—Pues entonces no se lo digas.
Replicó éclass="underline"
—No. El rompimiento ha de llegar. Tienes que pertenecerme como es debido, Elsa. Ante el mundo entero. Ser abiertamente mía.
Pregunté:
—¿Y si ella no quiere aceptar el divorcio?
Dijo éclass="underline"
—No temo eso.
—¿Qué es lo que temes, pues?
Él replicó lentamente:
—No lo sé...
Yes que él conocía a Carolina. Yo no.
Si hubiese tenido yo la menor idea...
Volvimos a bajar a Alderbury. La situación fue difícil esta vez. Carolina había concebido sospechas. A mí no me gustó... no me gustó... no me gustó ni pizca. Siempre he odiado el engaño, el obrar a escondidas. Opiné que debíamos decírselo. Amyas se negó rotundamente a consentirlo.
Lo más gracioso del caso es que le tenía sin cuidado en realidad. A pesar de querer a Carolina y de no desear hacerle daño, le tenía completamente sin cuidado la honradez o falta de honradez del asunto. Estaba pintando con una especie de frenesí, y ninguna otra cosa le importaba. Yo no le había visto en uno de sus accesos de trabajo intenso antes. Me di cuenta ahora de que era un gran genio en realidad. Era natural en él dejarse arrastrar de tal manera por su trabajo, que nada importaba la decencia de ninguna otra cosa ya. Pero era distinto para mí. Me encontraba en una situación horrible. Carolina estaba resentida conmigo... y con razón. La única manera de arreglar la situación era ser completamente sinceros con ella y decirle la verdad.
Pero lo único que quiso decir Amyas fue que no iba a consentir que le molestaran, ni le armaran escándalo hasta que hubiese terminado el cuadro. Le dije que probablemente no habría escándalo. Carolina tendría demasiada dignidad y orgullo para eso.
Yo dije:
—Quiero obrar con sinceridad. Tenemos que ser sinceros; muy sinceros.
Dijo Amyas:
—¡Al diablo con la sinceridad! Estoy pintando un cuadro, maldita sea.
Yo comprendía su punto de vista; pero él no quería comprender el mío.
Y a última hora, lo eché todo a rodar. Carolina había estado hablando de no sé qué plan que iban a poner en ejecución Amyas y ella el otoño siguiente. Habló de él con toda confianza. Y de pronto sentí que era abominable lo que estábamos haciendo... dejarla continuar así. Tal vez estuviera yo furiosa también porque Carolina estaba siendo, en realidad muy desagradable conmigo de una manera tan hábil que no había por dónde cogerlo. Conque salté yo y le dije la verdad. Hasta cierto punto, sigo creyendo que hice bien. Aunque, claro está, no lo hubiese hecho de haber sabido las consecuencias que iba a tener.
El choque vino inmediatamente. Amyas se puso furioso conmigo; pero tuvo que reconocer que lo que yo había dicho era cierto.
Yo no comprendí ni pizca a Carolina. Fuimos a casa de Meredith Blake a tomar el té y Carolina desempeñó maravillosamente su papel... riendo y hablando. Yo, idiota de mí, creí que estaba tomando la cosa bien. Era un poco embarazoso que no pudiera yo abandonar la casa; pero Amyas se hubiera vuelto loco de rabia si lo hubiese hecho.
No la vi quitar la conicina. Quiero ser honrada. Conque diré que creo que existe la posibilidad de que la hubiese cogido con la intención que ella mismo dijo: la de suicidarse.
Pero no lo creo en serio. Yo creo que era una de esas mujeres intensamente celosas que no quieren soltar nada que ellas creen les pertenece. Amyas era propiedad suya. Creo que estaba dispuesta a matarle antes de soltarle, antes de renunciar a él definitivamente para que se lo llevara otra mujer. Creo que decidió inmediatamente matarle. Era una mujer muy vengativa. Amyas sabía desde el primer momento que era peligrosa. Yo no lo sabía.
A la mañana siguiente tuvo una discusión final con Amyas. Oí la mayor parte de ella desde fuera, desde la terraza. Él se portó espléndidamente... tuvo mucha paciencia y conservó la serenidad. Le imploró que fuera razonable. Él dijo que les tenía mucho afecto a ella y a la niña y que siempre se lo seguiría teniendo. Haría todo lo que pudiera para asegurar su porvenir. Luego se endureció y dijo:
—Pero ten bien entendido esto: voy a casarme con Elsa y nada me lo impedirá. Tú y yo siempre estuvimos de acuerdo en dejarnos mutuamente en libertad. Estas cosas suceden.
Carolina le contestó:
—Haz lo que te dé la gana. Yo ya te he avisado.
Su voz era tranquila, pero tenía un dejo extraño.
—¿Qué quieres decir, Carolina?
Contestó ella:
—Eres mío y no pienso dejarte marchar. Antes de permitir que te vayas con esa muchacha, te mataré.
En aquel preciso instante Felipe Blake bajó por la terraza. Me puse en pie y le salí al encuentro. No quería que oyese él la discusión.
A los pocos momentos salió Amyas y dijo que era hora de continuar con el cuadro. Bajamos a la Batería. Él no dijo gran cosa. Se limitó a murmurar que Carolina estaba siendo difícil; pero que por el amor de Dios, no habláramos del asunto. Quería concentrarse en lo que estaba haciendo. Con un día más, dijo, seguramente quedaría terminado el cuadro. Agregó:
—Y será lo mejor que haya hecho, Elsa, aun cuando haya habido que pagarlo con sangre y lágrimas.
Un poco más tarde subí a la casa a buscar un jersey. Soplaba un viento fresco. Cuando volví de nuevo, Carolina estaba allí. Supongo que había bajado a dirigirle su última súplica. Felipe y Meredith Blake estaban allí también.
Fue entonces cuando dijo Amyas que tenía sed y que quería beber. Dijo que había cerveza allí, pero que no era fresca.
Carolina dijo que le mandaría cerveza helada. Lo dijo con toda naturalidad, en tono amistoso. Era actriz aquella mujer. Seguramente sabría ya entonces lo que iba a hacer.
Bajó la cerveza diez minutos más tarde. Amyas estaba pintando. Llenó el vaso y lo colocó junto a él. Ninguno de los dos la mirábamos. Amyas estaba absorto en lo que hacía y yo no podía moverme por conservar la postura. Amyas se la bebió de la misma manera que bebía siempre la cerveza, de un solo trago. Luego hizo una mueca y dijo que sabía a rayos..., pero que estaba fresca por lo menos.
Y aun entonces, cuando dijo él eso, no entró en mi cabeza la menor sospecha. Me eché a reír y dije: «¡Eso es del hígado!»
Después de haberle visto bebérsela, Carolina se marchó. Debió ser cosa de cuarenta minutos más tarde cuando Amyas se quejó de entumecimiento y dolores. Dijo creer que tenía algo de reuma muscular. Amyas siempre se había mostrado intolerante con las enfermedades y no le gustaba que le mimasen. Después de hablar quitó importancia a la cosa agregando:
—Achaques de la vejez, supongo. Vas a cargar con un viejo que rechinará a cada movimiento que haga, Elsa.
Le seguí la corriente. Pero observé que movía las piernas con dificultad y de una manera rara; que hizo una mueca más de una vez. Jamás soñé que pudiera no ser reuma. Al poco rato acercó el banco y se dejó caer en él, alargando el brazo de vez en cuando para dar un pincelazo aquí o allá. Hacía eso a veces cuando pintaba. Quedárseme mirando fijamente, y luego hacer lo propio con el lienzo. En ocasiones lo hacía media hora seguida. Conque no me pareció especialmente extraño.
Oímos tocar la campana llamando a comer y él dijo que no pensaba subir. Se quedaría donde estaba y no quería nada. Tampoco eso resultaba anormal. Y desde luego, resultaría mucho más fácil para él que tener que estar sentado frente a Carolina en la mesa
Hablaba de una manera extraña... gruñendo las palabras. Pero a veces hacía eso cuando no estaba satisfecho de la marcha que llevaba el cuadro.
Meredith Blake entró a buscarme. Le dirigió la palabra a Amyas, pero éste se limitó a gruñirle.
Subimos a la casa juntos y le dejamos allí. Le dejamos allí... para que muriera solo. En mi vida había visto yo mucha enfermedad... no sabía nada de eso... creí que Amyas se encontraba en uno de sus humores de pintor. Si yo hubiese sabido... si me hubiera dado cuenta... quizás hubiese podido salvarle un médico... ¡Dios mío! ¿Por qué no haría yo...? Pero nada se adelanta pensando en eso ahora. Fui una ciega y una imbécil. Una loca estúpida y ciega.