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NOTAS SOBRE EL DESARROLLO DE LOS ACONTECIMIENTOS QUE CULMINARON EN EL ASESINATO DE AMYAS CRALE, EN SEPTIEMBRE DE 19...

Mi amistad con el difunto data de una época muy temprana. Su hogar y el mío estaban contiguos en el campo y nuestras familias eran amigas. Amyas tenía algo más de dos años que yo. Jugamos juntos de niños durante las vacaciones, aunque no fuimos al mismo colegio.

Desde el punto de vista de mi larga amistad con el hombre, me considero especialmente autorizado para dar fe de su carácter y de su forma de ver la vida. Y diré esto desde el primer momento: para cualquiera que conociera bien a Amyas Crale, la idea de que pudiera suicidarse resulta absurda. Crale jamás se hubiera suicidado. ¡Amaba demasiado la vida! La teoría de la defensa durante la vista de la causa de que Crale estaba obsesionado por su conciencia y que tomó veneno en un acceso de remordimiento, resulta completamente absurda para cualquiera que conociese al hombre.

Crale, justo es decirlo, tenía muy poca conciencia y esa poca no era morbosa. Por añadidura, su esposa y él se hallaban en malas relaciones y no creo que hubiese tenido escrúpulos de ningún género en poner fin a lo que, para él, era una vida matrimonial muy poco satisfactoria. Estaba dispuesto a cuidarse de su bienestar económico y del de la hija del matrimonio y estoy seguro de que lo hubiera hecho con generosidad. Era un hombre muy generoso, y una persona de muy buen corazón que se hacía querer de todos. No sólo era un gran pintor, sino un hombre a quien le eran adictos todos sus amigos. Que yo sepa, no tenía ningún enemigo.

También había conocido yo a Carolina Crale muchos años. La conocía antes de su matrimonio, cuando solía ir a pasar a Alderbury algunas temporadas. Era entonces una muchacha algo neurótica; pero, indudablemente, persona con la que resultaba difícil convivir.

Dio muestras de tenerle cariño a Amyas casi inmediatamente. Yo no creo que él estuviera muy enamorado de ella en realidad. Pero se encontraban juntos con frecuencia; ella era, como he dicho, atractiva, y acabaron prometiéndose. Los mejores amigos de Amyas Crale miraron con cierta aprensión el matrimonio porque les pareció que Carolina no era la mujer que él necesitaba.

Esto fue causa de que, durante los primeros años, hubiera cierta tensión entre la esposa y los amigos de Crale; pero Amyas era un amigo leal y no estaba dispuesto a renunciar a sus amistades porque se lo ordenara su mujer. Después de unos cuantos años, él y yo seguimos en las mismas relaciones y estuve con frecuencia en Alderbury. Agregaré que fui padrino de la pequeña Carla. Esto demuestra, creo yo, que Amyas me consideraba su mejor amigo y que da autorización para hablar en nombre de un hombre que ya no puede hablar por su cuenta.

Y ahora me ocuparé de los acontecimientos acerca de lo que se me ha pedido que escriba. Llegué a Alderbury (según veo en un antiguo diario) cinco días antes del crimen. Es decir, el trece de septiembre. Me di cuenta enseguida de cierta tensión. También se hallaba en la casa la señorita Greer, a quien Amyas estaba pintando por entonces.

Era la primera vez que veía a la señorita Greer en persona; pero hacía algún tiempo que conocía su existencia. Amyas me había hablado encomiásticamente de ella un mes antes. Había conocido, me dijo, a una muchacha maravillosa. Habló de ella con tanto entusiasmo, que yo le dije, bromeando: «Cuidado, chico, o volverás a perder la cabeza.» Me dijo que no fuera imbécil. Estaba pintando a la muchacha; no tenía el menor interés personal por ella. Le contesté: «¡Cuéntale eso a tu abuela!» Replicó éclass="underline" «Esta vez es distinto.» A lo que yo respondí con cierto cinismo: «¡Siempre lo es!» Amyas pareció entonces preocupado y lleno de ansiedad. Dijo: «No comprendes. Es una niña... casi una criatura.» Agregó que tenía puntos de vista muy modernos y estaba completamente libre de prejuicios anticuados. Agregó: «¡Es honrada, y natural, y no le teme a nada en absoluto!»

Pensé para mis adentros, aunque no lo dije, que a Amyas le había dado muy fuerte aquella vez. Unas semanas más tarde oí comentarios de otras personas. Se decía que «la Greer estaba completamente chiflada por él». No sé que otra persona dijo que no había derecho por parte de Amyas, teniendo en cuenta lo joven que era la muchacha, al oír lo cual alguien se echó a reír y dijo que Elsa Greer sabía andar por el mundo sola divinamente. Otros comentarios fueron que la muchacha nadaba en dinero y que había logrado lo que se proponía, y también que «ella era la que estaba haciendo la mayor parte del gasto». Hubo quien preguntó qué pensaría la mujer de Crale del asunto... y la expresiva contestación fue que ya debía estar acostumbrada a eso. Alguien aseguró que se decía que era muy celosa y que le hacía tan imposible la vida a Crale, que cualquiera en su lugar hubiera estado justificado por echar de vez en cuando una cana al aire.

Menciono todo esto, porque creo que es importante que se comprenda la situación de mi llegada.

Vi a la muchacha con interés. Era sorprendentemente hermosa y muy atractiva y he de confesar que vi con malicioso regocijo que Carolina se hallaba de pésimo humor en verdad.

El propio Amyas Crale parecía menos animado que de costumbre. Aunque para cualquiera que no le conociese bien hubiera parecido poco más o menos igual que siempre, y yo, que tan íntimamente le conocía, noté enseguida varias señales de tensión, de humor incierto, accesos de abstracción y melancolía, irritabilidad general.

Aun cuando siempre mostraba cierta tendencia a la abstracción cuando pintaba, el cuadro que estaba haciendo no era la causa de toda la tensión que en él se observaba. Se alegró de verme y dijo, en cuanto estuvimos solos: «¡Gracias a Dios que has vuelto, Fil! El vivir en una casa con cuatro mujeres es lo bastante para volver loco a cualquiera. Entre todas ellas me mandarían al manicomio.»

La atmósfera estaba sumamente cargada, en efecto. Carolina estaba tomando las cosas bastante mal. De una manera cortés estaba siendo más grosera con Elsa de lo que uno hubiera creído posible, sin llegar a usar una sola palabra ofensiva. Por su parte, Elsa se mostraba abiertamente grosera con Carolina. Tenía la sartén por el mango y lo sabía... y, careciendo de buena crianza, ningún escrúpulo le impedía ser abiertamente mal educada. La consecuencia era que Crale se pasaba la mayor parte del tiempo peleándose con la señorita Ángela cuando no estaba pintando. Las relaciones entre ellos solían ser afectuosas, aunque se hacían rabiar mutuamente y se peleaban una barbaridad. Pero en esta ocasión todo lo que decía o hacía Amyas parecía tener filo y herir y ambos se enfadaron el uno con el otro. La cuarta persona del grupo era la institutriz. «Una bruja de cara agria», la llamaba Amyas. «Me odia como al mismísimo veneno Se está sentada, con los labios comprimidos, expresando sin cesar con sus ademanes lo mucho que desaprueba de mí.»

Fue entonces cuando dijo:

—¡Al diablo con todas las mujeres! Si uno quiere vivir en paz, es preciso que se mantenga alejado de todas ellas.

—No debieras haberte casado —dije yo—. Eres la clase de hombre que debiera haber rehuido a toda costa los lazos domésticos.

Replicó que era demasiado tarde para hablar de eso ahora. Agregó que, sin duda, Carolina quedaría encantada de deshacerse de él. Ésa fue la primera indicación que tuve de que estaba ocurriendo algo fuera de lo normal.

Dije:

—¿Qué ocurre? ¿Es que va en serio eso de la bella Elsa?

Él respondió con una especie de gemido:

—Sí que es hermosa, ¿verdad? A veces siento haberla conocido.

Dije:

—Mira, chico, vas a tener que dominarte un poco. No te interesa enredarte con más mujeres.

Me miró y se echó a reír. Dijo:

—Es muy fácil decir todo eso. No puedo dejar en paz a las mujeres... me es completamente imposible... Y, si pudiera, ellas no me dejarían en paz a mí.

Luego se encogió de hombros, me sonrió y dijo:

—Bueno, supongo que a fin de cuentas todo saldrá bien. Y tendrás que reconocer que el cuadro es bueno.