– Sí -me contesta cortante.
¿Qué le pasa ahora?
Christian va a la cocina, coge su BlackBerry y echa un vistazo a los e-mails, supongo. Está muy serio. Hace una llamada.
– Ros, ¿cuál es el problema? -pregunta bruscamente.
Escucha sin dejar de mirarme con ojos interrogantes. Yo estoy en medio del enorme salón preguntándome qué hacer, totalmente cohibida y fuera de lugar.
– No voy a poner en peligro a la tripulación. No, cancélalo… Lo lanzaremos desde el aire… Bien.
Cuelga. La calidez de sus ojos ha desaparecido. Parece hostil. Me lanza una rápida mirada, se dirige a su estudio y vuelve al momento.
– Este es el contrato. Léelo y lo comentamos el fin de semana que viene. Te sugiero que investigues un poco para que sepas de lo que estamos hablando. -Se calla un momento-. Bueno, si aceptas, y espero de verdad que aceptes -añade en tono más suave, nervioso.
– ¿Que investigue?
– Te sorprendería saber lo que puedes encontrar en internet -murmura.
¡Internet! No tengo ordenador, solo el portátil de Kate, y, por supuesto, no puedo utilizar el de Clayton’s para este tipo de «investigación».
– ¿Qué pasa? -me pregunta ladeando la cabeza.
– No tengo ordenador. Suelo utilizar los de la facultad. Veré si puedo utilizar el portátil de Kate.
Me tiende un sobre de papel manila.
– Seguro que puedo… bueno… prestarte uno. Recoge tus cosas. Volveremos a Portland en coche y comeremos algo por el camino. Voy a vestirme.
– Tengo que hacer una llamada -murmuro.
Solo quiero oír la voz de Kate. Christian pone mala cara.
– ¿Al fotógrafo?
Se le tensa la mandíbula y le arden los ojos. Parpadeo.
– No me gusta compartir, señorita Steele. Recuérdelo -me advierte con estremecedora tranquilidad.
Me lanza una larga y fría mirada y se dirige al dormitorio.
Maldita sea. Solo quería llamar a Kate. Quiero llamarla delante de él, pero su repentina actitud distante me ha dejado paralizada. ¿Qué ha pasado con el hombre generoso, relajado y sonriente que me hacía el amor hace apenas media hora?
– ¿Lista? -me pregunta Christian junto a la puerta doble del vestíbulo.
Asiento, insegura. Ha recuperado su tono distante, educado y convencional. Ha vuelto a ponerse la máscara. Lleva una bolsa de piel al hombro. ¿Para qué la necesita? Quizá va a quedarse en Portland. Entonces recuerdo la entrega de títulos. Sí, claro… Estará en Portland el jueves. Lleva una cazadora negra de cuero. Vestido así, sin duda no parece un multimillonario. Parece un chico descarriado, quizá una rebelde estrella de rock o un modelo de pasarela. Suspiro por dentro deseando tener una décima parte de su elegancia. Es tan tranquilo y controlado… Frunzo el ceño al recordar su arrebato por la llamada de José… Bueno, al menos parece que lo es.
Taylor está esperando al fondo.
– Mañana, pues -le dice a Taylor.
– Sí, señor -le contesta Taylor asintiendo-. ¿Qué coche va a llevarse?
Me lanza una rápida mirada.
– El R8.
– Buen viaje, señor Grey. Señorita Steele.
Taylor me mira con simpatía, aunque quizá en lo más profundo de sus ojos se esconda una pizca de lástima.
Sin duda cree que he sucumbido a los turbios hábitos sexuales del señor Grey. Bueno, a sus excepcionales hábitos sexuales… ¿o quizá el sexo sea así para todo el mundo? Frunzo el ceño al pensarlo. No tengo nada con lo que compararlo y por lo visto no puedo preguntárselo a Kate. Así que tendré que hablar del tema con Christian. Sería perfectamente natural poder hablar de ello con alguien… pero no puedo hablar con Christian si de repente se muestra extrovertido y al minuto siguiente distante.
Taylor nos sujeta la puerta para que salgamos. Christian llama al ascensor.
– ¿Qué pasa, Anastasia? -me pregunta.
¿Cómo sabe que estoy dándole vueltas a algo? Alza una mano y me levanta la barbilla.
– Deja de morderte el labio o te follaré en el ascensor, y me dará igual si entra alguien o no.
Me ruborizo, pero sus labios esbozan una ligera sonrisa. Al final parece que está recuperando el sentido del humor.
– Christian, tengo un problema.
– ¿Ah, sí? -me pregunta observándome con atención.
Llega el ascensor. Entramos y Christian pulsa el botón del parking.
– Bueno…
Me ruborizo. ¿Cómo explicárselo?
– Necesito hablar con Kate. Tengo muchas preguntas sobre sexo, y tú estás demasiado implicado. Si quieres que haga todas esas cosas, ¿cómo voy a saber…? -me interrumpo e intento encontrar las palabras adecuadas-. Es que no tengo puntos de referencia.
Pone los ojos en blanco.
– Si no hay más remedio, habla con ella -me contesta enfadado-. Pero asegúrate de que no comente nada con Elliot.
Su insinuación me hace dar un respingo. Kate no es así.
– Kate no haría algo así, como yo no te diría a ti nada de lo que ella me cuente de Elliot… si me contara algo -añado rápidamente.
– Bueno, la diferencia es que a mí no me interesa su vida sexual -murmura Christian en tono seco-. Elliot es un capullo entrometido. Pero háblale solo de lo que hemos hecho hasta ahora -me advierte-. Seguramente me cortaría los huevos si supiera lo que quiero hacer contigo -añade en voz tan baja que no estoy segura de si pretendía que lo oyera.
– De acuerdo -acepto sonriéndole aliviada.
No quiero ni pensar en que Kate vaya a cortarle los huevos a Christian.
Frunce los labios y mueve la cabeza.
– Cuanto antes te sometas a mí mejor, y así acabamos con todo esto -murmura.
– ¿Acabamos con qué?
– Con tus desafíos.
Me pasa una mano por la mejilla y me besa rápidamente en los labios. Las puertas del ascensor se abren. Me coge de la mano y tira de mí hacia el parking.
¿Mis desafíos? ¿De qué habla?
Cerca del ascensor veo el Audi 4 x 4 negro, pero cuando pulsa el mando para que se abran las puertas, se encienden las luces de un deportivo negro reluciente. Es uno de esos coches que debería tener tumbada en el capó a una rubia de largas piernas vestida solo con una banda de miss.
– Bonito coche -murmuro en tono frío.
Me mira y sonríe.
– Lo sé -me contesta.
Y por un segundo vuelve el dulce, joven y despreocupado Christian. Me inspira ternura. Está entusiasmado. Los chicos y sus juguetes. Pongo los ojos en blanco, pero no puedo ocultar mi sonrisa. Me abre la puerta y entro. Uau… es muy bajo. Rodea el coche con paso seguro y, cuando llega al otro lado, dobla su largo cuerpo con elegancia. ¿Cómo lo consigue?
– ¿Qué coche es?
– Un Audi R8 Spyder. Como hace un día precioso, podemos bajar la capota. Ahí hay una gorra. Bueno, debería haber dos.
Gira la llave de contacto, y el motor ruge a nuestras espaldas. Deja la bolsa entre los dos asientos, pulsa un botón y la capota retrocede lentamente. Pulsa otro, y la voz de Bruce Springsteen nos envuelve.
– Va a tener que gustarte Bruce.
Me sonríe, saca el coche de la plaza de parking y sube la empinada rampa, donde nos detenemos a esperar que se levante la puerta.
Y salimos a la soleada mañana de mayo de Seattle. Abro la guantera y saco las gorras. Son del equipo de los Mariners. ¿Le gusta el béisbol? Le tiendo una gorra y se la pone. Paso el pelo por la parte de atrás de la mía y me bajo la visera.
La gente nos mira al pasar. Por un momento pienso que lo miran a él… Luego, una paranoica parte de mí cree que me miran a mí porque saben lo que he estado haciendo en las últimas doce horas, pero al final me doy cuenta de que lo que miran es el coche. Christian parece ajeno a todo, perdido en sus pensamientos.
Hay poco tráfico, así que no tardamos en llegar a la interestatal 5 en dirección sur, con el viento soplando por encima de nuestras cabezas. Bruce canta que arde de deseo. Muy oportuno. Me ruborizo escuchando la letra. Christian me mira. Como lleva puestas las Ray-Ban, no veo su expresión. Frunce los labios, apoya una mano en mi rodilla y me la aprieta suavemente. Se me corta la respiración.