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Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus labios… Madre mía.

– No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.

No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.

– ¿Te parece esto agradable? -me pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.

Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. Uau.

– Ahora tienes que quedarte quieta -susurra-. Si te mueves, llenarás la cama de vino, Anastasia.

Mis caderas se flexionan automáticamente.

– Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.

Gimo, intento controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas. Oh, no… por favor.

Me baja con un dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.

– ¿Te gusta esto? -me pregunta tirándome de un pezón.

Vuelvo a oír el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho, mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no moverme. Una desesperante y dulce tortura.

– Si derramas el vino, no dejaré que te corras.

– Oh… por favor… Christian… señor… por favor.

Está volviéndome loca. Puedo oírlo sonreír.

El hielo de mi pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.

Me desliza muy despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible, mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea por la barriga. Christian se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde suavemente, me chupa.

– Querida Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?

Jadeo en voz alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.

– Oh, nena -murmura.

Y me introduce dos dedos.

Sofoco un grito.

– Estás lista para mí tan pronto… -me dice.

Mueve sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las caderas.

– Eres una glotona -me regaña suavemente.

Traza círculos alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.

Jadeo y mi cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace parpadear. Deseo tocarlo.

– Quiero tocarte -le digo.

– Lo sé -murmura.

Se inclina y me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Christian, grito por dentro.

– Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? -me susurra al oído.

Agotada, gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura erótica.

– Por favor -le suplico.

Al final se apiada de mí.

– ¿Cómo quieres que te folle, Anastasia?

Oh… mi cuerpo empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.

– Por favor.

– ¿Qué quieres, Anastasia?

– A ti… ahora -grito.

– Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras -me susurra al oído.

Alarga la mano hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.

– ¿Te parece esto agradable? -me dice acariciándose.

– Era una broma -gimoteo.

Por favor, fóllame, Christian.

Alza las cejas deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.

– ¿Una broma? -me pregunta en voz amenazadoramente baja.

– Sí. Por favor, Christian -le ruego.

– ¿Y ahora te ríes?

– No -gimoteo.

La tensión sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar, me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y me corro inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…

– Vamos, Anastasia, otra vez -ruge entre dientes.

Y por increíble que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Christian se para, se deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.

– ¿Te ha gustado? -me pregunta con los dientes apretados.

Madre mía.

Estoy tumbada en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro aturdida y él me devuelve la sonrisa.

– Ha sido realmente agradable -susurro sonriendo tímidamente.

– Ya estamos otra vez con la palabrita.

– ¿No te gusta que lo diga?

– No, no tiene nada que ver conmigo.

– Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.

– ¿Soy un efecto beneficioso? ¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi amor propio, señorita Steele?

– No creo que tengas ningún problema de amor propio.

Pero soy consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.

– ¿Tú crees? -me pregunta en tono amable.

Está tumbado a mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el sujetador.

– ¿Por qué no te gusta que te toquen?

– Porque no. -Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente-. Así que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.

Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.

– Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…

– Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.

Me sonríe aliviado.

– Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.

– Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.

– Coitus interruptus.

– ¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí -le digo sonriendo.

– No es tan divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías comentarlo.

Se queda en silencio.

– Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?