Maldita sea. ¿De qué va todo esto? Cojo el tenedor y como despacio, intentando masticar. Si va a ser siempre tan raro con la comida, tendré que recordar no llenarme tanto el plato. Su semblante se dulcifica a medida que voy comiéndome el desayuno. Lo observo retirar su plato. Espera a que termine y retira el mío también.
– Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa.
– Muy democrático.
– Sí -me dice frunciendo el ceño-. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un baño.
– Ah, vale.
Vaya… Preferiría una ducha. El sonido de mi teléfono me saca de la ensoñación. Es Kate.
– Hola.
Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas de cristal del balcón.
– Ana, ¿por qué no me mandaste un mensaje anoche?
Está enfadada.
– Perdona. Me superaron los acontecimientos.
– ¿Estás bien?
– Sí, perfectamente.
– ¿Por fin?
Intenta sonsacarme información. Oigo su tono expectante y muevo la cabeza.
– Kate, no quiero comentarlo por teléfono.
Christian alza los ojos hacia mí.
– Sí… Estoy segura.
¿Cómo puede estar segura? Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema. He firmado un maldito acuerdo.
– Kate, por favor.
– ¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?
– Te he dicho que estoy perfectamente.
– ¿Ha sido tierno?
– ¡Kate, por favor!
No puedo reprimir mi enfado.
– Ana, no me lo ocultes. Llevo casi cuatro años esperando este momento.
– Nos vemos esta noche.
Y cuelgo.
Va a ser difícil manejar este tema. Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles, pero no puedo contárselo porque he firmado un… ¿cómo se llama? Un acuerdo de confidencialidad. Va a darle un ataque, y con razón. Tengo que pensar en algo. Vuelvo la cabeza y observo a Christian moviéndose con soltura por la cocina.
– ¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? -le pregunto indecisa.
– ¿Por qué?
Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del té. Me ruborizo.
– Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo -le digo mirándome los dedos-. Y me gustaría comentarlas con Kate.
– Puedes comentarlas conmigo.
– Christian, con todo el respeto…
Me quedo sin voz. No puedo comentarlas contigo. Me darías tu visión del sexo, que es parcial, distorsionada y pervertida. Quiero una opinión imparcial.
– Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.
Levanta las cejas.
– ¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer, Anastasia. Créeme. Y además -añade en tono más duro-, tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.
– ¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?
– No. No son asunto suyo. -Se acerca a mí-. ¿Qué quieres saber? -me pregunta.
Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme directamente a los ojos. Me estremezco por dentro. No puedo mentir a este hombre.
– De momento nada en concreto -susurro.
– Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.
La curiosidad le arde en los ojos. Está impaciente por saberlo. Uau.
– Bien -murmuro.
Esboza una ligera sonrisa.
– Yo también -me dice en voz baja-. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal. Aunque quizá es porque ha sido contigo.
Desliza el pulgar por mi labio inferior.
Respiro hondo. ¿Un polvo vainilla?
– Ven, vamos a bañarnos.
Se inclina y me besa. El corazón me da un brinco y el deseo me recorre el cuerpo y se concentra… en mi parte más profunda.
La bañera es blanca, profunda y ovalada, muy de diseño. Christian se inclina y abre el grifo de la pared embaldosada. Vierte en el agua un aceite de baño que parece carísimo. A medida que se llena la bañera va formándose espuma, y un dulce y seductor aroma a jazmín invade el baño. Christian me mira con ojos impenetrables, se quita la camiseta y la tira al suelo.
– Señorita Steele -me dice tendiéndome la mano.
Estoy al lado de la puerta, con los ojos muy abiertos y recelosa, con las manos alrededor del cuerpo. Me acerco admirando furtivamente su cuerpo. Le cojo de la mano y me sujeta mientras me meto en la bañera, todavía con su camisa puesta. Hago lo que me dice. Voy a tener que acostumbrarme si acabo aceptando su escandalosa oferta… Solo si… El agua caliente es tentadora.
– Gírate y mírame -me ordena en voz baja.
Hago lo que me pide. Me observa con atención.
– Sé que ese labio está delicioso, doy fe de ello, pero ¿puedes dejar de mordértelo? -me dice apretando los dientes-. Cuando te lo muerdes, tengo ganas de follarte, y estás dolorida, ¿no?
Dejo de morderme el labio porque me quedo boquiabierta, impactada.
– Eso es -me dice-. ¿Lo has entendido?
Me mira. Asiento frenéticamente. No tenía ni idea de que yo pudiera afectarle tanto.
– Bien.
Se acerca, saca el iPod del bolsillo de la camisa y lo deja junto al lavabo.
– Agua e iPods… no es una combinación muy inteligente -murmura.
Se inclina, agarra la camisa blanca por debajo, me la quita y la tira al suelo.
Se retira para contemplarme. Dios mío, estoy completamente desnuda. Me pongo roja y bajo la mirada hacia las manos, que están a la altura de la barriga. Deseo desesperadamente desaparecer dentro del agua caliente y la espuma, pero sé que no va a querer que lo haga.
– Oye -me llama.
Lo miro. Tiene la cara inclinada hacia un lado.
– Anastasia, eres muy guapa, toda tú. No bajes la cabeza como si estuvieras avergonzada. No tienes por qué avergonzarte, y te aseguro que es todo un placer poder contemplarte.
Me sujeta la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire. Sus ojos son dulces y cálidos, incluso ardientes. Está muy cerca de mí. Podría alargar el brazo y tocarlo.
– Ya puedes sentarte -me dice interrumpiendo mis erráticos pensamientos.
Me agacho y me meto en el agradable agua caliente. Oh… me escuece, y no me lo esperaba, pero huele de maravilla. El escozor inicial no tarda en disminuir. Me tumbo boca arriba, cierro los ojos un instante y me relajo en la tranquilizadora calidez. Cuando los abro, está mirándome fijamente.
– ¿Por qué no te bañas conmigo? -me atrevo a preguntarle, aunque con voz ronca.
– Sí, muévete hacia delante -me ordena.
Se quita los pantalones de pijama y se mete en la bañera detrás de mí. El agua sube de nivel cuando se sienta y tira de mí para que me apoye en su pecho. Coloca sus largas piernas encima de las mías, con las rodillas flexionadas y los tobillos a la misma altura que los míos, y me abre las piernas con los pies. Me quedo boquiabierta. Mete la nariz entre mi pelo e inhala profundamente.
– Qué bien hueles, Anastasia.
Un temblor me recorre todo el cuerpo. Estoy desnuda en una bañera con Christian Grey. Y él también está desnudo. Si alguien me lo hubiera dicho ayer, cuando me desperté en la suite del hotel, no le habría creído.
Coge una botella de gel del estante junto a la bañera y se echa un chorrito en la mano. Se frota las manos para hacer una ligera capa de espuma, me las coloca alrededor del cuello y empieza a extenderme el jabón por la nuca y los hombros, masajeándolos con fuerza con sus largos y fuertes dedos. Gimo. Me encanta sentir sus manos.
– ¿Te gusta?
Casi puedo oír su sonrisa.
– Mmm.
Desciende hasta mis brazos, luego por debajo hasta las axilas, frotándome suavemente. Me alegro mucho de que Kate insistiera en que me depilara. Desliza las manos por mis pechos, y respiro hondo cuando sus dedos los rodean y empiezan a masajearlos suavemente, sin agarrarlos. Arqueo el cuerpo instintivamente y aprieto los pechos contra sus manos. Tengo los pezones sensibles, muy sensibles, sin duda por el poco delicado trato que recibieron anoche. No se entretiene demasiado en ellos. Desliza las manos hasta mi vientre. Se me acelera la respiración y el corazón me late a toda prisa. Siento su erección contra mi trasero. Me excita que lo que le haga sentirse así sea mi cuerpo. Claro… no tu cabeza, se burla mi subconsciente. Aparto el inoportuno pensamiento.