Entramos en casa.
– Pero es evidente que tú sí -le digo.
No puedo disimular la envidia. Kate siempre se las arregla para cazar hombres. Es irresistible, guapa, sexy, divertida, atrevida… Todo lo contrario que yo. Pero la sonrisa con la que me contesta es contagiosa.
– Y he quedado con él esta noche.
Aplaude y da saltitos como una niña pequeña. No puede reprimir su entusiasmo y su alegría, y yo no puedo evitar alegrarme por ella. Será interesante ver a Kate contenta.
– Esta noche Christian va a llevarme a Seattle.
– ¿A Seattle?
– Sí.
– ¿Y quizá allí…?
– Eso espero.
– Entonces te gusta, ¿no?
– Sí.
– ¿Te gusta lo suficiente para…?
– Sí.
Alza las cejas.
– Uau. Por fin Ana Steele se enamora de un hombre, y es Christian Grey, el guapo y sexy multimillonario.
– Claro, claro, es solo por el dinero.
Sonrío hasta que al final nos da un ataque de risa a las dos.
– ¿Esa blusa es nueva? -me pregunta.
Le cuento los poco excitantes detalles de mi noche.
– ¿Te ha besado ya? -me pregunta mientras prepara un café.
Me ruborizo.
– Una vez.
– ¡Una vez! -exclama.
Asiento bastante avergonzada.
– Es muy reservado.
Kate frunce el ceño.
– Qué raro.
– No creo que la palabra sea «raro», la verdad.
– Tenemos que asegurarnos de que esta noche estés irresistible -me dice muy decidida.
Oh, no… Ya veo que va a ser un tiempo perdido, humillante y doloroso.
– Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora.
– Me bastará con ese ratito. Vamos.
Kate me coge de la mano y me lleva a su habitación.
Aunque en Clayton’s tenemos trabajo, las horas pasan muy lentas. Como estamos en plena temporada de verano, tengo que pasar dos horas reponiendo las estanterías después de haber cerrado la tienda. Es un trabajo mecánico que me deja tiempo para pensar. La verdad es que en todo el día no he podido hacerlo.
Siguiendo los incansables y francamente fastidiosos consejos de Kate, me he depilado las piernas, las axilas y las cejas, así que tengo toda la piel irritada. Ha sido una experiencia muy desagradable, pero Kate me asegura que es lo que los hombres esperan en estas circunstancias. ¿Qué más esperará Christian? Tengo que convencer a Kate de que quiero hacerlo. Por alguna extraña razón no se fía de él, quizá porque es tan estirado y formal. Afirma que no sabría decir por qué, pero le he prometido que le mandaría un mensaje en cuanto llegara a Seattle. No le he dicho nada del helicóptero para que no le diera un pasmo.
También está el tema de José. Tengo tres mensajes y siete llamadas perdidas suyas en el móvil. También ha llamado a casa dos veces. Kate no ha querido concretarle dónde estaba, así que sabrá que está cubriéndome, porque Kate siempre es muy franca. Pero he decidido dejarle sufrir un poco. Todavía estoy enfadada con él.
Christian comentó algo sobre unos papeles, y no sé si estaba de broma o si voy a tener que firmar algo. Me desespera tener que andar conjeturando todo el tiempo. Y para colmo de desdichas, estoy muy nerviosa. Hoy es el gran día. ¿Estoy preparada por fin? La diosa que llevo dentro me observa golpeando impaciente el suelo con un pie. Hace años que está preparada, y está preparada para cualquier cosa con Christian Grey, aunque todavía no entiendo qué ve en mí… la timorata Ana Steele… No tiene sentido.
Es puntual, por supuesto, y cuando salgo de Clayton’s está esperándome, apoyado en la parte de atrás del coche. Se incorpora para abrirme la puerta y me sonríe cordialmente.
– Buenas tardes, señorita Steele -me dice.
– Señor Grey.
Inclino la cabeza educadamente y entro en el asiento trasero del coche. Taylor está sentado al volante.
– Hola, Taylor -le digo.
– Buenas tardes, señorita Steele -me contesta en tono educado y profesional.
Christian entra por la otra puerta y me aprieta la mano suavemente. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
– ¿Cómo ha ido el trabajo? -me pregunta.
– Interminable -le contesto con voz ronca, demasiado baja y llena de deseo.
– Sí, a mí también se me ha hecho muy largo.
– ¿Qué has hecho? -logro preguntarle.
– He ido de excursión con Elliot.
Me golpea los nudillos con el pulgar una y otra vez. El corazón deja de latirme y mi respiración se acelera. ¿Cómo es posible que me afecte tanto? Solo está tocando una pequeña parte de mi cuerpo, y ya se me han disparado las hormonas.
El helipuerto está cerca, así que, antes de que me dé cuenta, ya hemos llegado. Me pregunto dónde estará el legendario helicóptero. Estamos en una zona de la ciudad llena de edificios, y hasta yo sé que los helicópteros necesitan espacio para despegar y aterrizar. Taylor aparca, sale y me abre la puerta. Al momento Christian está a mi lado y vuelve a cogerme de la mano.
– ¿Preparada? -me pregunta.
Asiento. Quisiera decirle: «Para todo», pero estoy demasiado nerviosa para articular palabra.
– Taylor.
Hace un gesto al chófer, entramos en el edificio y nos dirigimos hacia los ascensores. ¡Un ascensor! El recuerdo del beso de la mañana vuelve a obsesionarme. No he pensado en otra cosa en todo el día. En Clayton’s no podía quitármelo de la cabeza. El señor Clayton ha tenido que gritarme dos veces para que volviera a la Tierra. Decir que he estado distraída sería quedarse muy corto. Christian me mira con una ligera sonrisa en los labios. ¡Ajá! También él está pensando en lo mismo.
– Son solo tres plantas -me dice con ojos divertidos.
Tiene telepatía, seguro. Es espeluznante.
Intento mantener el rostro impasible cuando entramos en el ascensor. Las puertas se cierran y ahí está la extraña atracción eléctrica, crepitando entre nosotros, apoderándose de mí. Cierro los ojos en un vano intento de pasarla por alto. Me aprieta la mano con fuerza, y cinco segundos después las puertas se abren en la terraza del edificio. Y ahí está, un helicóptero blanco con las palabras GREY ENTERPRISES HOLDINGS, INC. en color azul y el logotipo de la empresa a un lado. Seguro que esto es despilfarrar los recursos de la empresa.
Me lleva a un pequeño despacho en el que un hombre mayor está sentado a una mesa.
– Aquí tiene su plan de vuelo, señor Grey. Lo hemos revisado todo. Está listo, esperándole, señor. Puede despegar cuando quiera.
– Gracias, Joe -le contesta Christian con una cálida sonrisa.
Vaya, alguien que merece que Christian lo trate con educación. Quizá no trabaja para él. Observo al anciano asombrada.
– Vamos -me dice Christian.
Y nos dirigimos al helicóptero. De cerca es mucho más grande de lo que pensaba. Suponía que sería un modelo pequeño, para dos personas, pero tiene como mínimo siete asientos. Christian abre la puerta y me señala un asiento de los de delante.
– Siéntate. Y no toques nada -me ordena subiendo detrás de mí.
Cierra de un portazo. Me alegro de que toda la zona alrededor esté iluminada, porque de lo contrario apenas vería nada en la cabina. Me acomodo en el asiento que me ha indicado y él se inclina hacia mí para atarme el cinturón de seguridad. Es un arnés de cuatro bandas, todas ellas unidas en una hebilla central. Aprieta tanto las dos bandas superiores que apenas puedo moverme. Está pegado a mí, muy concentrado en lo que hace. Si pudiera inclinarme un poco hacia delante, hundiría la nariz entre su pelo. Huele a limpio, a fresco, a gloria, pero estoy firmemente atada al asiento y no puedo moverme. Levanta la mirada hacia mí y sonríe, como si le divirtiera esa broma que solo él entiende. Le brillan los ojos. Está tentadoramente cerca. Contengo la respiración mientras me aprieta una de las bandas superiores.
– Estás segura. No puedes escaparte -me susurra-. Respira, Anastasia -añade en tono dulce.
Se incorpora, me acaricia la mejilla y me pasa sus largos dedos por debajo de la mandíbula, que sujeta con el pulgar y el índice. Se inclina hacia delante y me da un rápido y casto beso. Me quedo impactada, revolviéndome por dentro ante el excitante e inesperado contacto de sus labios.