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»Vean cómo, mediante esta explicación, cada pieza del rompecabezas cae en su lugar en cuanto se refiere a las reacciones de Carolina. Contemplen la serie de acontecimientos desde su punto de vista. En primer lugar, la noche anterior ocurre algo que le recuerda, vividamente, su propia e indisciplinada infancia. Angela le tira un pisapapeles a Amyas Crale. Eso, no lo olviden, fue lo que ella hizo muchos años antes. Angela le grita que ojalá estuviera muerto Amyas. Luego, a la mañana siguiente, Carolina entra en el pequeño invernadero y encuentra a Ángela andando con la cerveza. Recuerden las palabras de la señorita Williams: «Ángela estaba allí. Parecía sentirse culpable...» Culpable de haberse escapado, quería decir la señorita Williams; pero para Carolina el rostro culpable de Ángela al ser pillada por sorpresa adquiría un significado distinto. No olviden que, por lo menos en una ocasión antes de eso, Ángela había metido cosas en las bebidas de Amyas. Era una idea que podía ocurrírsele fácilmente.

«Carolina toma la botella que le da Ángela y baja con ella a la Batería. Y allí la abre y le da su contenido a Amyas. Él hace una mueca al bebérsela y pronuncia las expresivas palabras: "Todo tiene un gusto horrible hoy."

«Carolina no tenía sospecha alguna entonces... pero después de comer baja a la Batería y encuentra a su marido muerto, y no le cabe la menor duda de que ha sido envenenado. Ella no lo había hecho. ¿Quién, pues? Y lo recuerda todo de pronto. Las amenazas de Angela... el rostro de Angela al ser sorprendida con la cerveza... culpable... culpable... culpable. ¿Por qué lo ha hecho la criatura? ¿Como venganza, sin intención de matar quizá, con el solo propósito de hacer vomitar a Amyas o de ponerle enfermo? O ¿lo ha hecho por ella, por Carolina? ¿Se ha dado cuenta de que Amyas ha abandonado a su hermana y le guarda rencor? Carolina recuerda... ¡oh!, ¡cuán claramente...!, sus propias emociones indisciplinadas a la edad de Ángela. Y sólo un pensamiento acude a su. cabeza. ¿Cómo proteger a Ángela? Ángela ha tocado aquella botella... las huellas dactilares de Ángela estarán en ella. La limpia rápidamente. ¡Si consigue que todo el mundo crea en un suicidio! ¡Si sólo se encuentran las huellas dactilares de Amyas! Intenta colocar los dedos del muerto en torno a la botella... trabaja apresuradamente... atento el oído para oír si llega alguien...

»Una vez admitida como cierta esta teoría, todo lo demás encaja. La ansiedad de que da muestras por Ángela del principio al fin. Su insistencia en que se la lleven fuera, en que la parten de lo que está sucediendo. Su temor de que la policía interrogue a Ángela más de la cuenta. Y, por último, su abrumadora ansiedad por conseguir que saquen a Ángela de Inglaterra antes de que se vea la causa. Porque siempre teme que Angela se quebrante y confiese.

Capítulo IV

La verdad

Angela Warren se volvió lentamente. Su mirada, dura y desdeñosa, se paseó por los rostros vueltos hacia ella. Dijo:

—Son ciegos e imbéciles... todos ustedes. ¿No comprenden que si lo hubiera hecho yo, hubiese confesado la verdad? ¡Jamás hubiera consentido que Carolina sufriera las consecuencias de mis actos! ¡Jamás!

Dijo Poirot:

—Pero sí que tocó usted la cerveza.

—¿Yo? ¿Tocar la cerveza?

Poirot se volvió a Meredith Blake.

—Escuche, monsieur. En el relato que hace usted aquí de lo sucedido, describe haber oído ruido en este cuarto, que se encuentra debajo de su alcoba en la mañana del crimen.

Blake asintió con un movimiento de cabeza.

—Pero sólo era un gato.

—¿Cómo sabe usted que era un gato?

—No... no lo recuerdo. Pero sé que era un gato. Estoy completamente seguro de que era un gato. La ventana estaba abierta lo bastante, justamente para dar paso a un gato.

—Pero no estaba fija en esa posición. La ventana se mueve con facilidad. Podía haber sido alzada más para que entrara y saliera un ser humano.

—Sí; pero sé que fue un gato.

—¿Usted no vio a un gato?

Blake dijo, perplejo y con ansiedad:

—No; no lo vi... —hizo una pausa, frunciendo el entrecejo—. Y, no obstante, lo sé.

—Le diré por qué lo sabe, dentro de unos instantes. Entretanto, le expondré una teoría. Alguien pudo haberse acercado a la casa aquella mañana, entrado en el laboratorio, tomado algo de un estante y marcharse sin que usted le viera. Ahora bien, si ese alguien había venido de Alderbury, no podía haber sido Felipe Blake, ni Elsa Greer, ni Amyas Crale, ni Carolina Crale. Sabemos perfectamente lo que estaban haciendo esos cuatro. Así, sólo nos quedan Ángela Warren y la señorita Williams. La señorita Williams estuvo aquí... usted mismo la encontró al salir. Le dijo entonces que andaba buscando a Ángela. Ángela había salido temprano a bañarse, pero la señorita Williams no la vio en el agua ni en las rocas. Podía cruzar a nado a esta orilla sin dificultad... es más, lo hizo más tarde aquella mañana cuando se bañaba en compañía de Felipe Blake. Sugiero que cruzó la caleta, se acercó a la casa, se metió por la ventana y se llevó algo del estante.

Angela Warren dijo:

—No hice tal cosa... no... por lo menos...

— ¡Ah! —Poirot dio un grito de triunfo—. ¡Se ha acordado usted! Me dijo ¿no es cierto?, que para gastarle una broma a Amyas Crale había robado usted lo que llamaba «hierba de gato...», así lo expresó...

Meredith dijo con viveza:

—Valeriana, claro está.

—Justo. Eso fue lo que le hizo sentirse a usted tan seguro de que había estado un gato en el cuarto. Tiene usted un olfato muy fino. Olió el leve y desagradable olor de la valeriana sin darse cuenta, quizá, de que lo hacía... pero ello le sugirió subconscientemente un gato. A los gatos les gusta con delirio la valeriana y son capaces de ir a cualquier parte en su busca. La valeriana tiene un gusto especialmente desagradable y fue la descripción que de ella hizo el día antes lo que indujo a la traviesa Ángela a pensar en introducir valeriana en la cerveza de su cuñado, que ella sabía se bebería, como de costumbre, de un trago.

Ángela Warren murmuró:

—¿Fue ese día de verdad? Recuerdo perfectamente haberlo cogido. Sí; recuerdo haber sacado la cerveza y que Carolina entró y casi me pilló en el acto. Claro que lo recuerdo... Pero no se me había ocurrido nunca relacionarlo con aquel día.

—Claro que no... porque no existía relación alguna entre las dos cosas en su pensamiento. Los dos acontecimientos eran completamente distintos para usted. Uno de ellos era una travesura suya más... el otro fue una tragedia algo así como si hubiese estallado una bomba sin previo aviso, cosa que logró desterrar todos los sucesos de menos importancia de su mente. Pero yo noté cuando habló usted de ella que dijo: «Robé, etcétera, etcétera, para introducirlo en la bebida de Amyas.» Usted no dijo que hubiese llegado a hacerlo.

—No, porque no lo llegué a hacer. Carolina entró en el preciso momento en que iba a destapar la botella. ¡Oh! (Esto fue casi un grito.) Y Carolina pensó... ¡pensó que había sido yo!

Calló. Miró a su alrededor. Dijo con voz serena habituaclass="underline"

—Supongo que todos ustedes lo creen también.

Hizo una pausa y agregó:

—Yo no maté a Amyas. Ni como resultado de una broma pesada ni de ninguna otra manera. De haberlo hecho, jamás hubiese callado.