—No te vi en la playa.
Y ella se echó a reír. Luego le pregunté dónde tenía el jersey y me contestó que seguramente se lo habría dejado en la playa.
Menciono estos detalles para explicar por qué le dejé a la señora Crale llevar la cerveza al jardín de la Batería.
Del resto de la mañana no guardo el menor recuerdo.
Ángela fue en busca de aguja e hilo y se cosió la falda sin dar más quehacer. Yo creo que me puse a coser algo de ropa blanca de la casa. El señor Crale no subió a comer. Me alegré de que tuviera por lo menos esa decencia.
Después de comer, la señora Crale dijo que iba a la Batería. Yo quería ir a buscar el jersey de Ángela a la playa. Echamos a andar juntas por el camino. Ella entró en la Batería. Yo iba a seguir adelante cuando me hizo retroceder un grito suyo. Como le dije cuando vino usted a verme, ella me pidió que volviera a la casa y telefonease. Camino de la casa me encontré con el señor Meredith Blake y regresé al lado de la señora Crale.
Tal fue la historia que conté cuando se hizo la investigación judicial y que repetí más tarde ante el tribunal.
Lo que estoy a punto de decir ahora, no se lo he dicho nunca a un alma. No se me hizo pregunta alguna a la que diera contestación falsa. No obstante, sí que oculté ciertos hechos, y no me arrepiento de haberlo hecho. Volvería a hacer lo mismo. Me doy perfecta cuenta que, al revelar eso, me expongo a ser censurada; pero no creo que después de haber transcurrido tanto tiempo tomara nadie las cosas demasiado en serio, sobre todo habida cuenta que Carolina Crale fue condenada sin necesidad de mi declaración.
Esto, pues, fue lo que ocurrió:
Me encontré con el señor Meredith, como ya he dicho, y bajé corriendo de nuevo el camino tan aprisa como me fue posible. Llevaba zapatillas y siempre he tenido una pisada ligera. Llegué a la puerta de la Batería y he aquí lo que vi:
La señora Crale estaba muy ocupada limpiando con su pañuelo la botella de cerveza que había sobre la mesa. Habiendo hecho eso, tomó la mano de su esposo y apretó los dedos muertos contra el vidrio de la botella. Mientras tanto, escuchaba alerta. Fue el temor que vi retratado en su semblante lo que me dijo la verdad.
Comprendí entonces, sin el menor género de duda, que Carolina Crale había envenenado a su esposo. Y yo por mi parte, no la culpo a ella. Su marido la había hecho sufrir mucho más de lo que es capaz de soportar ser humano alguno. Él mismo fue culpable de su suerte.
Jamás mencioné el incidente a la señora Crale y nunca supo ella que yo la había visto.
Jamás se lo hubiese dicho a nadie; pero hay una persona que yo creo tiene derecho a saberlo.
La hija de Carolina Crale no debe apuntalar su vida con una mentira. Por mucho que le duela saber la verdad, la verdad es la única cosa que importa.
Dígale de mi parte que su madre no debe ser juzgada. Fue empujada más allá de los límites que una mujer amante puede soportar. A su hija le corresponde comprender y perdonar.
Fin del relato de Cecilia Williams
Capítulo V
Relato de Angela Warren
Querido
monsieur
Poirot:
Cumplo la promesa que le hice y hago constar por escrito todo lo que recuerdo de aquellos terribles días de hace dieciséis años. Pero sólo fue al empezar a hacerlo cuando me di cuenta de cuan poco recordaba en realidad.
Hasta que la cosa llegó a suceder, no hay nada que pudiera servir para fijar los recuerdos.
Recuerdo vagamente días veraniegos... e incidentes aislados... pero no podría asegurar siquiera en qué verano ocurrieron. La muerte de Amyas fue un rayo caído del cielo. Para mí, ocurría sin previo aviso, parece como si se me hubiera pasado por alto todo lo que a su muerte condujo.
He estado intentando pensar si era de esperar o no. ¿Son la mayoría de las muchachas de quince años tan ciegas, sordas y obtusas como parezco haberlo sido yo? Tal vez sí. Era yo rápida en juzgar el humor de las personas; pero nunca me molesté en pensar a qué podían obedecer los mismos.
Además, por aquella época, acababa de empezar a descubrir la intoxicación de las palabras. Cosas que había leído, trozos de poesía, de Shakespeare, repercutían en mi cabeza. Recuerdo ahora que bajaba por el sendero del huerto repitiendo para mis adentros, en una especie de delirio de éxtasis: «...bajo la onda verdosa, vítrea y traslúcida...» Me resultaba tan precioso que no hacía más que repetirlo.
Y mezclados con estos nuevos descubrimientos y emociones, estaban todas las cosas que me habían gustado desde que yo recuerde. Nadar y gatear por los árboles; comer fruta y hacerle jugarretas al mozo de cuadra y dar de comer a los caballos.
Daba por sentada la existencia de Carolina y Amyas. Eran las figuras centrales de mi mundo; pero jamás pensaba en ellos, ni en sus asuntos, ni en lo que pudieran pensar ni sentir.
No presté atención a la llegada de Elsa Greer. Me pareció estúpida, y ni siquiera la creí guapa. La acepté como persona, guapa pero un tanto pesada, a quien Amyas estaba pintando.
En realidad, la primera noticia que tuve yo de todo el asunto fue lo que oí desde la terraza adonde había escapado después de comer un día. ¡Elsa dijo que iba a casarse con Amyas! Me pareció absurdo. Recuerdo que le hablé a Amyas del asunto. Fue en el jardín de Handercross. Le dije:
—¿Por qué dice Elsa que se va a casar contigo? No puede. Nadie puede tener dos mujeres: es bigamia y los meten en la cárcel.
Amyas se enfadó mucho y dijo:
—¿Cómo diablos te enteraste tú de eso?
Le dije que lo había oído por la ventana de la biblioteca.
Se enfureció más que nunca entonces y dijo que iba siendo hora de que me fuera a un colegio y perdiera la costumbre de escuchar conversaciones ajenas.
Aún recuerdo el resentimiento que experimenté cuando dijo él eso. Porque era tan injusto. Completa y absolutamente injusto.
Farfullé, con ira, que yo no había estado escuchando, y de todas formas, dije: ¿Por qué había dicho Elsa una estupidez como ésa?
Amyas dijo que había sido una broma sin importancia, nada más.
Eso debiera de haberme dejado satisfecha. Y lo consiguió casi. Pero no del todo.
Le dije a Elsa, cuando íbamos camino de regreso:
—Le pregunté a Amyas qué querías decir cuando aseguraste que te ibas a casar con él, y él me dijo que sólo había sido una broma.
Me pareció que con eso le bajaría un poco los humos; pero ella se limitó a sonreír.
—No me gustó esa sonrisa suya. Subí al cuarto de Carolina. Era cuando se estaba vistiendo para comer. Le pregunté entonces, sin rodeos, si le era posible a Amyas casarse con Elsa.
Recuerdo la contestación de Carolina como si la estuviera escuchando en este instante. Debió de hablar con mucho énfasis.
—Amyas sólo se casará con Elsa después de haberme muerto yo —dijo.
Eso me tranquilizó por completo. La muerte parecía muy lejos de todos nosotros. No obstante, seguía muy resentida con Amyas por lo que había dicho aquella tarde, y me metí violentamente con él durante toda la cena. Recuerdo que tuvimos una bronca bastante seria y que yo salí corriendo del comedor, subí a mi cuarto, y me quedé dormida a fuerza de berrear.
Es muy confuso el concepto que tengo de lo ocurrido en casa de Meredith Blake. Aunque sí recuerdo que leyó en voz alta el pasaje del Fedon en que se describe la muerte de Sócrates. Nunca lo había oído hasta entonces. Me pareció que era la cosa más hermosa que había escuchado en mi vida. Recuerdo eso, pero no recuerdo cuándo fue. Que yo recuerde ahora, puede haber sido cualquier día de aquel verano.
No recuerdo nada de lo que sucedió a la mañana siguiente, aunque he pensado y pensado hasta hartarme. Tengo una vaga idea de que debí ir a bañarme y creo que recuerdo que me hicieron coser algo.