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La señorita Williams hizo otra pausa y prosiguió:

—Cuando una muchacha llega a esta etapa de su vida, el colegio ayuda mucho. Necesita el estímulo de otras mentes... Eso, y la sana disciplina de una comunidad, la ayudan a convertirse en un miembro razonable de la sociedad. Las condiciones domésticas en que vivía Ángela no eran lo que yo hubiese llamado ideales. En primer lugar, la señora Crale la mimaba demasiado. Ángela sólo tenía que dirigirle una súplica y podía contar con su apoyo. El resultado de ello era que Ángela consideraba que tenía más derecho que nadie a ocupar el tiempo y la atención de su hermana, y cuando se hallaba de ese humor siempre chocaba con el señor Crale. Como es natural, el señor Crale consideraba que había de ser el primero él... y tenía la intención de serlo. En realidad, quería mucho a la muchacha. Eran buenos compañeros y discutían amigablemente; pero había veces en que el señor Crale se preocupaba de Ángela. Como todos los hombres, era un niño mimado. Esperaba que todo el mundo le mirase a él. En tales ocasiones Ángela y él regañaban en serio... y con mucha frecuencia la señora Crale se ponía de parte de Ángela. Entonces él se ponía furioso. Era en casos así cuando Ángela volvía a sentirse chiquilla y le hacía alguna treta para desahogar su rencor. Él tenía la costumbre de beberse los vasos de un trago y una vez llenó ella el líquido de sal. Como es natural, la bebida hizo de emético y el señor Crale quedó mudo de rabia. Pero lo que en realidad provocó el desenlace fue el que ella le metiera unas babosas en la cama.

El señor Crale les tenía una extraña aversión a las babosas. Perdió los estribos por completo y dijo que había que mandar a la muchacha al colegio. No estaba dispuesto a aguantar cosas así por más tiempo. Ángela se llevó un disgusto terrible... Aunque en realidad, ella misma había expresado más de una vez el deseo de ir a un internado... cuando el señor Crale lo propuso, lo tomó ella como un agravio terrible. La señora Crale no quería que fuese pero se dejó convencer... en gran parte, creo yo, por lo que yo le dije sobre el asunto. Le hice ver que sería una gran ventaja para Ángela y que estaba segura de que ello le haría mucho bien a la muchacha. Con que se acordó que iría a Helston... un colegio muy bueno de la costa del Sur... para el curso de otoño. La señora Crale sin embargo, siguió muy disgustada por ello durante todas las vacaciones. Y Ángela siguió dando muestras de rencor contra el señor Crale siempre que se acordaba. No era cosa seria en realidad, ¿comprende, monsieur Poirot?, pero fue como una especie de corriente subterránea durante el verano de... bueno... de todo lo demás que estaba ocurriendo.

Dijo Poirot:

—¿Se refiere usted... a Elsa Greer?

La señorita Williams contestó con viveza:

—Precisamente.

Y comprimió fuertemente los labios después de haber dicho esta palabra.

—¿Qué opinión tenía usted de Elsa Creer?

—No tenía opinión alguna de ella. Era una joven completamente sin principios. Se hace difícil diseñar su carácter.

—Era muy joven.

—Tenía edad suficiente para poseer más sentido común. Yo no le encuentro excusa... ninguna excusa en absoluto.

—Supongo que se enamoraría de él...

La señorita Williams le interrumpió con un resoplido.

—¡Enamorarse de él! Me parece a mí, monsieur Poirot, que, sean cuales fueren nuestros sentimientos, podemos dominarlos decentemente. Y desde luego, podemos dominar nuestros actos. Esa muchacha no tenía moralidad de ninguna clase. Para ella nada significaba que el señor Crale fuera un hombre casado. Se mostró desvergonzada en todo el asunto... serena y decidida. Es posible que la hubieran criado mal... pero ésta es la única excusa que yo puedo encontrarle.

—La muerte del señor Crale debió de ser un golpe terrible para ella.

—Sí que lo fue. Pero toda la culpa la tuvo ella. Yo no llego al extremo de aprobar el asesinato. No obstante, monsieur Poirot, si alguna vez hubo mujer alguna empujada a cometerlo, esa mujer fue Carolina Crale. Le digo con franqueza que hubo momentos en que me hubiese gustado asesinarlos a los dos. Dándole en la cara a su mujer con esa muchacha, viendo cómo tenía que aguantar ésta la insolencia de la joven... porque sí que era insolente, monsieur Poirot. Oh, no. Amyas Crale se merecía lo que ocurrió. Ningún hombre debe tratar a su mujer como trató él a la suya y no ser castigado por ella. Su muerte fue un castigo justo.

Dijo Hércules Poirot:

—Tiene usted convicciones muy fuertes...

La mujercita le miró con aquellos indomables ojos grises. Contestó:

—Tengo convicciones muy fuertes en cuanto se refiere a lazos matrimoniales. A menos que éstos sean respetados y sostenidos, un país degenera. La señora Crale era una esposa devota y fiel. El marido la insultó abiertamente, introduciendo a su amante en la casa. Como digo, mereció lo que ocurrió. La aguijoneó mucho más de lo que fuerza humana alguna es capaz de soportar y yo, por mi parte, no la culpo por lo que hizo.

Poirot dijo lentamente:

—Obró muy mal... eso lo reconozco..., pero era un gran artista, no lo olvide.

La señorita Williams soltó un ruidoso resoplido:

—Sí, sí, ya lo sé. Ésa es la excusa siempre hoy en día. ¡Un artista! Una excusa para toda clase de vida licenciosa, borracheras, peleas, infidelidad. ¿Y qué clase de artista era el señor Crale, después de todo? Podrá estar de moda admirar sus cuadros unos años. Pero no durará. Pero, ¡si ni siquiera sabía dibujar! ¡Su perspectiva es terrible! Hasta su anatomía era completamente inexacta. Sé algo de lo que me hablo, monsieur Poirot. Estudié pintura una temporada, de niña, en Florencia y, para todo el que conoce y aprecia a los grandes maestros, esos manchones del señor Crale son verdaderamente risibles. Unos cuantos colores salpicados sobre el lienzo... nada de construcción... nada de dibujar cuidadosamente... no —sacudió la cabeza—, no me pida que admire los cuadros del señor Crale.

—Dos de ellos se encuentran expuestos en la Galería Tate[3] —recordó Poirot.

La señorita Williams soltó un respingo.

—Es posible. También hay allí una de las estatuas del señor Epstein, según tengo entendido.

Poirot se dio cuenta que, desde el punto de vista de la señorita Williams se había dicho la última palabra. Abandonó el tema del arte.

—Preguntó:

—¿Estaba usted con la señora Crale cuando halló el cadáver?

—Sí; ella y yo bajamos de la casa después de comer. Angela se había dejado el jersey en la playa mientras se bañaba o en el bote. Siempre era muy descuidada con sus cosas. Me separé de la señora Crale a la puerta del jardín de la Batería. Pero me llamó casi inmediatamente. Creo que el señor Crale llevaba muerto más de una hora. Estaba echado en el banco cerca de su caballete.

—¿Quedó terriblemente impresionada al hacer el descubrimiento?

—¿Qué quiere usted decir, exactamente, con eso, monsieur Poirot?

—Le preguntó cuáles fueron sus impresiones por entonces.

—Ah, ya... Sí; me pareció completamente aturdida. Me mandó telefonear al médico. Después de todo, no podíamos tener la seguridad absoluta de que se hallara muerto... podía haber sido un ataque de catalepsia.

—¿Sugirió ella semejante posibilidad?

—No lo recuerdo.

—¿Y fue usted y telefoneó?

El tono de la señorita Williams se tornó seco y brusco.

—Había recorrido la mitad del camino cuando me encontré con el señor Meredith Blake. Le encargué el recado y volví al lado de la señora Crale. Pensé, ¿comprende?, que pudiera haber sufrido un colapso... y los hombres no sirven para nada en un caso así.

—Y... ¿lo había sufrido?

Dijo la señorita Williams con sequedad: