– ¿Has quedado con Christian Grey? -me pregunta cuando se ha recuperado de la impresión.
Su tono de incredulidad es evidente.
– Sí.
– Ya veo.
Paul se queda alicaído, incluso aturdido, y a una pequeña parte de mí le molesta que le haya sorprendido tanto. A la diosa que llevo dentro también. Dedica a Paul un gesto muy feo y vulgar con los dedos.
Al final me deja tranquila, y a las cinco en punto salgo corriendo de la tienda.
Kate me ha prestado dos vestidos y dos pares de zapatos para esta noche y para el acto de mañana. Ojalá me entusiasmara más la ropa y pudiera hacer un esfuerzo extra, pero la verdad es que la ropa no es lo mío. ¿Qué es lo tuyo, Anastasia? La pregunta a media voz de Christian me persigue. Intento acallar mis nervios y elijo el vestido color ciruela para esta noche. Es discreto y parece adecuado para una cita de negocios. Después de todo, voy a negociar un contrato.
Me ducho, me depilo las piernas y las axilas, me lavo el pelo y luego me paso una buena media hora secándomelo para que caiga ondulado sobre mis pechos y mi espalda. Me sujeto el cabello con un peine de púas para mantenerlo retirado de la cara y me aplico rímel y brillo de labios. Casi nunca me maquillo. Me intimida. Ninguna de mis heroínas literarias tiene que maquillarse. Quizá sabría algo más del tema si lo hicieran. Me pongo los zapatos de tacón a juego con el vestido, y hacia las seis y media estoy lista.
– ¿Cómo estoy? -le pregunto a Kate.
Se ríe.
– Vas a arrasar, Ana. -Asiente satisfecha-. Estás de escándalo.
– ¡De escándalo! Pretendo ir discreta y parecer una mujer de negocios.
– También, pero sobre todo estás de escándalo. Este vestido le va muy bien a tu tono de piel. Y se te marca todo -me dice con una sonrisita.
– ¡Kate! -la riño.
– Las cosas como son, Ana. La impresión general es… muy buena. Con vestido, lo tendrás comiendo en tu mano.
Aprieto los labios. Ay, no entiendes nada.
– Deséame suerte.
– ¿Necesitas suerte para quedar con él? -me pregunta frunciendo el ceño, confundida.
– Sí, Kate.
– Bueno, pues entonces suerte.
Me abraza y salgo de casa.
Tengo que quitarme los zapatos para conducir. Wanda, mi Escarabajo azul marino, no fue diseñado para que lo condujeran mujeres con tacones. Aparco frente al Heathman a las siete menos dos minutos exactamente y le doy las llaves al aparcacoches. Mira con mala cara mi Escarabajo, pero no le hago caso. Respiro hondo, me preparo mentalmente para la batalla y me dirijo al hotel.
Christian está inclinado sobre la barra, bebiendo un vaso de vino blanco. Va vestido con su habitual camisa blanca de lino, vaqueros negros, corbata negra y americana negra. Lleva el pelo tan alborotado como siempre. Suspiro. Me quedo unos segundos parada en la entrada del bar, observándolo, admirando la vista. Él lanza una mirada, creo que nerviosa, hacia la puerta y al verme se queda inmóvil. Pestañea un par de veces y después esboza lentamente una sonrisa indolente y sexy que me deja sin palabras y me derrite por dentro. Avanzo hacia él haciendo un enorme esfuerzo para no morderme el labio, consciente de que yo, Anastasia Steele de Patosilandia, llevo tacones. Se levanta y viene hacia mí.
– Estás impresionante -murmura inclinándose para besarme rápidamente en la mejilla-. Un vestido, señorita Steele. Me parece muy bien.
Me coge de la mano, me lleva a un reservado y hace un gesto al camarero.
– ¿Qué quieres tomar?
Esbozo una ligera sonrisa mientras me siento en el reservado. Bueno, al menos me pregunta.
– Tomaré lo mismo que tú, gracias.
¿Lo ves? Sé hacer mi papel y comportarme. Divertido, pide otro vaso de Sancerre y se sienta frente a mí.
– Tienen una bodega excelente -me dice.
Apoya los codos en la mesa y junta los dedos de ambas manos a la altura de la boca. En sus ojos brilla una incomprensible emoción. Y ahí está… esa habitual descarga eléctrica que conecta con lo más profundo de mí. Me remuevo incómoda ante su mirada escrutadora, con el corazón latiéndome a toda prisa. Tengo que mantener la calma.
– ¿Estás nerviosa? -me pregunta amablemente.
– Sí.
Se inclina hacia delante.
– Yo también -susurra con complicidad.
Clavo mis ojos en los suyos. ¿Él? ¿Nervioso? Nunca. Pestañeo y me dedica su preciosa sonrisa de medio lado. Llega el camarero con mi vino, un platito con frutos secos y otro con aceitunas.
– ¿Cómo lo hacemos? -le pregunto-. ¿Revisamos mis puntos uno a uno?
– Siempre tan impaciente, señorita Steele.
– Bueno, puedo preguntarte por el tiempo.
Sonríe y coge una aceituna con sus largos dedos. Se la mete en la boca, y mis ojos se demoran en ella, en esa boca que ha estado sobre la mía… en todo mi cuerpo. Me ruborizo.
– Creo que el tiempo hoy no ha tenido nada de especial -me dice riéndose.
– ¿Está riéndose de mí, señor Grey?
– Sí, señorita Steele.
– Sabes que ese contrato no tiene ningún valor legal.
– Soy perfectamente consciente, señorita Steele.
– ¿Pensabas decírmelo en algún momento?
Frunce el ceño.
– ¿Crees que estoy coaccionándote para que hagas algo que no quieres hacer, y que además pretendo tener algún derecho legal sobre ti?
– Bueno… sí.
– No tienes muy buen concepto de mí, ¿verdad?
– No has contestado a mi pregunta.
– Anastasia, no importa si es legal o no. Es un acuerdo al que me gustaría llegar contigo… lo que me gustaría conseguir de ti y lo que tú puedes esperar de mí. Si no te gusta, no lo firmes. Si lo firmas y después decides que no te gusta, hay suficientes cláusulas que te permitirán dejarlo. Aun cuando fuera legalmente vinculante, ¿crees que te llevaría a juicio si decides marcharte?
Doy un largo trago de vino. Mi subconsciente me da un golpecito en el hombro. Tienes que estar atenta. No bebas demasiado.
– Las relaciones de este tipo se basan en la sinceridad y en la confianza -sigue diciéndome-. Si no confías en mí… Tienes que confiar en mí para que sepa en qué medida te estoy afectando, hasta dónde puedo llegar contigo, hasta dónde puedo llevarte… Si no puedes ser sincera conmigo, entonces es imposible.
Vaya, directamente al grano. Hasta dónde puede llevarme. Dios mío. ¿Qué quiere decir?
– Es muy sencillo, Anastasia. ¿Confías en mí o no? -me pregunta con ojos ardientes.
– ¿Has mantenido este tipo de conversación con… bueno, con las quince?
– No.
– ¿Por qué no?
– Porque ya eran sumisas. Sabían lo que querían de la relación conmigo, y en general lo que yo esperaba. Con ellas fue una simple cuestión de afinar los límites tolerables, ese tipo de detalles.
– ¿Vas a buscarlas a alguna tienda? ¿Sumisas ’R’ Us?
Se ríe.
– No exactamente.
– Pues ¿cómo?
– ¿De eso quieres que hablemos? ¿O pasamos al meollo de la cuestión? A las objeciones, como tú dices.
Trago saliva. ¿Confío en él? ¿A eso se reduce todo, a la confianza? Sin duda debería ser cosa de dos. Recuerdo su mosqueo cuando llamé a José.
– ¿Tienes hambre? -me pregunta, y me distrae de mis pensamientos.
Oh, no… la comida.
– No.
– ¿Has comido hoy?
Lo miro. Sinceramente… Maldita sea, no va a gustarle mi respuesta.
– No -le contesto en voz baja.
Me mira con expresión muy seria.
– Tienes que comer, Anastasia. Podemos cenar aquí o en mi suite. ¿Qué prefieres?
– Creo que mejor nos quedamos en terreno neutral.
Sonríe con aire burlón.
– ¿Crees que eso me detendría? -me pregunta en voz baja, como una sensual advertencia.
Abro los ojos como platos y vuelvo a tragar saliva.
– Eso espero.
– Vamos, he reservado un comedor privado.
Me sonríe enigmáticamente y sale del reservado tendiéndome una mano.