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– Me gusta este arnés -me susurra.

¿Qué?

Se acomoda a mi lado, se ata a su asiento y empieza un largo protocolo de comprobar indicadores, mover palancas y pulsar botones del alucinante despliegue de esferas, luces y mandos. En varias esferas parpadean lucecitas, y todo el cuadro de mandos está iluminado.

– Ponte los cascos -me dice señalando unos auriculares frente a mí.

Me los pongo y el rotor empieza a girar. Es ensordecedor. Se pone también él los auriculares y sigue moviendo palancas.

– Estoy haciendo todas las comprobaciones previas al vuelo.

Oigo la incorpórea voz de Christian por los auriculares. Me giro y le sonrío.

– ¿Sabes lo que haces? -le pregunto.

Se gira y me sonríe.

– He sido piloto cuatro años, Anastasia. Estás a salvo conmigo -me dice sonriéndome de oreja a oreja-. Bueno, mientras estemos volando -añade guiñándome un ojo.

¡Christian me ha guiñado un ojo!

– ¿Lista?

Asiento con los ojos muy abiertos.

– De acuerdo, torre de control. Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango Golf-Golf Echo Hotel, listo para despegar. Espero confirmación, cambio.

– Charlie Tango, adelante. Aquí aeropuerto de Portland, avance por uno-cuatro-mil, dirección cero-uno-cero, cambio.

– Recibido, torre, aquí Charlie Tango. Cambio y corto. En marcha -añade dirigiéndose a mí.

El helicóptero se eleva por los aires lenta y suavemente.

Portland desaparece ante nosotros mientras nos introducimos en el espacio aéreo, aunque mi estómago se queda anclado en Oregón. ¡Uau! Las luces van reduciéndose hasta convertirse en un ligero parpadeo a nuestros pies. Es como mirar al exterior desde una pecera. Una vez en lo alto, la verdad es que no se ve nada. Está todo muy oscuro. Ni siquiera la luna ilumina un poco nuestro trayecto. ¿Cómo puede ver por dónde vamos?

– Inquietante, ¿verdad? -me dice Christian por los auriculares.

– ¿Cómo sabes que vas en la dirección correcta?

– Aquí -me contesta señalando con su largo dedo un indicador con una brújula electrónica-. Es un Eurocopter EC135. Uno de los más seguros. Está equipado para volar de noche. -Me mira y sonríe-. En mi edificio hay un helipuerto. Allí nos dirigimos.

Pues claro que en su edificio hay un helipuerto. Me siento totalmente fuera de lugar. Las luces del panel de control le iluminan ligeramente la cara. Está muy concentrado y no deja de controlar las diversas esferas situadas frente a él. Observo sus rasgos con todo detalle. Tiene un perfil muy bonito, la nariz recta y la mandíbula cuadrada. Me gustaría deslizar la lengua por su mandíbula. No se ha afeitado, y su barba de dos días hace la perspectiva doblemente tentadora. Mmm… Me gustaría sentir su aspereza bajo mi lengua y mis dedos, contra mi cara.

– Cuando vuelas de noche, no ves nada. Tienes que confiar en los aparatos -dice interrumpiendo mi fantasía erótica.

– ¿Cuánto durará el vuelo? -consigo decir, casi sin aliento.

No estaba pensando en sexo, para nada.

– Menos de una hora… Tenemos el viento a favor.

En Seattle en menos de una hora… No está nada mal. Claro, estamos volando.

Queda menos de una hora para que lo descubra todo. Siento todos los músculos de la barriga contraídos. Tengo un grave problema con las mariposas. Se me reproducen en el estómago. ¿Qué me tendrá preparado?

– ¿Estás bien, Anastasia?

– Sí.

Le contesto con la máxima brevedad porque los nervios me oprimen.

Creo que sonríe, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Christian acciona otro botón.

– Aeropuerto de Portland, aquí Charlie Tango, en uno-cuatro-mil, cambio.

Intercambia información con el control de tráfico aéreo. Me suena todo muy profesional. Creo que estamos pasando del espacio aéreo de Portland al del aeropuerto de Seattle.

– Entendido, Seattle, preparado, cambio y corto.

Señala un puntito de luz en la distancia y dice:

– Mira. Aquello es Seattle.

– ¿Siempre impresionas así a las mujeres? ¿«Ven a dar una vuelta en mi helicóptero»? -le pregunto realmente interesada.

– Nunca he subido a una mujer al helicóptero, Anastasia. También esto es una novedad -me contesta en tono tranquilo, aunque serio.

Vaya, no me esperaba esta respuesta. ¿También una novedad? Ah, ¿se referirá a lo de dormir con una mujer?

– ¿Estás impresionada?

– Me siento sobrecogida, Christian.

Sonríe.

– ¿Sobrecogida?

Por un instante vuelve a tener su edad.

Asiento.

– Lo haces todo… tan bien.

– Gracias, señorita Steele -me dice educadamente.

Creo que le ha gustado mi comentario, pero no estoy segura.

Durante un rato atravesamos la oscura noche en silencio. El punto de luz de Seattle es cada vez mayor.

– Torre de Seattle a Charlie Tango. Plan de vuelo al Escala en orden. Adelante, por favor. Preparado. Cambio.

– Aquí Charlie Tango, entendido, Seattle. Preparado, cambio y corto.

– Está claro que te divierte -murmuro.

– ¿El qué?

Me mira. A la tenue luz de los instrumentos parece burlón.

– Volar -le contesto.

– Exige control y concentración… ¿cómo no iba a encantarme? Aunque lo que más me gusta es planear.

– ¿Planear?

– Sí. Vuelo sin motor, para que me entiendas. Planeadores y helicópteros. Piloto las dos cosas.

– Vaya.

Aficiones caras. Recuerdo que me lo dijo en la entrevista. A mí me gusta leer, y de vez en cuando voy al cine. Nada que ver.

– Charlie Tango, adelante, por favor, cambio.

La voz incorpórea del control de tráfico aéreo interrumpe mis fantasías. Christian contesta en tono seguro de sí mismo.

Seattle está cada vez más cerca. Ahora estamos a las afueras. ¡Uau! Es absolutamente impresionante. Seattle de noche, desde el cielo…

– Es bonito, ¿verdad? -me pregunta Christian en un murmullo.

Asiento entusiasmada. Parece de otro mundo, irreal, y siento como si estuviera en un estudio de cine gigante, quizá de la película favorita de José, Blade Runner. El recuerdo de José intentando besarme me incomoda. Empiezo a sentirme un poco cruel por no haber contestado a sus llamadas. Seguro que puede esperar hasta mañana.

– Llegaremos en unos minutos -murmura Christian.

Y de repente siento que me zumban los oídos, que se me dispara el corazón y que la adrenalina me recorre el cuerpo. Empieza a hablar de nuevo con el control de tráfico aéreo, pero ya no lo escucho. Creo que voy a desmayarme. Mi destino está en sus manos.

Volamos entre edificios, y frente a nosotros veo un rascacielos con un helipuerto en la azotea. En ella está pintada en color azul la palabra ESCALA. Está cada vez más cerca, se va haciendo cada vez más grande… como mi ansiedad. Espero que no se dé cuenta. No quiero decepcionarlo. Ojalá hubiera hecho caso a Kate y me hubiera puesto uno de sus vestidos, pero me gustan mis vaqueros negros, y llevo una camisa verde y una chaqueta negra de Kate. Voy bastante elegante. Me agarro al extremo de mi asiento cada vez con más fuerza. Tú puedes, tú puedes, me repito como un mantra mientras nos acercamos al rascacielos.

El helicóptero reduce la velocidad y se queda suspendido en el aire. Christian aterriza en la pista de la azotea del edificio. Tengo un nudo en el estómago. No sabría decir si son nervios por lo que va a suceder, o alivio por haber llegado vivos, o miedo a que la cosa no vaya bien. Apaga el motor, y el movimiento y el ruido del rotor van disminuyendo hasta que lo único que oigo es el sonido de mi respiración entrecortada. Christian se quita los auriculares y se inclina para quitarme los míos.