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Pero todo parece muy nebuloso hasta el momento en que Meredith subió por el camino a la terraza, con la cara muy gris y rara. Recuerdo que una taza de café cayó al suelo y se rompió; eso lo hizo Elsa. Y recuerdo que echó a correr como una desesperada camino abajo... así como recuerdo la expresión terrible de su semblante.

Me puse a repetir para mis adentros: «Amyas ha muerto.» Pero no parecía verosímil.

Recuerdo la llegada del doctor Faussett y la seriedad que reflejaba su semblante. La señorita Williams estaba ocupada cuidando a Carolina. Yo vagué por ahí algo desolada, estorbando a todo el mundo. Experimentaba una sensación muy desagradable. No me querían dejar ir a ver a Amyas. Pero más tarde llegó la policía y anotó cosas en libros y por fin subieron el cuerpo de Amyas en una camilla, cubierto con una sábana.

La señorita Williams me llevó al cuarto de Carolina más tarde. Carolina estaba en el sofá. Parecía muy pálida y enferma.

Me besó y me dijo que quería que me marchase tan pronto como fuera posible, y que todo era horrible, pero que no debiera preocuparme ni pensar en ello, si podía evitarlo. Debía reunirme con Carla en casa de lady Tressilian, porque aquella casa había que conservarla tan vacía como fuera posible.

Me abracé a Carolina y dije que no quería marcharme. Quería quedarme con ella. Ella me contestó que ya lo sabía; pero que era mejor que me marchase y que con ello le quitaría a ella muchas preocupaciones de encima.

Yla señorita Williams intervino y dijo:

—La mejor manera de que ayudes a tu hermana, Ángela, es que hagas lo que ella te pide sin poner dificultades.

Conque contesté que haría lo que Carolina quisiese. Y Carolina dijo: «Así quiero que seas, queridísima Ángela.»

Yme abrazó, y me dije que no había por qué preocupar se, y que hablara y pensara de ello lo menos posible.

Tuve que bajar y hablar con un superintendente de la policía. Fue muy bondadoso, y me preguntó cuándo había visto a Amyas por última vez y la mar de otras cosas que me parecieron sin pies ni cabeza entonces, pero que, claro está, comprendo perfectamente ahora. Se aseguró de que nada podía decirle yo que no se lo hubiese dicho ya alguno de los otros. Conque le dijo a la señorita Williams que no veía razón para impedirme que marchara a Ferrilby Grange, la casa de lady Tresillian.

Fui allí, y Lady Tresillian fue muy bondadosa para conmigo. Pero, claro, pronto tuve que saber la verdad. Detuvieron a Carolina casi inmediatamente. Me horroricé tanto y quedé tan estupefacta que me puse bastante enferma.

Supe después que Carolina estaba la mar de preocupada por mí. Fue a instancias suyas como se me sacó de Inglaterra antes de que se viera la causa. Pero eso se lo he contado ya a usted.

Como verá, lo que tengo que contar es bien poca cosa. Desde que hablé con usted, he repasado lo poco que recuerdo concienzudamente, devanándome los sesos para recordar nada que pudiera denotar culpabilidad. El frenesí de Elena, el semblante preocupado y gris de Meredith, el dolor y la furia de Felipe... todo ello parecía bastante natural. Supongo, sin embargo, que alguien puede haber estado desempeñando un papel, ¿verdad?

Yo sólo sé una cosa: Carolina no lo hizo.

Estoy completamente segura de eso y siempre lo estaré; pero no tengo prueba alguna que ofrecer de ello, salvo mi propio conocimiento de su carácter.

Fin del relato de Ángela Warren

LIBRO TERCERO

ROSEMARY

¿Qué puedo hacer para ahuyentar el recuerdo de mis ojos?

Seis personas pensaban en Rosemary Barton muerta cerca de un año antes...

Capítulo I

Conclusiones

Carla Lemarchant alzó la mirada. Tenía los ojos llenos de fatiga y dolor. Se apartó el cabello de la frente con gesto de cansancio. Dijo:

—¡Es tan desconcertante todo esto! —tocó el montón de manuscritos—. Porque ¡el punto de vista es diferente cada vez! Todos ven a mi madre de una manera distinta, pero los hechos son los mismos. Todos están de acuerdo en lo que a los hechos se refiere.

—¿Le ha desanimado el leerlos?

—Sí; ¿no le ha desanimado a usted?

—No; he encontrado esos documentos de gran valor... y muy informativos.

Poirot hablaba lenta y pensativamente.

Dijo Carla:

—¡Ojalá no los hubiese leído nunca!

Poirot la miró.

—¡Ah...! ¿Conque le producen ese efecto?

Carla dijo con amargura:

—Todos creen que lo hizo ella, todos ellos, menos tía Ángela, y lo que ella piensa no puede ser tenido en cuenta. No tiene razón alguna para creerlo. Es una de esas personas leales a las que nada ni nadie puede hacer flaquear en su lealtad. Se limita a seguir diciendo: «Carolina no puede haberlo hecho.»

—¿Ésa es su impresión?

—¿Qué otra impresión puede producirme? Me he dado cuenta de que, si mi madre no lo hizo, una de estas cinco personas tiene que haberlo hecho. Hasta he tenido mis teorías en lo que se refiere al porqué.

—¡Ah! ¡Eso es interesante! Démelas a conocer.

—¡Oh!, sólo eran teorías. Felipe Blake, por ejemplo. Es agente de Banca y Bolsa; era el mejor amigo de mi padre... probablemente mi padre se fiaba de él. Y los artistas suelen ser despreocupados en cuestiones de dinero. Tal vez se encontraba Felipe Blake en un apuro y usara el dinero de mi padre. Puede haber conseguido que mi padre firmara algo. Luego puede haber estado a punto de descubrirse todo... y sólo la muerte de mi padre podía salvarle. Ésa es una de las cosas que se me ocurrieron.

—No está mal ingeniado desde luego, ni mucho menos. ¿Qué más?

—Tenemos a Elsa... Felipe Blake dice aquí que tenía demasiada inteligencia, o que era demasiado sensata para andar con venenos; pero yo no creo eso ni mucho menos. Supóngase que mi madre hubiera ido a ella y le hubiese dicho que se negaría a divorciarse de mi padre... que nada la induciría a divorciarse. Podrá usted decir lo que quiera, pero yo opino que Elsa tenía mentalidad burguesa... quería estar casada decentemente. Creo que en tal caso Elsa hubiera sido muy capaz de robar el veneno... tuvo tan buena ocasión como los demás aquella tarde... y pudo haber intentado quitar a mi madre del paso envenenándola. Yo creo que eso estaría muy en carácter con ella. Luego, posiblemente, gracias a un accidente, Amyas recibió el veneno en lugar de Carolina.

—Tampoco está mal pensado eso. ¿Qué más?

Carla dijo lentamente:

—Bueno, pues creí... tal vez... ¡Meredith!

—¡Ah...! ¡Meredith Blake?

—Sí. A mí me parece una de esas personas capaces de cometer un asesinato. Quiero decir que era uno de esos hombres indecisos, del que todos se reían y quizás, en el fondo, estaba resentido por ello. Después, mi padre se casó con la muchacha con la que él hubiera querido casarse. Y mi padre era un hombre rico y que había triunfado. Y no se puede negar que preparaba él venenos... Tal vez lo hiciera porque le gustaba la idea de poder matar a alguien algún día. Tenía que llamar la atención hacia el hecho de que le habían robado el veneno para alejar de sí toda sospecha. Pero era mucho más probable que fuera él mismo quien lo hubiese cogido. Hasta es posible que le gustara la idea de hacer ahorcar a Carolina... porque ella le había rechazado por otro, años antes. Se me antoja, ¿sabe?, que es la mar de sospechosa su manera de contar lo sucedido... eso de que la gente hace cosas que no están en consonancia con su carácter. ¿Y si se refiriera a sí mismo al decir eso?

Dijo Hércules Poirot:

—En una cosa tiene usted razón, por lo menos: en no aceptar lo escrito como un relato verídico necesariamente. Lo que se ha escrito puede haberse escrito con la intención de despistar.