– No, Christian, es mucho más que eso.
Frunce el ceño.
– Tú me desarmas totalmente, señorita Steele. Por tu inocencia. Que supera cualquier barrera.
– ¿Por eso has cambiado de opinión?
– ¿Cambiado de opinión?
– Sí… sobre… lo nuestro.
Se acaricia la barbilla pensativo con sus largos y hábiles dedos.
– No creo que haya cambiado de opinión en sí. Solo tenemos que redefinir nuestros parámetros, trazar de nuevo los frentes de batalla, por así decirlo. Podemos conseguir que esto funcione, estoy seguro. Yo quiero que seas mi sumisa y tenerte en mi cuarto de juegos. Y castigarte cuando incumplas las normas. Lo demás… bueno, creo que se puede discutir. Esos son mis requisitos, señorita Steele. ¿Qué te parece?
– Entonces, ¿puedo dormir contigo? ¿En tu cama?
– ¿Eso es lo que quieres?
– Sí.
– Pues acepto. Además, duermo muy bien cuando estás conmigo. No tenía ni idea.
Arruga la frente y su voz se apaga.
– Me aterraba que me dejaras si no accedía a todo -susurro.
– No me voy a ir a ninguna parte, Anastasia. Además… -Se interrumpe y, después de pensarlo un poco, añade-: Estamos siguiendo tu consejo, tu definición: compromiso. Lo que me dijiste por correo. Y, de momento, a mí me funciona.
– Me encanta que quieras más -murmuro tímidamente.
– Lo sé.
– ¿Cómo lo sabes?
– Confía en mí. Lo sé.
Me sonríe satisfecho. Me oculta algo. ¿Qué?
En ese momento llega Leandra con el desayuno, poniendo fin a nuestra conversación. Me ruge el estómago, recordándome que estoy muerta de hambre. Christian observa con enojosa complacencia cómo devoro el plato entero.
– ¿Te puedo invitar? -le pregunto.
– Invitar ¿a qué?
– Pagarte el desayuno.
Resopla.
– Me parece que no -suelta con un bufido.
– Por favor. Quiero hacerlo.
Me mira ceñudo.
– ¿Quieres castrarme del todo?
– Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.
– Anastasia, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.
Frunzo los labios.
– No te enfurruñes -me amenaza, con un brillo inquietante en los ojos.
Como era de esperar, no me pregunta la dirección de mi madre. Ya la sabe, como buen acosador que es. Cuando se detiene frente a la puerta de la casa, no hago ningún comentario. ¿Para qué?
– ¿Quieres entrar? -le pregunto tímidamente.
– Tengo que trabajar, Anastasia, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?
Hago caso omiso de la desagradable punzada de desilusión. ¿Por qué quiero pasar hasta el último segundo con este dios del sexo tan controlador? Ah, sí, porque me he enamorado de él y sabe volar.
– Gracias… por el más.
– Un placer, Anastasia.
Me besa e inhalo su sensual olor a Christian.
– Te veo luego.
– Intenta impedírmelo -me susurra.
Le digo adiós con la mano mientras su coche se pierde en la luz del sol de Georgia. Llevo su sudadera y su ropa interior, y tengo mucho calor.
En la cocina, mi madre está hecha un manojo de nervios. No tiene que agasajar a un multimillonario todos los días, y está bastante estresada.
– ¿Cómo estás, cariño? -pregunta, y me sonrojo, porque debe de saber lo que estuve haciendo anoche.
– Estoy bien. Christian me ha llevado a planear esta mañana.
Confío en que ese nuevo dato la distraiga.
– ¿A planear? ¿En uno de esos avioncitos sin motor?
Asiento con la cabeza.
– Uuau.
Se queda sin habla, toda una novedad en mi madre. Me mira pasmada, pero al final se recupera y retoma la línea de interrogatorio inicial.
– ¿Qué tal anoche? ¿Hablasteis?
Dios… Me pongo como un tomate.
– Hablamos… anoche y hoy. La cosa va mejorando.
– Me alegro.
Devuelve su atención a los cuatro libros de cocina que tiene abiertos sobre la mesa.
– Mamá, si quieres cocino yo esta noche.
– Ay, cielo, es un detalle por tu parte, pero quiero hacerlo yo.
– Vale.
Hago una mueca, consciente de que la cocina de mi madre es un poco a lo que salga. Igual ha mejorado desde que se mudó a Savannah con Bob. Hubo un tiempo en que no me habría atrevido a someter a nadie al suplicio de uno de sus platos, ni siquiera a… a ver, alguien a quien odie… ah, sí, a la señora Robinson, a Elena. Bueno, quizá a ella sí. ¿Conoceré algún día a esa maldita mujer?
Decido enviarle un breve e-mail de agradecimiento a Christian.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:20 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Planear mejor que apalear
A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a una chica.
Gracias.
Ana x
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:24 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Planear mejor que apalear
Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos. Yo también lo he pasado bien.
Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:26 EST
Para: Christian Grey
Asunto: RONQUIDOS
YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.
¡Qué poco caballeroso, señor Grey! Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.
Ana
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:28 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Somniloquia
Yo nunca he dicho que fuera un caballero, Anastasia, y creo que te lo he demostrado en numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas CHILLONAS. Pero reconozco que era una mentirijilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormida. Y es fascinante.
¿Qué hay de mi beso?
Christian Grey
Sinvergüenza y presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Maldita sea. Sé que hablo en sueños. Kate me lo ha comentado montones de veces. ¿Qué caray habré dicho? Oh, no.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 10:32 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Desembucha
Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.
A ver, ¿qué he dicho? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 10:35 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Bella durmiente parlante
Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo.
Pero, si te portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.
Hasta luego, nena.
Christian Grey
Sinvergüenza, canalla y presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
¡Genial! Voy a permanecer totalmente incomunicada hasta la noche. Estoy que echo humo. Dios… Supongamos que he dicho en sueños que lo odio, o peor aún, que lo quiero. Uf, espero que no. No estoy preparada para decirle eso, y estoy convencida de que él no está preparado para oírlo, si es que alguna vez quiere oírlo. Miro ceñuda el ordenador y decido que, cocine lo que cocine mi madre, voy a hacer pan, para descargar mi frustración amasando.