– Un dólar por sus pensamientos.
Grey ha vuelto y me mira fijamente.
Me pongo colorada. Solo estaba pensando en pasarte los dedos por el pelo y preguntándome si sería suave. Niego con la cabeza. Grey lleva una bandeja en las manos, que deja en la pequeña mesa redonda chapada en abedul. Me tiende una taza, un platillo, una tetera pequeña y otro plato con una bolsita de té con la etiqueta TWININGS ENGLISH BREAKFAST, mi favorito. Él se ha pedido un café con un bonito dibujo de una hoja impreso en la espuma de leche. ¿Cómo lo hacen?, me pregunto distraída. También se ha pedido una magdalena de arándanos. Coloca la bandeja a un lado, se sienta frente a mí y cruza sus largas piernas. Parece cómodo, muy a gusto con su cuerpo. Lo envidio. Y aquí estoy yo, desgarbada y torpe, casi incapaz de ir de A a B sin caerme de morros.
– ¿Qué está pensando? -insiste.
– Que este es mi té favorito.
Hablo en voz baja y entrecortada. Sencillamente, no me puedo creer que esté con Christian Grey en una cafetería de Portland. Frunce el ceño. Sabe que estoy escondiéndole algo. Introduzco la bolsita de té en la tetera y casi inmediatamente la retiro con la cucharilla. Grey ladea la cabeza y me mira con curiosidad mientras dejo la bolsita de té en el plato.
– Me gusta el té negro muy flojo -murmuro a modo de explicación.
– Ya veo. ¿Es su novio?
Pero ¿qué dice?
– ¿Quién?
– El fotógrafo. José Rodríguez.
Me río nerviosa, aunque con curiosidad. ¿Por qué le ha dado esa impresión?
– No. José es un buen amigo mío. Eso es todo. ¿Por qué ha pensado que era mi novio?
– Por cómo se sonríen.
Me sostiene la mirada. Es desconcertante. Quiero mirar a otra parte, pero estoy atrapada, embelesada.
– Es como de la familia -susurro.
Grey asiente, al parecer satisfecho con mi respuesta, y dirige la mirada a su magdalena de arándanos. Sus largos dedos retiran el papel con destreza, y yo lo contemplo fascinada.
– ¿Quiere un poco? -me pregunta.
Y recupera esa sonrisa divertida que esconde un secreto.
– No, gracias.
Frunzo el ceño y vuelvo a contemplarme las manos.
– Y el chico al que me presentó ayer, en la tienda… ¿No es su novio?
– No. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer.
¿Qué tonterías son estas?
– ¿Por qué me lo pregunta? -le digo.
– Parece nerviosa cuando está con hombres.
Maldita sea, es algo personal. Solo me pongo nerviosa cuando estoy con usted, Grey.
– Usted me resulta intimidante.
Me pongo colorada, pero mentalmente me doy palmaditas en la espalda por mi sinceridad y vuelvo a contemplarme las manos. Lo oigo respirar profundamente.
– De modo que le resulto intimidante -me contesta asintiendo-. Es usted muy sincera. No baje la cabeza, por favor. Me gusta verle la cara.
Lo miro y me dedica una sonrisa alentadora, aunque irónica.
– Eso me da alguna pista de lo que puede estar pensando -me dice-. Es usted un misterio, señorita Steele.
¿Un misterio? ¿Yo?
– No tengo nada de misteriosa.
– Creo que es usted muy contenida -murmura.
¿De verdad? Uau… ¿cómo lo consigo? Es increíble. ¿Yo, contenida? Imposible.
– Menos cuando se ruboriza, claro, cosa que hace a menudo. Me gustaría saber por qué se ha ruborizado.
Se mete un trozo de magdalena en la boca y empieza a masticarlo despacio, sin apartar los ojos de mí. Y, como no podía ser de otra manera, me ruborizo. ¡Mierda!
– ¿Siempre hace comentarios tan personales?
– No me había dado cuenta de que fuera personal. ¿La he ofendido? -me pregunta en tono sorprendido.
– No -le contesto sinceramente.
– Bien.
– Pero es usted un poco arrogante.
Alza una ceja y, si no me equivoco, también él se ruboriza ligeramente.
– Suelo hacer las cosas a mi manera, Anastasia -murmura-. En todo.
– No lo dudo. ¿Por qué no me ha pedido que lo tutee?
Me sorprende mi osadía. ¿Por qué la conversación se pone tan seria? Las cosas no están yendo como pensaba. No puedo creerme que esté mostrándome tan hostil hacia él. Como si él intentara advertirme de algo.
– Solo me tutea mi familia y unos pocos amigos íntimos. Lo prefiero así.
Todavía no me ha dicho: «Llámame Christian». Es sin duda un obseso del control, no hay otra explicación, y parte de mí está pensando que quizá habría sido mejor que lo entrevistara Kate. Dos obsesos del control juntos. Además, ella es casi rubia -bueno, rubia rojiza-, como todas las mujeres de su empresa. Y es guapa, me recuerda mi subconsciente. No me gusta imaginar a Christian y a Kate juntos. Doy un sorbo a mi té, y Grey se pone otro trozo de magdalena en la boca.
– ¿Es usted hija única? -me pregunta.
Vaya… Ahora cambia de conversación.
– Sí.
– Hábleme de sus padres.
¿Por qué quiere saber cosas de mis padres? Es muy aburrido.
– Mi madre vive en Georgia con su nuevo marido, Bob. Mi padrastro vive en Montesano.
– ¿Y su padre?
– Mi padre murió cuando yo era una niña.
– Lo siento -musita.
Por un segundo la expresión de su cara se altera.
– No me acuerdo de él.
– ¿Y su madre volvió a casarse?
Resoplo.
– Ni que lo jure.
Frunce el ceño.
– No cuenta demasiado de su vida, ¿verdad? -me dice en tono seco frotándose la barbilla, como pensativo.
– Usted tampoco.
– Usted ya me ha entrevistado, y recuerdo algunas preguntas bastante personales -me dice sonriendo.
¡Vaya! Está recordándome la pregunta de si era gay. Vuelvo a morirme de vergüenza. Sé que en los próximos años voy a necesitar terapia intensiva para no sentirme tan mal cada vez que recuerde ese momento. Suelto lo primero que se me ocurre sobre mi madre, cualquier cosa para apartar ese recuerdo.
– Mi madre es genial. Es una romántica empedernida. Ya se ha casado cuatro veces.
Christian alza las cejas sorprendido.
– La echo de menos -sigo diciéndole-. Ahora está con Bob. Espero que la controle un poco y recoja los trozos cuando sus descabellados planes no vayan como ella esperaba.
Sonrío con cariño. Hace mucho que no veo a mi madre. Christian me observa atentamente, dando sorbos a su café de vez en cuando. La verdad es que no debería mirarle la boca. Me perturba.
– ¿Se lleva bien con su padrastro?
– Claro. Crecí con él. Para mí es mi padre.
– ¿Y cómo es?
– ¿Ray? Es… taciturno.
– ¿Eso es todo? -me pregunta Grey sorprendido.
Me encojo de hombros. ¿Qué espera este hombre? ¿La historia de mi vida?
– Taciturno como su hijastra -me suelta Grey.
Me contengo para no soltar un bufido.
– Le gusta el fútbol, sobre todo el europeo, y los bolos, y pescar, y hacer muebles. Es carpintero. Estuvo en el ejército.
Suspiro.
– ¿Vivió con él?
– Sí. Mi madre conoció a su marido número tres cuando yo tenía quince años. Yo me quedé con Ray.
Frunce el ceño, como si no lo entendiera.
– ¿No quería vivir con su madre? -me pregunta.
Francamente, a él qué le importa.
– El marido número tres vivía en Texas. Yo tenía mi vida en Montesano. Y… bueno, mi madre acababa de casarse.
Me callo. Mi madre nunca habla de su marido número tres. ¿Qué pretende Grey? No es asunto suyo. Yo también puedo jugar a su juego.
– Cuénteme cosas sobre sus padres -le pido.
Se encoge de hombros.
– Mi padre es abogado, y mi madre, pediatra. Viven en Seattle.
Vaya… Ha crecido en una familia acomodada. Pienso en una exitosa pareja que adopta a tres niños, y uno de ellos llega a ser un hombre guapo que se mete en el mundo de los negocios y lo conquista sin ayuda de nadie. ¿Qué lo llevó por ese camino? Sus padres deben de estar orgullosos.