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Meredith farfulló algo, lady Dittisham sonrió.

Prosiguió Poirot:

—Menciono estos detalles para ilustrar mi tesis tan sólo, aunque también tiene su relación con lo ocurrido. Está bien, pues; doy principio a mi viaje hacia atrás... para averiguar todo lo que pueda acerca de la tragedia. Les explicaré cómo lo hice. Hablé con el abogado que defendió a Carolina Crale; con el que fue segundo fiscal; con el anciano procurador que había conocido íntimamente a la familia Crale; con el pasante del abogado, que había estado en la sala durante el juicio; con el policía encargado del caso... y llegué, por último, a los cinco testigos oculares. Y con lo que por cada uno de ellos supe, formé una imagen... una imagen compuesta, de una mujer. Y descubrí los siguientes hechos:

»Que en ningún momento Carolina Crale alegó ser inocente (salvo en la carta que le escribió a su hija).

»Que Carolina Crale no dio muestra de temor alguno en el banquillo. Que demostró, incluso, muy poco o ningún interés. Que adoptó desde el primer momento hasta el último, una actitud completamente derrotista. Que en la cárcel estuvo tranquila y serena. Que en una carta que escribió a su hermana inmediatamente después del fallo, expresó su aquiescencia con la suerte que le había alcanzado. Y, en la opinión de todas las personas con quienes hablé, con una notable excepción, Carolina Crale era culpable.

Felipe Blake movió afirmativamente la cabeza.

—¡Claro que lo era!

Dijo Poirot:

—Pero no era deber mío aceptar el fallo de los demás. Tenía que experimentar las pruebas por mi cuenta. Examinar los hechos y quedar convencido de que la psicología del caso concordaba con ellos. Para hacer esto, repasé cuidadosamente los archivos de la policía y también conseguí que las cinco personas que se habían hallado presentes me dieran por escrito su versión de la tragedia. Estos relatos eran de gran valor, porque contenían ciertas cosas que los archivos policíacos no podían proporcionarme, es decir: A, ciertas conversaciones y ciertos incidentes que, desde el punto de vista de la policía, no hacían al caso; B, la opinión de la propia gente acerca de lo que Carolina Crale pensaba y sentía, cosas no admisibles como prueba general; C, ciertos hechos que habían sido ocultados con toda intención a la policía.

»Ahora me hallaba en situación de juzgar el caso por mi cuenta. No parece existir la menor duda de que Carolina Crale tenía motivos más que suficientes para cometer el crimen. Amaba a su esposo, él había reconocido públicamente que estaba a punto de abandonarla por otra mujer y, según propia confesión, era una mujer celosa.

«Pasemos a los móviles, a los medios. En el cajón de su escritorio fue hallado un frasco de perfume vacío, que había contenido conicina. No había en él más huellas dactilares que las de ella. Cuando la interrogó la policía sobre el particular, confesó haber tomado el veneno de este cuarto en que nos encontramos. La botella de conicina aquí también llevaba las huellas dactilares suyas. Interrogué al señor Meredith Blake acerca del orden en que las cinco personas salieron de esta habitación aquel día... porque apenas parecía concebible que pudiera apoderarse nadie del veneno mientras hubiera cinco personas en el cuarto. Salieron del cuarto todos en el orden siguiente: Elsa Greer, Meredith Blake, Ángela Warren y Felipe Blake, Amyas Crale y, por último, Carolina Crale.

«Por añadidura, el señor Meredith Blake estaba de espaldas a la puerta mientras esperaba a que saliera la señora Crale, de suerte que le era imposible ver lo que ella estaba haciendo. Es decir, que ella tuvo la ocasión. Estoy, por consiguiente, dispuesto a creer que ella tomó la conicina. Existen pruebas indirectas que lo confirman. El señor Meredith Blake me dijo el otro día: "Recuerdo haber estado de pie aquí y haber olido el jardín por la ventana abierta".

»Pero era en el mes de septiembre y la enredadera de jazmín que trepa por fuera de la ventana habría terminado ya de florecer. Es el jazmín corriente que florece en junio y julio. Sin embargo, el frasco de esencia hallado en el cuarto de Carolina y que contenía residuos de conicina había contenido esencia de jazmín. Doy por seguro, pues, que la señora Crale decidió robar la conicina y que vació a escondidas el perfume del frasco que llevaba en el bolso.

»Puse a prueba eso por segunda vez el otro día cuando le pedí al señor Blake que cerrara los ojos e intentara recordar el orden en que habían salido todos del cuarto. Una ráfaga de olor a jazmín sirvió para estimular inmediatamente su memoria. A todos nos sugestiona el olfato mucho más de lo que nos suponemos.

«Conque llegamos a la mañana del día de la tragedia. Hasta aquí los hechos no se discuten. La revelación hecha repentinamente por la señorita Greer de que ella y el señor Crale piensan casarse. La confirmación por parte de Amyas Crale, de lo dicho por la señorita Greer y la profunda angustia de Carolina Crale. Ninguna de estas cosas depende de la declaración de una persona nada más.

»A la mañana siguiente hay un escándalo entre marido y mujer en la biblioteca. Lo primero que se oye es que Carolina dice: "¡Tú y tus mujeres!" con amargura y que a continuación asegura: "Un día te mataré." Felipe Blake oyó esto desde el vestíbulo. Y la señorita Greer desde la terraza.

»Esta última oyó entonces que el señor Crale le pedía a su mujer que fuera razonable. Y oyó decir a la señora Crale: "Antes de permitir que te vayas con esa muchacha, te mataré." Poco después de esto, Amyas Crale sale y le dice con brusquedad a Elsa Greer que baje a darle una sesión. Ella va en busca de un jersey y le acompaña.

»No hay nada hasta aquí que resulte psicológicamente inexacto. Todos se han portado como podía esperarse que se portaran. Pero ahora llegamos a algo incongruente.

»Meredith Blake descubre su pérdida, telefonea a su hermano, se encuentran junto al desembarcadero, y suben por el camino pasando junto al jardín de la Batería, donde Carolina Crale está discutiendo con su marido el asunto de la marcha de Ángela al colegio. Eso me parece muy extraño. Marido y mujer tienen una riña terrible que acaba en una amenaza por parte de Carolina. Sin embargo, veinte minutos o así más tarde, baja y da principio a una discusión doméstica trivial.

Poirot se volvió a Meredith Blake.

—Habla usted en su narración de ciertas palabras que oyó usted decir a Crale. Éstas fueron: «Está decidido... Me encargaré de hacerle el equipaje.» ¿No es eso?

Meredith Blake contestó:

—Fue algo así... sí.

Poirot se volvió hacia Felipe Blake.

—¿Es su recuerdo el mismo?

Éste frunció el entrecejo.

—No lo recordaba antes... pero sí que lo recuerdo ahora. Sí que se dijo algo de hacer el equipaje.

—¿Quién fue de los dos el que lo dijo? ¿El señor Crale o la señora Crale?

—Lo dijo Amyas. Lo único que le oí decir a Carolina fue que era un poco duro para la muchacha. De todas formas, ¿qué importa eso? Todos sabíamos que Angela había de marchar al colegio al cabo de un día o dos. Dijo Poirot:

—No ve usted la fuerza de mi objeción. ¿Por qué había de hacerle el equipaje a la muchacha Amyas Crale? ¡Es absurdo eso! Estaba la señora Crale, tenían a la señorita Williams, había una doncella... El hacer el equipaje es trabajo de mujer... no de un hombre. Felipe Blake dijo, con impaciencia: —¿Qué importa eso? No tiene nada que ver con el crimen.

—¿Cree usted que no? Por mi parte, ése fue el primer detalle que se me antojó sugestivo. Y le sigue otro muy de cerca. La señora Crale, una mujer que tiene el corazón transido de dolor, que ha amenazado a su marido poco rato antes y que parece estar pensando suicidarse o asesinar a alguien, ahora ofrece de la forma más amistosa del mundo bajarle a su marido una cerveza helada. Meredith Blake dijo lentamente: