—¿No encuentra usted ninguna otra explicación?
Ángela aceptó la insinuación con tranquilidad, pero no sin ciertos indicios de interés.
—¡Ah! ¡Comprendo lo que quiere usted decir...! En realidad, nunca he llegado a pensar en semejante posibilidad. ¿Quiere decir con eso que puede haberle matado alguna de las otras personas? ¿Que fue asesinato premeditado?
Podía haberlo sido, ¿verdad?
—Sí; podía haberlo sido... Pero me parece muy poco probable, desde luego.
—Más improbable que el suicidio.
—Eso es difícil de decir... Así, a simple vista, no había motivos para sospechar de ninguna otra persona. Tampoco los hay ahora... No los veo, por lo menos al examinar el asunto retrospectivamente.
—No obstante, admitamos la posibilidad. ¿Quién de todos los íntimamente relacionados con el asunto creería usted... pongámoslo así... la persona más probable.
—Déjeme que lo piense... Bueno, yo no le maté. Y esa Elsa tampoco lo hizo, eso es seguro. Se volvió loca de rabia cuando murió. ¿Quién más había? ¿Meredith Blake? Siempre le fue muy adicto a Carolina; rondaba como un gato por la casa. Supongo que eso podría construir el móvil hasta cierto punto. En las novelas, hubiera podido querer quitar a Amyas del paso para casarse él con Carolina. Pero hubiese logrado eso de igual manera dejando que Amyas se marchara con Elsa y, a su debido tiempo, presentándose a consolar a Carolina. Además, no puedo imaginarme a Meredith como asesino. Demasiado pacífico y demasiado cauteloso. ¿Quién más había?
Sugirió Poirot:
—¿La señorita Williams? ¿Felipe Blake?
Una sonrisa iluminó el rostro de Ángela durante un instante.
—¿La señorita Williams? ¡Una no puede llegar nunca a creer que su propia institutriz haya cometido un asesinato! ¡La señorita Williams era siempre tan inflexible, tan llena de rectitud!
Hizo una pausa y luego continuó:
—Quería mucho a Carolina, claro está. Hubiese hecho cualquier cosa por ella. Y odiaba a Amyas. Era una gran feminista y detestaba a los hombres, ¿Es eso lo suficiente para asesinar? Creo yo que no.
—No lo parecía, por lo menos —asintió Poirot.
Prosiguió Ángela:
—¿Felipe Blake?
Guardó silencio unos instantes. Luego dijo, serenamente:
—Yo creo, ¿sabe?, que si sólo estuviésemos hablando de posibilidades, él sería la persona más probable.
Dijo Poirot:
—Despierta usted mi interés, señorita Warren. ¿Me es lícito preguntarle por qué dice usted eso?
—No puedo darle ninguna razón concreta. Pero por lo que de él recuerdo, yo diría que era una persona de imaginación muy limitada.
—Y... ¿una imaginación limitada le predispone a uno al asesinato?
—Pudiera conducirle a uno a recurrir a un procedimiento de cierta crudeza para resolver sus dificultades. Los hombres de esa clase derivan cierta satisfacción de la acción de una clase o de otra. El asesinato es algo un poco crudo, ¿no le parece?
—Sí... creo que tiene usted razón... Es un punto de vista concreto por lo menos. No obstante, señorita Warren, debe haber algo más que eso en el asunto. ¿Qué posible motivo pudo haber tenido Felipe Blake?
Ángela Warren no contestó inmediatamente. Se quedó mirando al suelo, frunciendo el entrecejo.
Hércules Poirot dijo:
—Era el mejor amigo de Amyas Crale, ¿verdad?
Ella movió afirmativamente la cabeza.
—La tiene a usted preocupada otra cosa, señorita Warren. Algo que aún no me ha dicho usted a mí. ¿Eran acaso rivales los dos hombres en la cuestión de la muchacha... de Elsa?
Ángela Warren sacudió negativamente la cabeza.
—¡Oh, no! Felipe, no.
—¿De qué se trata entonces?
Angela dijo muy despacio:
—¿Se ha dado usted cuenta de cómo recuerda uno las cosas... años después? Le explicaré lo que quiero decir. Alguien me contó un chiste una vez, cuando tenía doce años de edad. No le vi la punta al chiste en absoluto. No me preocupó sin embargo. No creo que volviese ya a acordarme de él. Pero, hace cosa de uno o dos años, cuando estaba viendo una revista sentada en una butaca del teatro, el chiste me acudió a la memoria de nuevo, y me sorprendió tanto, que incluso dije, en alta voz: «¡Oh! ¡Ahora le veo la punta a ese chiste tan estúpido del arroz con leche!» Y, sin embargo, nada se había dicho en escena que recordara ni remotamente el chiste en cuestión. Sólo que habían pronunciado unas palabras un poco atrevidas.
Poirot dijo:
—Comprendo lo que quiere decir, mademoiselle.
—Entonces comprenderá lo que voy a decirle. Paré una vez en un hotel. Al andar por un pasillo, se abrió una puerta de una de las habitaciones y salió por ella una mujer a la que yo conocía. La habitación no era la suya... cosa que su propio semblante delató claramente al verme.
»y comprendí entonces el significado de la expresión que había visto en el rostro de Carolina cuando la vi salir cierta noche del cuarto de Felipe Blake, en Alderbury.
Se inclinó hacia delante, impidiendo que Poirot hablara.
—No se me ocurrió pensar nada por entonces, ¿comprende? Yo sabía cosas... Las muchachas de la edad que yo tenía entonces suelen saberlas... pero no las relacionaba con la realidad. Para mí, el hecho de que Carolina saliera de la alcoba de Felipe Blake no era más que eso: que Carolina había salido de la alcoba de Felipe Blake. Hubiera podido ser la alcoba de la señorita Williams o de la mía. Pero lo que sí noté fue la expresión de su rostro... una expresión extraña que yo no conocía y que no pude comprender. No la comprendí, como le he dicho, hasta aquella noche que, en París, vi la misma expresión en el rostro de otra mujer.
Poirot dijo lentamente:
—Lo que usted me dice, señorita Warren, es bastante asombroso. Del propio Felipe Blake saqué la impresión de que le era antipática su hermana y que siempre se lo había sido.
Contestó Ángela:
—Ya lo sé. No puedo explicar la cosa; pero ahí está.
Poirot asintió con un movimiento de cabeza. Ya, durante su entrevista con Felipe Blake, había experimentado vagamente la sensación de que había algo en sus declaraciones que no sonaba bien. Aquella exagerada animosidad contra Carolina... no había resultado muy natural.
Y las palabras y frases de su conversación con Meredith acudieron a la memoria. «Muy disgustado cuando se casó Amyas... no se acercó a ellos en más de un año...»
Así, pues, ¿habría estado Felipe enamorado de Carolina siempre? Y, al escoger ella a Amyas, ¿se habría convertido en odio el amor de Felipe?
Sí; Felipe se había mostrado demasiado vehemente... demasiado lleno de prejuicios. Poirot evocó su imagen, pensativo; el hombre alegre y próspero, con sus partidos de golf y su cómoda casa. ¿Qué habría sentido Felipe Blake de verdad dieciséis años antes?
Ángela Warren estaba hablando.
—No lo comprendo. Y es que no tengo experiencia en asuntos amorosos... no he tenido yo ninguno. Le he contado esto por lo que pudiera valer... por si... por si pudiera tener alguna relación con lo que después sucedió.
LIBRO SEGUNDO
Capítulo I
Relato de Felipe Blake
(Carta recibida con el manuscrito)
«Querido monsieur Poirot:
«Cumplo mi promesa. Adjunto hallará un relato de los acontecimientos relacionados con la muerte de Amyas Crale. Habiendo transcurrido tanto tiempo, es mi deber hacer constar que mis recuerdos pueden no ser rigurosamente exactos; pero he escrito lo que ocurrió tan exactamente como lo recuerdo.
»Suyo afectísimo,
Felipe Blake.»