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– Ana, ¿estás bien?

José ha salido del bar y se ha acercado a mí.

– Creo que he bebido un poco más de la cuenta -le contesto sonriendo.

– Yo también -murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente-. ¿Te echo una mano? -me pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.

– José, estoy bien. No pasa nada.

Intento apartarlo sin demasiada energía.

– Ana, por favor -me susurra.

Me agarra y me acerca a él.

– José, ¿qué estás haciendo?

– Sabes que me gustas, Ana. Por favor.

Con una mano me mantiene pegada a él, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la cara. ¡Va a besarme…!

– No, José, para… No.

Lo empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverlo. Me ha metido la mano por el pelo y me sujeta la cabeza para que no la mueva.

– Por favor, Ana, cariño -me susurra con los labios muy cerca de los míos.

Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza. Empieza a recorrerme la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada.

– José, no -le suplico.

No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.

– Creo que la señorita ha dicho que no -dice una voz tranquila en la oscuridad.

¡Dios mío! Christian Grey. Está aquí. ¿Cómo? José me suelta.

– Grey -dice José lacónicamente.

Miro angustiada a Christian, que observa furioso a José. Mierda. Siento una arcada y me inclino hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo aparatosamente.

– ¡Uf, Dios mío, Ana!

José se aparta de un salto con asco. Grey me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Observo agradecida que está relativamente oscuro.

– Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro.

Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero vuelvo a vomitar… y otra vez. Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí misma que jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.

He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Grey me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo él podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus iniciales bordadas. CTG. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante, mientras me limpio la boca, me pregunto a qué responde la T. No me atrevo a mirarlo. Estoy muerta de vergüenza. Me doy asco. Quiero que las azaleas del parterre me engullan y desaparecer de aquí.

José sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Christian, pero este es cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente con semblante sereno, inexpresivo. Me giro y miro a José, que también parece bastante avergonzado e intimidado por Grey, como yo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del empresario Christian Grey. Ana, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.

– Bueno… Nos vemos dentro -masculla José.

Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy sola con Grey. Mierda, mierda. ¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberlo llamado.

– Lo siento -susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.

Qué suave es.

– ¿Qué sientes, Anastasia?

Maldita sea, quiere su recompensa.

– Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable -murmuro sintiendo que me pongo roja.

Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.

– A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti -me contesta secamente-. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Anastasia. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?

Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No lo he invitado a venir. Parece un hombre maduro riñéndome como si fuera una cría descarriada. A una parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a él no le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué sigue aquí?

– No -le digo arrepentida-. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita.

De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera una niña.

– Vamos, te llevaré a casa -murmura.

– Tengo que decírselo a Kate.

Vuelvo a estar en sus brazos.

– Puede decírselo mi hermano.

– ¿Qué?

– Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.

– ¿Cómo?

No lo entiendo.

– Estaba conmigo cuando me has llamado.

– ¿En Seattle? -le pregunto confundida.

– No. Estoy en el Heathman.

¿Todavía? ¿Por qué?

– ¿Cómo me has encontrado?

– He rastreado la localización de tu móvil, Anastasia.

Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi subconsciente entre la nube de tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es él, no me importa.

– ¿Has traído chaqueta o bolso?

– Sí, las dos cosas. Christian, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.

Aprieta los labios y suspira ruidosamente.

– Si no hay más remedio…

Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracha, incómoda, agotada, avergonzada y, por extraño que parezca, encantada de la vida. Me lleva de la mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.

En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista de baile está llena. Kate no está en nuestra mesa, y José ha desaparecido. Levi, que está solo, parece perdido y desamparado.

– ¿Dónde está Kate? -grito a Levi.

La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.

– Bailando -me contesta Levi.

Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Christian con recelo. Busco mi chaqueta negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy lista para marcharme en cuanto haya hablado con Kate.

Toco el brazo de Christian, me inclino hacia él y le grito al oído que Kate está en la pista. Le rozo el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.

Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden inmediatamente. El señor Grey, el obseso del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.

– Bebe -me ordena.

Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y sobre los clientes. Grey pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente. Doy un pequeño sorbo.