueden haber sido menos dañinas de lo que usted cree.
Dijo Poirot::
—Antes de que abandonemos el tema de Carla Lemarchant... de la pequeña Carla Crale de antaño... hay algo que quisiera preguntarle. Si hay alguien que sea capaz de explicarlo, ese alguien es usted.
—¿Bien?
La voz era interrogadora, pero no se comprometía a nada.
Poirot agitó las manos, haciendo un esfuerzo por expresar lo que quería decir.
—Hay algo... unanuance que no puedo definir... pero se me antoja a mí que la niña, cuando la menciono, nunca recibe todo su valor representativo. Cuando hablo de ella, la respuesta viene siempre con cierta vaga sorpresa, como si la persona con quien hablo hubiese olvidado por completo que había una niña. Con franqueza, mademoiselle, ¿verdad que eso no es natural? Una criatura, en tales circunstancias, es una persona importante, no en sí, sino como eje. Amyas Crale puede haber tenido motivos para abandonar a su esposa... o para no abandonarla. Pero en un matrimonio que se deshace, la criatura constituye un punto importante. En este caso, la niña parece haber representado muy poco. Eso me parece a mí... raro.
La señorita Williams se apresuró a contestar:
—Ha puesto usted el dedo en un punto vital, monsieur Poirot. Tiene usted muchísima razón. Y eso explica en parte lo que he dicho hace un instante... que el trasladar a Carla a un ambiente distinto puede haber sido, en algunas cosas, bueno para ella. Cuando fuera mayor, ¿comprende?, hubiese podido padecer de cierta carencia en su vida doméstica.
Se inclinó hacia delante y la señorita Williams siguió hablando lenta y cuidadosamente.
—Como es natural, en mis años de trabajo he visto muchos aspectos del problema de padres e hijos. Muchos niños... la mayoría debiera decir... reciben exceso de atención por parte de los padres. Hay demasiado amor, demasiada custodia. El niño se da cuenta, se inquieta y busca librarse de ello, apartarse y no ser observado. Este caso se da especialmente cuando se trata de un hijo único y, claro está, las madres son las que pecan de este sentido. Las consecuencias son a veces desgraciadas para el matrimonio. El marido se resiente de que le hagan ocupar el segundo lugar y busca consuelo... o más bien, adulación y atenciones... por otro lado y tarde o temprano se llega al divorcio. Lo mejor para una criatura, estoy convencido de ello, es que experimente lo que yo llamaría un sano abandono por parte del padre y de la madre. Esto ocurre normalmente en el caso de una familia numerosa con poco dinero. Se abandona a los niños porque la madre no tiene tiempo para ocuparse de ellos. Ellas se dan perfecta cuenta de que la madre les quiere; pero no se ven molestados por demasiadas demostraciones de semejante hecho.
»Hay otro aspecto, no obstante. Una se tropieza de vez en cuando con un marido y una mujer que se son tan suficientes el uno al otro, que están tan enfrascados el uno en el otro, que la criatura fruto de su matrimonio apenas le parece real a ninguno de los dos. Y en tales circunstancias, yo creo que la criatura llega a sentir resentimiento, a considerarse defraudada y excluida. Comprenderá usted que no hablo de descuido en forma alguna. La señora Crale, por ejemplo, era lo que se llama una excelente madre, siempre con ella en los momentos propicios y mostrándose siempre bondadosa y alegre. Pero a pesar de todo eso, la señora Crale estaba absorta por completo en su marido. Existía, podría decirse, sólo en él y para él.
La ex institutriz hizo una pausa y luego dijo:
—Eso, creo yo, es la justificación de lo que hizo más adelante.
Inquirió Poirot:
—¿Quiere usted decir con eso que más parecían novios que marido y mujer?
—Sí que podría decirlo así.
—¿Él le era tan adicto como ella a él?
—Se quería mucho la pareja. Pero él, claro está, era un hombre.
La señorita Williams consiguió dar a dicha palabra un significado completamente ochocentista.
—Los hombres... —dijo la señorita.
Y se interrumpió.
Como un acaudalado propietario dice «¡Bolchevique!», como un comunista dice: «¡Capitalista!», como una buena ama de casa dice: «¡Cucarachas!», así dijo la señorita Williams «¡Hombres!».
De su vida de institutriz, de solterona, surgió una explosión de feroz feminismo. ¡Nadie que le oyera hablar podía dudar que para la señorita Williams los hombres eran el enemigo!
Poirot dijo:
—No es usted gran admiradora de los hombres.
Ella repuso con sequedad:
—Los hombres son los que sacan el mayor provecho del mundo. Espero que no siempre será así.
Hércules Poirot la miró, calculador. No le costaba trabajo imaginarse a la señorita Williams en plena huelga de hambre pidiendo el voto para la mujer como las antiguas sufragistas. Dejando las generalidades para individualizar, preguntó:
—¿No le era muy simpático Amyas Crale?
—No me era ni pizca de simpático el señor Crale. Sólo merecía mi desaprobación. De haber sido yo su esposa, le hubiese abandonado. Hay cosas que ninguna mujer debiera soportar.
—Pero... ¿la señora Crale las soportó?
—Sí.
—¿Usted opinaba que hacía mal?
—Sí. Una mujer debe tenerse cierto respeto a sí misma y no someterse a una humillación.
—¿Le dijo usted algo de eso alguna vez a la señora Crale?
—Claro que no. No era cosa mía el decirlo. Se me había contratado para educar a Ángela, no para ofrecerle a la señora Crale consejos que ella no me había pedido. El haberlo hecho hubiese sido una impertinencia.
—¿Quería usted a la señora Crale?
—Le tenía mucho afecto a la señora Crale. —La voz eficiente se dulcificó, adquirió un dejo de emoción, de sentimiento—. La quería mucho y la compadecía mucho también.
—¿Y su discípula... Ángela Warren?
—Era una muchacha muy interesante... una de las discípulas más interesantes que he tenido en mi vida. Un buen cerebro en verdad. Indisciplinada, de genio vivo, dificilísima de manejar en muchos aspectos; pero un carácter muy hermoso en realidad.
Hizo una pausa y luego continuó:
—Siempre tuve la esperanza de que lograría hacer algo que valiese la pena. ¡Y lo ha conseguido! ¿Ha leído usted su libro... sobre el Sahara? ¡Y excavó esas interesantes tumbas en el Fayum! Sí; estoy orgullosa de Ángela. No estuve en Alderbury mucho tiempo... dos años y medio..., pero siempre aliento la creencia de que ayudé a estimular su mente juvenil y fomentar su gusto por la arqueología.
Murmuró Poirot:
—Tengo entendido que se decidió continuar su educación mandándola al colegio. Usted debió enterarse de tal decisión con resentimiento.
—Todo lo contrario, monsieur Poirot. Estaba completamente de acuerdo con esa decisión.
Hizo una pausa y continuó:
—Permítame que le explique claramente el asunto. Ángela era una muchacha buena... una muchacha muy buena en verdad... de buen corazón e impulsiva... pero era también lo que yo llamo una muchacha difícil. Es decir, se encontraba en una edad difícil. Siempre existe un momento en que una muchacha no se siente segura de sí... no es ni niña ni mujer. Tan pronto se mostraba Ángela sensata y juiciosa... una mujer en verdad... como recaía y se convertía en niña atrevida, haciendo travesuras, siendo grosera, perdiendo los estribos y enfureciéndose. Las muchachas, ¿sabe?, se sienten difíciles a esa edad... Son enormemente susceptibles. Todo lo que se les dice despierta su resentimiento. Les molesta que se las trate como personas mayores. Ángela se encontraba en ese estado. Tenía accesos de ira. Se molestaba, de pronto, si la hacían rabiar y daba un estallido. Luego se pasaba días enteros con morros, sentada siempre, frunciendo el entrecejo... Y a continuación, con la misma brusquedad, volvía a animarse, a gatear por los árboles, a correr de un lado para otro con los chicos del jardinero, negándose a someterse a autoridad alguna.