Mi madre se ha decidido por un gazpacho y bistecs a la barbacoa marinados en aceite de oliva, ajo y limón. A Christian le gusta la carne, y es fácil de hacer. Bob se ha ofrecido voluntario para encargarse de la barbacoa. ¿Qué tendrán los hombres con el fuego?, me pregunto mientras sigo a mi madre por el súper con el carrito de la compra.
Mientras echamos un vistazo a la sección de carnes, me suena el móvil. Rebusco en el bolso, pensando que podría ser Christian. No reconozco el número.
– ¿Diga? -respondo sin aliento.
– ¿Anastasia Steele?
– Sí.
– Soy Elizabeth Morgan, de SIP.
– Ah… hola.
– Llamo para ofrecerte el puesto de ayudante del señor Hyde. Nos gustaría que empezaras el lunes.
– Uau. Eso es estupendo. ¡Gracias!
– ¿Conoces las condiciones salariales?
– Sí. Sí… bueno, que acepto vuestra propuesta. Me encantaría trabajar para vosotros.
– Fabuloso. Entonces… ¿nos vemos el lunes a las ocho y media?
– Nos vemos. Adiós. Y gracias.
Sonrío feliz a mi madre.
– ¿Tienes trabajo?
Asiento emocionada y ella se pone a chillar y a abrazarme en medio del súper.
– ¡Enhorabuena, cariño! ¡Hay que comprar champán!
Va dando palmas y brincos por los pasillos. ¿Qué tiene, cuarenta y dos años o doce?
Miro el móvil y frunzo el ceño: hay una llamada perdida de Christian. Él nunca me telefonea. Lo llamo enseguida.
– Anastasia -responde de inmediato.
– Hola -murmuro tímidamente.
– Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino de Hilton Head. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.
Parece muy agobiado.
– Nada serio, espero.
– Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a recogerte al aeropuerto si no puedo ir yo.
Suena frío. Enfadado, incluso. Pero, por primera vez, no pienso automáticamente que es por mi culpa.
– Vale. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.
– Tú también, nena -me susurra y, con esas palabras, mi Christian vuelve un instante.
Luego cuelga.
Oh, no. El último «problema» con el que tuvo que lidiar fue el de mi virginidad. Dios, espero que no sea nada de eso. Miro a mi madre. Su júbilo anterior se ha transformado en preocupación.
– Es Christian. Tiene que volver a Seattle. Te pide disculpas.
– ¡Vaya! Qué lástima, cariño. Podemos hacer la barbacoa de todas formas. Además, ahora tenemos algo que celebrar: ¡tu nuevo empleo! Tienes que contármelo todo al respecto.
A última hora de la tarde, mamá y yo estamos tumbadas junto a la piscina. Mamá se ha relajado tanto después de saber que el señor Millonetis no viene a cenar que está tendida completamente horizontal. Tirada al sol, empeñada en librarme de mi palidez, pienso en anoche y en el desayuno de hoy. Pienso en Christian y no puedo quitarme la sonrisa tonta de los labios. Vuelve una y otra vez a mi cara, espontánea y desconcertante, cuando recuerdo nuestras varias conversaciones y lo que hicimos… lo que me hizo.
Parece que ha habido un cambio sustancial en la actitud de Christian. Él lo niega, pero reconoce que está intentando darme más. ¿Qué puede haber cambiado? ¿Qué ha variado entre aquel largo correo que me envió y cuando nos vimos ayer? ¿Qué ha hecho? Me incorporo de pronto y casi tiro el refresco. Cenó con… ella. Con Elena.
¡Maldita sea!
Se me eriza el vello al caer en la cuenta. ¿Le diría algo ella? Ah… si hubiera podido ser una mosca pegada en la pared durante su cena… Habría caído en su sopa o en su copa de vino para que se atragantara.
– ¿Qué pasa, cielo? -me pregunta mi madre, saliendo de golpe de su sopor.
– Cosas mías, mamá. ¿Qué hora es?
– Serán las seis y media, cariño.
Mmm… no habrá aterrizado aún. ¿Se lo puedo preguntar? ¿Debería preguntárselo? A lo mejor ella no tiene nada que ver. Espero fervientemente que sea así. ¿Qué habré dicho en sueños? Mierda… algún comentario inoportuno cuando soñaba con él, seguro. Sea lo que sea, o lo que fuera, confío en que ese cambio repentino sea cosa de él y no se deba a ella.
Me estoy achicharrando con este maldito calor. Necesito darme otro chapuzón.
Mientras me preparo para acostarme, enciendo el ordenador. No he tenido noticias de Christian. Ni siquiera me ha escrito para decirme si ha llegado bien.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 22:32 EST
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Has llegado bien?
Querido señor:
Por favor, hazme saber si has llegado bien. Empiezo a preocuparme. Pienso en ti.
Tu Ana x
A los tres minutos, oigo que me entra un correo.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 19:36
Para: Anastasia Steele
Asunto: Lo siento
Querida señorita Steele:
He llegado bien; por favor, discúlpeme por no haberle dicho nada. No quiero causarle preocupaciones; me reconforta saber que le importo. Yo también pienso en usted y, como siempre, estoy deseando volver a verla mañana.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
Suspiro. Christian ha vuelto a su habitual corrección.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 22:40 EST
Para: Christian Grey
Asunto: El problema
Querido señor Grey:
Me parece que es más que evidente que me importas mucho. ¿Cómo puedes dudarlo?
Espero que tengas controlado «el problema».
Tu Ana x
P.D.: ¿Me vas a contar lo que dije en sueños?
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 19:45
Para: Anastasia Steele
Asunto: Me acojo a la Quinta Enmienda
Querida señorita Steele:
Me encanta saber que le importo tanto. «El problema» aún no se ha resuelto.
En cuanto a su posdata, la respuesta es no.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 22:48 EST
Para: Christian Grey
Asunto: Alego locura transitoria
Espero que fuera divertido, pero que sepas que no me responsabilizo de lo que pueda salir por mi boca mientras estoy inconsciente. De hecho, probablemente me oyeras mal.
A un hombre de tu avanzada edad sin duda le falla un poco el oído.
De: Christian Grey
Fecha: 2 de junio de 2011 19:52
Para: Anastasia Steele
Asunto: Me declaro culpable
Querida señorita Steele:
Perdone, ¿podría hablarme más alto? No la oigo.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 2 de junio de 2011 22:54 EST