»Y Amyas Crale, hombre que odiaba la enfermedad y se negaba a ceder a ella, siguió pintando con determinación hasta que le fallaron los miembros y su voz se espesó y se vio caído en el banco, impotente, pero con el cerebro despejado aún.
»Sonó la campana para la comida y Meredith abandonó su banco para bajar a la Batería. Yo creo que durante ese breve intervalo, Elsa abandonó su sitio y corrió a la mesa, dejando caer las últimas gotas de veneno en el vaso que había contenido la última bebida, inofensiva. Se deshizo de la jeringuilla por el camino que conducía a la casa, dejándola caer y aplastándola. Luego salió al encuentro de Meredith, a la puerta.
»Se deslumbra uno allí al llegar del sombrío exterior. Meredith no vio con claridad... sólo pudo ver a su amigo en una postura que le era habitual y se dio cuenta que sus ojos se apartaban del cuadro, con lo que a él le pareció una mirada malévola.
»¿Cuánto sabía o adivinaba Amyas? No tenemos medio de calcular qué sabía su mente consciente, pero su mano y sus ojos fueron muy fieles. Eran ya el reflejo de la muerte.
Hércules Poirot señaló con un gesto al cuadro que colgaba de la pared.
—Debí haber comprendido la verdad la primera vez que vi ese cuadro. Porque es un cuadro sorprendente. Es el retrato de una muchacha que está viendo morir a su amante...
Capítulo V
Final
En el silencio que siguió, un silencio de horror, de espanto, el sol se retiró lentamente, abandonando la ventana el último rayo que había iluminado la oscura cabeza y las pálidas pieles de la mujer allí sentada.
Elsa Dittisham se movió y habló. Dijo:
—Llévatelos de aquí, Meredith. Déjame sola con monsieur Poirot.
Permaneció sentada, inmóvil, hasta que la puerta se cerró tras ellos. Luego dijo:
—Es usted muy listo, ¿verdad?
Poirot no respondió.
Dijo ella:
—¿Qué espera usted que haga? ¿Confesar?
Él negó con la cabeza.
Elsa dijo:
—¡Porque no pienso hacer cosa que se le parezca! Y no diré la verdad de nada. Pero lo que digamos aquí juntos, no importa. Porque sólo se tratará, después, de la palabra de usted contra la mía.
—Justo.
—Quiero saber lo que piensa hacer usted.
Contestó Poirot:
—Haré todo lo posible por inducir a las autoridades a que absuelvan póstumamente a Carolina Crale.
Elsa se echó a reír. Dijo:
—¡Cuán absurdo! ¡Ser perdonada por lo que una no ha hecho nunca! ¿Y yo?
—Daré a conocer mis conclusiones a la gente que proceda. Si ésa decide que existe la posibilidad de obtener orden de procesamiento, tal vez dé los pasos necesarios. Le diré a usted que, en mi opinión, no hay pruebas suficientes... sólo hay deducciones, no hechos. Por añadidura, no tendrán muchas ganas de proceder contra una persona de su posición social a menos que haya abundante justificación para hacerlo.
Dijo Elsa:
—Me daría igual. Si me hallara en el banquillo, luchando por defender mi vida... pudiera haber en la situación algo... algo vivo... emocionante. Quizá gozara de encontrarme en ese caso.
—No gozaría su esposo.
Ella le miró con fijeza.
—¿Usted cree que me importa a mí un comino lo que mi esposo pudiera sentir?
—No, no lo creo. No creo que le haya importado a usted nunca lo que haya podido sentir otra persona. De lo contrario, hubiera sido usted más feliz.
Preguntó ella con viveza:
—¿Por qué me compadece?
—Porque, hija mía, tiene usted mucho que aprender.
—¿Qué tengo que aprender yo?
—Todas las emociones de las personas mayores... la compasión, la simpatía, la comprensión. Las únicas cosas que usted conoce... que ha conocido jamás son el amor y el odio.
Dijo Elsa:
—Vi a Carolina coger el veneno. Creí que pensaba suicidarse. Eso hubiera simplificado las cosas. Y luego, a la mañana siguiente, descubrí la verdad. Le dijo que yo no le importaba un comino... sí que le había importado, pero había pasado ya. En cuanto terminara el cuadro, me despediría. Ella no tenía por qué preocuparse, le dijo.
»Y ella... me compadeció... ¿Comprende usted el efecto que eso me hizo? Encontré el veneno y se lo di y le vi morir, sentada en las almenas. Jamás me he sentido más llena de vida, más triunfante, más llena de poder. Le vi morir... Le vi morir...
Extendió las manos bruscamente.
—No comprendí que me estaba matando a mí misma... no a él. Más tarde, la vi a ella cogida en una trampa... y de nada sirvió tampoco. Yo no podía hacerle daño... a ella no le importaba... escapó de todo ello... la mitad del tiempo no estaba en el mismo sitio que su cuerpo. Ella y Amyas... los dos escaparon... Marcharon a donde yo no podía alcanzarlos. Pero no murieron. Fui yo quien murió.
Elsa Dittisham se puso en pie. Cruzó hacia la puerta. Dijo otra vez:
Morí...
—Morí...
En el vestíbulo pasó junto a dos jóvenes cuya vida estaba empezando.
El conductor abrió la portezuela del automóvil. Lady Dittisham subió y se sentó, y el conductor le abrigó las piernas con una manta de pieles.
Notas
[1] Esto es lo que dicen las madres inglesas a sus hijos, correspondiendo cada uno de los cerditos a un dedo. Se empieza por el pulgar, claro está, y se termina por el dedo meñique. En España las madres cuentan a sus hijos cosas por el estilo. Tenemos varias versiones de ese cuentecito, entre las que destaca la siguiente: «Éste es el padre... ésta es la madre... éste hace las sopas... éste se las come todas. Y éste dice: ¡piu! ¡piu!, ¿no hay para raí?» Ninguna de las versiones que yo conozco encaja del todo bien aquí. Se presta mejor la inglesa, que, después de todo, se parece bastante. La traducción exacta de la versión inglesa es la siguiente: «Este cerdito se fue al mercado... este cerdito se quedó en casa... este cerdito comió rosbif... este cerdito no comió nada... y este cerdito lloró. ¡Uy!, ¡uy!, ¡uy!, no encuentro el camino para volver a casa.» (N. del T.)
[2] Médico norteamericano residente en Londres que asesinó a su esposa en 1910 y huyó con su amante a Quebec. Aunque en aquella época su crimen causó sensación, su fama se debe más a que fue el primer criminal en ser detenido gracias a la radiotelegrafía, que entonces estaba en sus balbuceos. A pesar de que aún se hallaba en período experimental el nuevo descubrimiento, el barco en que iba la pareja llevaba instalado un aparato. El capitán, oyendo la descripción de los fugitivos por radio, los reconoció y mandó un mensaje notificándolo a la policía. Dos inspectores embarcaron inmediatamente en un vapor más rápido y los detuvieron en aguas canadienses. (N. del T.)
[3] Museo Nacional de Arte Británico que depende del Museo o Galería Nacional («The National Gallery»). (N. del T.)
[4] Por no suprimir ni tergiversar el original, me veo obligado a poner esta nota. La frase I'll see to her packing puede traducirse por «le haré el equipaje», como he traducido aquí, o por «Me encargaré del equipaje de ella», o «Atenderé al equipaje de ella», pero siempre dando la sensación de que se va a encargar personalmente de hacer el equipaje él.
Lo que dijo Amyas realmente, según Poirot, fue: l'll send to her packing, que se parece mucho en la forma, pero no en el significado. Se trata de un modismo cuyo equivalente español aproximado sería «la largaré, o la mandaré con viento fresco; la despediré, o la echaré».