– Mantenme informado -espeta y cuelga mientras avanza con paso decidido hacia mí.
Espero paralizada a que cubra la distancia que nos separa, devorándome con la mirada. Madre mía, algo ocurre… la tensión de su mandíbula, la angustia de sus ojos. Se quita la americana, la corbata y, por el camino, las cuelga del sofá. Luego me envuelve con sus brazos y me estrecha contra su cuerpo, con fuerza, rápido, agarrándome de la coleta para levantarme la cabeza, y me besa como si le fuera la vida en ello. ¿Qué diablos pasa? Me quita con violencia la goma del pelo, pero me da igual. Su forma de besarme me resulta primaria, desesperada. Por lo que sea, en este momento me necesita, y yo jamás me he sentido tan deseada. Resulta oscuro, sensual, alarmante, todo a la vez. Le devuelvo el beso con idéntico fervor, hundiendo los dedos en su pelo, retorciéndoselo. Nuestras lenguas se entrelazan, la pasión y el ardor estallan entre los dos. Sabe divino, ardiente, sexy, y su aroma -todo gel de baño y Christian- me excita muchísimo. Aparta su boca de la mía y se me queda mirando, presa de una emoción inefable.
– ¿Qué pasa? -le digo.
– Me alegro mucho de que hayas vuelto. Dúchate conmigo. Ahora.
No tengo claro si me lo pide o me lo ordena.
– Sí -susurro y, cogiéndome de la mano, me saca del salón y me lleva a su dormitorio, al baño.
Una vez allí, me suelta y abre el grifo de la ducha superespaciosa. Se vuelve despacio y me mira, excitado.
– Me gusta tu falda. Es muy corta -dice con voz grave-. Tienes unas piernas preciosas.
Se quita los zapatos y se agacha para quitarse también los calcetines, sin apartar la vista de mí. Su mirada voraz me deja muda. Uau, que te desee tanto este dios griego… Lo imito y me quito las bailarinas negras. De pronto, me coge y me empuja contra la pared. Me besa, la cara, el cuello, los labios… me agarra del pelo. Siento los azulejos fríos y suaves en la espalda cuando se arrima tanto a mí que me deja emparedada entre su calor y la fría porcelana. Tímidamente, me aferro a sus brazos y él gruñe cuando aprieto con fuerza.
– Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro -dice, y me planta las manos en los muslos y me sube la falda-. ¿Aún estás con la regla?
– No -contesto ruborizándome.
– Bien.
Desliza los dedos por las bragas blancas de algodón y, de pronto, se pone en cuclillas para arrancármelas de un tirón. Tengo la falda totalmente subida y arrugada, de forma que estoy desnuda de cintura para abajo, jadeando, excitada. Me agarra por las caderas, empujándome de nuevo contra la pared, y me besa en el punto donde se encuentran mis piernas. Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris. Dios… Echo la cabeza hacia atrás sin querer y gimo, agarrándome a su pelo.
Su lengua es despiadada, fuerte y persistente, empapándome, dando vueltas y vueltas sin parar. Es delicioso y la sensación es tan intensa que casi resulta dolorosa. Me empiezo a acelerar; entonces, para. ¿Qué? ¡No! Jadeo con la respiración entrecortada, y lo miro impaciente. Me coge la cara con ambas manos, me sujeta con firmeza y me besa con violencia, metiéndome la lengua en la boca para que saboree mi propia excitación. Luego se baja la cremallera y libera su erección, me agarra los muslos por detrás y me levanta.
– Enrosca las piernas en mi cintura, nena -me ordena, apremiante, tenso.
Hago lo que me dice y me cuelgo de su cuello, y él, con un movimiento rápido y resuelto, me penetra hasta el fondo. ¡Ah! Gime, yo gruño. Me agarra por el trasero, clavándome los dedos en la suave carne, y empieza a moverse, despacio al principio, con un ritmo fijo, pero, en cuanto pierde el control, se acelera, cada vez más. ¡Ahhh! Echo la cabeza hacia atrás y me concentro en esa sensación invasora, castigadora, celestial, que me empuja y me empuja hacia delante, cada vez más alto y, cuando ya no puedo más, estallo alrededor de su miembro, entrando en la espiral de un orgasmo intenso y devorador. Él se deja llevar con un hondo gemido y hunde la cabeza en mi cuello igual que hunde su miembro en mí, gruñendo escandalosamente mientras se deja ir.
Apenas puede respirar, pero me besa con ternura, sin moverse, sin salir de mí, y yo lo miro extrañada, sin llegar a verlo. Cuando al fin consigo enfocarlo, se retira despacio y me sujeta con fuerza para que pueda poner los pies en el suelo. El baño está lleno de vapor y hace mucho calor. Me sobra la ropa.
– Parece que te alegra verme -murmuro con una sonrisa tímida.
Tuerce la boca, risueño.
– Sí, señorita Steele, creo que mi alegría es más que evidente. Ven, deja que te lleve a la ducha.
Se desabrocha los tres botones siguientes de la camisa, se quita los gemelos, se saca la camisa por la cabeza y la tira al suelo. Luego se quita los pantalones del traje y los boxers de algodón y los aparta con el pie. Empieza a desabrocharme los botones de la blusa blanca mientras lo observo; ansío poder tocarle el pecho, pero me contengo.
– ¿Qué tal tu viaje? -me pregunta a media voz.
Parece mucho más tranquilo ahora que ha desaparecido su inquietud, que se ha disuelto en nuestra unión sexual.
– Bien, gracias -murmuro, aún sin aliento-. Gracias otra vez por los billetes de primera. Es una forma mucho más agradable de viajar. -Le sonrío tímidamente-. Tengo algo que contarte -añado nerviosa.
– ¿En serio?
Me mira mientras me desabrocha el último botón, me desliza la blusa por los brazos y la tira con el resto de la ropa.
– Tengo trabajo.
Se queda inmóvil, luego me sonríe con ternura.
– Enhorabuena, señorita Steele. ¿Me vas a decir ahora dónde? -me provoca.
– ¿No lo sabes?
Niega con la cabeza, ceñudo.
– ¿Por qué iba a saberlo?
– Dada tu tendencia al acoso, pensé que igual…
Me callo al ver que le cambia la cara.
– Anastasia, jamás se me ocurriría interferir en tu carrera profesional, salvo que me lo pidieras, claro.
Parece ofendido.
– Entonces, ¿no tienes ni idea de qué editorial es?
– No. Sé que hay cuatro editoriales en Seattle, así que imagino que es una de ellas.
– SIP.
– Ah, la más pequeña, bien. Bien hecho. -Se inclina y me besa la frente-. Chica lista. ¿Cuándo empiezas?
– El lunes.
– Qué pronto, ¿no? Más vale que disfrute de ti mientras pueda. Date la vuelta.
Me desconcierta la naturalidad con que me manda, pero hago lo que me dice, y él me desabrocha el sujetador y me baja la cremallera de la falda. Me la baja y aprovecha para agarrarme el trasero y besarme el hombro. Se inclina sobre mí y me huele el pelo, inspirando hondo. Me aprieta las nalgas.
– Me embriagas, señorita Steele, y me calmas. Una mezcla interesante.
Me besa el pelo. Luego me coge de la mano y me mete en la ducha.
– Au -chillo.
El agua está prácticamente hirviendo. Christian me sonríe mientras el agua le cae por encima.
– No es más que un poco de agua caliente.
Y, en el fondo, tiene razón. Sienta de maravilla quitarse de encima el sudor de la calurosa Georgia y el del intercambio sexual que acabamos de tener.
– Date la vuelta -me ordena, y yo obedezco y me pongo de cara a la pared-. Quiero lavarte -murmura.
Coge el gel y se echa un chorrito en la mano.
– Tengo algo más que contarte -susurro mientras me enjabona los hombros.
– ¿Ah, sí? -dice.
Respiro hondo y me armo de valor.
– La exposición fotográfica de mi amigo José se inaugura el jueves en Portland.
Se detiene, sus manos se quedan suspendidas sobre mis pechos. He dado especial énfasis a la palabra «amigo».
– Sí, ¿y qué pasa? -pregunta muy serio.
– Le dije que iría. ¿Quieres venir conmigo?
Después de lo que me parece una eternidad, poco a poco empieza a lavarme otra vez.
– ¿A qué hora?
– La inauguración es a las siete y media.