Siento que me relajo por primera vez desde que estaba haciendo cola en el lavabo del bar… antes de la llamada de teléfono con la que empezó todo esto… cuando admiraba al señor Grey desde la distancia. Días felices y sin complicaciones.
Kate se ruboriza. Oh, Dios mío… Katherine Agnes Kavanagh se convierte en Anastasia Rose Steele. Me lanza una mirada ingenua. Nunca antes la había visto reaccionar así por un hombre. Abro tanto la boca que la mandíbula me llega al suelo. ¿Dónde está Kate? ¿Qué habéis hecho con ella?
– Ana -me dice entusiasmada-, es tan… tan… Lo tiene todo. Y cuando… oh… es fantástico.
Está tan alterada que apenas puede hilvanar una frase.
– Creo que lo que intentas decirme es que te gusta.
Asiente y se ríe como una loca.
– He quedado con él el sábado. Nos ayudará con la mundanza.
Junta las manos, se levanta del sofá y se dirige a la ventana haciendo piruetas. La mudanza. Mierda, lo había olvidado, y eso que hay cajas por todas partes.
– Muy amable por su parte -le digo.
Así lo conoceré. Quizá pueda darme más pistas sobre su extraño e inquietante hermano.
– Bueno, ¿qué hicisteis anoche? -le pregunto.
Ladea la cabeza hacia mí y alza las cejas en un gesto que viene a decir: «¿Tú qué crees, idiota?».
– Más o menos lo mismo que vosotros, pero nosotros cenamos antes -me dice riéndose-. ¿De verdad estás bien? Pareces un poco agobiada.
– Estoy agobiada. Christian es muy intenso.
– Sí, ya me hice una idea. Pero ¿se ha portado bien contigo?
– Sí -la tranquilizo-. Me muero de hambre. ¿Quieres que prepare algo?
Asiente y mete un par de libros en una caja.
– ¿Qué quieres hacer con los libros de catorce mil dólares? -me pregunta.
– Se los voy a devolver.
– ¿De verdad?
– Es un regalo exagerado. No puedo aceptarlo, y menos ahora.
Sonrío, y Kate asiente con la cabeza.
– Lo entiendo. Han llegado un par de cartas para ti, y José no ha dejado de llamar. Parecía desesperado.
– Lo llamaré -murmuro evasiva.
Si le cuento a Kate lo de José, se lo merienda. Cojo las cartas de la mesa y las abro.
– Vaya, ¡tengo entrevistas! Dentro de dos semanas, en Seattle, para hacer las prácticas.
– ¿Con qué editorial?
– Con las dos.
– Te dije que tu expediente académico te abriría puertas, Ana.
Kate ya tiene su puesto para hacer las prácticas en The Seattle Times, por supuesto. Su padre conoce a alguien que conoce a alguien.
– ¿Qué le parece a Elliot que te vayas de vacaciones? -le pregunto.
Kate se dirige hacia la cocina, y por primera vez desde que he llegado parece desconsolada.
– Lo entiende. Una parte de mí no quiere marcharse, pero es tentador tumbarse al sol un par de semanas. Además, mi madre no deja de insistir, porque cree que serán nuestras últimas vacaciones en familia antes de que Ethan y yo empecemos a trabajar en serio.
Nunca he salido del Estados Unidos continental. Kate se va dos semanas a Barbados con sus padres y su hermano, Ethan. Pasaré dos semanas sola, sin Kate, en la nueva casa. Será raro. Ethan ha estado viajando por el mundo desde el año pasado, después de graduarse. Por un momento me pregunto si lo veré antes de que se vayan de vacaciones. Es un tipo majísimo. El teléfono me saca de mi ensoñación.
– Será José.
Suspiro. Sé que tengo que hablar con él. Levanto el teléfono.
– Hola.
– ¡Ana, has vuelto! -exclama José aliviado.
– Obviamente -le contesto con cierto sarcasmo.
Pongo los ojos en blanco.
– ¿Puedo verte? Siento mucho lo del viernes. Estaba borracho… y tú… bueno. Ana, perdóname, por favor.
– Claro que te perdono, José. Pero que no se repita. Sabes cuáles son mis sentimientos por ti.
Suspira profundamente, con tristeza.
– Lo sé, Ana. Pero pensé que si te besaba, quizá tus sentimientos cambiarían.
– José, te quiero mucho, eres muy importante para mí. Eres como el hermano que nunca he tenido. Y eso no va a cambiar. Lo sabes.
Siento hacerle daño, pero es la verdad.
– Entonces, ¿sales con él? -me pregunta con desdén.
– José, no salgo con nadie.
– Pero has pasado la noche con él.
– ¡No es asunto tuyo!
– ¿Es por el dinero?
– ¡José! ¿Cómo te atreves? -le grito, atónita por su atrevimiento.
– Ana -dice con voz quejumbrosa, en tono de disculpa.
Ahora mismo no estoy para aguantar sus mezquinos celos. Sé que está dolido, pero ya tengo bastante con lidiar con Christian Grey.
– Quizá podríamos tomar un café mañana. Te llamaré -le digo en tono conciliador.
Es mi amigo y le tengo mucho cariño, pero en estos momentos no estoy para aguantar estas cosas.
– Vale, mañana. ¿Me llamas tú?
Su voz esperanzada me conmueve.
– Sí… Buenas noches, José.
Cuelgo sin esperar su respuesta.
– ¿De qué va todo esto? -me pregunta Katherine con las manos en las caderas.
Decido que lo mejor es decirle la verdad. Parece más obstinada que nunca.
– El viernes intentó besarme.
– ¿José? ¿Y Christian Grey? Ana, tus feromonas deben de estar haciendo horas extras. ¿En qué estaba pensando ese imbécil?
Mueve la cabeza enfadada y sigue empaquetando.
Tres cuartos de hora después hacemos una pausa para degustar la especialidad de la casa, mi lasaña. Kate abre una botella de vino y nos sentamos a comer entre las cajas, bebiendo vino tinto barato y viendo programas de televisión basura. La normalidad. Es bien recibida y tranquilizadora después de las últimas cuarenta y ocho horas de… locura. Es mi primera comida en dos días sin preocupaciones, sin que me insistan y en paz. ¿Qué problema tiene Christian con la comida? Kate recoge los platos mientras yo acabo de empaquetar lo que queda en el salón. Solo hemos dejado el sofá, la tele y la mesa. ¿Qué más podríamos necesitar? Solo falta por empaquetar el contenido de nuestras habitaciones y la cocina, y tenemos toda la semana por delante.
Vuelve a sonar el teléfono. Es Elliot. Kate me guiña un ojo y se mete en su habitación dando saltitos como una quinceañera. Sé que debería estar escribiendo su discurso por haber sido la mejor alumna de la promoción, pero parece que Elliot es más importante. ¿Qué pasa con los Grey? ¿Qué los hace tan absorbentes, tan devoradores y tan irresistibles? Doy otro trago de vino.
Hago zapping en busca de algún programa, pero en el fondo sé que estoy demorándome a propósito. El contrato echa humo dentro de mi bolso. ¿Tendré las fuerzas y lo que hay que tener para leerlo esta noche?
Apoyo la cabeza en las manos. Tanto José como Christian quieren algo de mí. Con José es fácil, pero Christian… Manejar y entender a Christian es otra cosa. Una parte de mí quiere salir corriendo y esconderse. ¿Qué voy a hacer? Pienso en sus ardientes ojos grises, en su intensa y provocativa mirada, y me pongo tensa. Sofoco un grito. Ni siquiera está aquí y ya estoy a cien. No puede ser solo sexo, ¿verdad? Pienso en sus bromas amables de esta mañana, en el desayuno, en su alegría al verme encantada con el viaje en helicóptero, en cómo tocaba el piano, esa música tan triste, dulce y conmovedora…
Es un hombre muy complicado. Y ahora he empezado a entender por qué. Un chico privado de adolescencia, del que abusa sexualmente una malvada señora Robinson… No es extraño que parezca mayor de lo que es. Me entristece pensar en lo que debe de haber pasado. Soy demasiado ingenua para saber exactamente de qué se trata, pero la investigación arrojará algo de luz. Aunque ¿de verdad quiero saber? ¿Quiero explorar ese mundo del que no sé nada? Es un paso muy importante.
Si no lo hubiera conocido, seguiría tan feliz, ajena a todo esto. Mi mente se traslada a la noche de ayer y a esta mañana… a la increíble y sensual sexualidad que he experimentado. ¿Quiero despedirme de ella? ¡No!, exclama mi subconsciente… La diosa que llevo dentro, sumida en un silencio zen, asiente para mostrar que está de acuerdo con ella.