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Es la decisión correcta. Si me quedo en este comedor con él, me follará. Me levanto con determinación.

– Mañana tenemos los dos la ceremonia de la entrega de títulos.

Christian se levanta automáticamente, poniendo de manifiesto años de arraigada urbanidad.

– No quiero que te vayas.

– Por favor… Tengo que irme.

– ¿Por qué?

– Porque me has planteado muchas cosas en las que pensar… y necesito cierta distancia.

– Podría conseguir que te quedaras -me amenaza.

– Sí, no te sería difícil, pero no quiero que lo hagas.

Se pasa la mano por el pelo mirándome detenidamente.

– Mira, cuando viniste a entrevistarme y te caíste en mi despacho, todo eran «Sí, señor», «No, señor». Pensé que eras una sumisa nata. Pero, la verdad, Anastasia, no estoy seguro de que tengas madera de sumisa -me dice en tono tenso acercándose a mí.

– Quizá tengas razón -le contesto.

– Quiero tener la oportunidad de descubrir si la tienes -murmura mirándome. Levanta un brazo, me acaricia la cara y me pasa el pulgar por el labio inferior-. No sé hacerlo de otra manera, Anastasia. Soy así.

– Lo sé.

Se inclina para besarme, pero se detiene antes de que sus labios rocen los míos. Busca mis ojos con la mirada, como pidiéndome permiso. Alzo los labios hacia él y me besa, y como no sé si volveré a besarlo más, me dejo ir. Mis manos se mueven por sí solas, se deslizan por su pelo, lo atraen hacia mí. Mi boca se abre y mi lengua acaricia la suya. Me agarra por la nuca para besarme más profundamente, respondiendo a mi ardor. Me desliza la otra mano por la espalda, y al llegar al final de la columna, la detiene y me aprieta contra su cuerpo.

– ¿No puedo convencerte de que te quedes? -me pregunta sin dejar de besarme.

– No.

– Pasa la noche conmigo.

– ¿Sin tocarte? No.

– Eres imposible -se queja. Se echa hacia atrás y me mira fijamente-. ¿Por qué tengo la impresión de que estás despidiéndote de mí?

– Porque voy a marcharme.

– No es eso lo que quiero decir, y lo sabes.

– Christian, tengo que pensar en todo esto. No sé si puedo mantener el tipo de relación que quieres.

Cierra los ojos y presiona su frente contra la mía, lo cual nos da a ambos la oportunidad de relajar la respiración. Un momento después me besa en la frente, respira hondo, con la nariz hundida en mi pelo, me suelta y da un paso atrás.

– Como quiera, señorita Steele -me dice con rostro impasible-. La acompaño hasta el vestíbulo.

Me tiende la mano. Me inclino, cojo el bolso y le doy la mano. Maldita sea, esto podría ser todo. Lo sigo dócilmente por la gran escalera hasta el vestíbulo. Siento picores en el cuero cabelludo, la sangre me bombea muy deprisa. Podría ser el último adiós si decido no aceptar. El corazón se me contrae dolorosamente en el pecho. Qué giro tan radical… Qué gran diferencia puede suponer para una chica un momento de lucidez.

– ¿Tienes el ticket del aparcacoches?

Saco del bolso el ticket y se lo doy. Christian se lo entrega al portero. Lo miro mientras esperamos.

– Gracias por la cena -murmuro.

– Ha sido un placer como siempre, señorita Steele -me contesta educadamente, aunque parece sumido en sus pensamientos, abstraído por completo.

Lo observo detenidamente y memorizo su hermoso perfil. Me obsesiona la desagradable idea de que podría no volver a verlo. Es demasiado doloroso para planteármelo. De pronto se gira y me mira con expresión intensa.

– Esta semana te mudas a Seattle. Si tomas la decisión correcta, ¿podré verte el domingo? -me pregunta en tono inseguro.

– Ya veremos. Quizá -le contesto.

Por un momento parece aliviado, pero enseguida frunce el ceño.

– Ahora hace fresco. ¿No has traído chaqueta?

– No.

Mueve la cabeza enfadado y se quita la americana.

– Toma. No quiero que cojas frío.

Parpadeo mientras la sostiene para que me la ponga. Y al pasar los brazos por las mangas, recuerdo el momento en su despacho en que me puso la chaqueta sobre los hombros -el día en que lo conocí-, y la impresión que me causó. Nada ha cambiado. En realidad, ahora es más intenso. Su americana está caliente, me viene muy grande y huele a él… delicioso.

Llega mi coche. Christian se queda boquiabierto.

– ¿Ese es tu coche?

Está horrorizado. Me coge de la mano y sale conmigo a la calle. El aparcacoches sale, me tiende las llaves, y Christian le da una propina.

– ¿Está en condiciones de circular? -me pregunta fulminándome con la mirada.

– Sí.

– ¿Llegará hasta Seattle?

– Claro que sí.

– ¿Es seguro?

– Sí -le contesto irritada-. Vale, es viejo, pero es mío y funciona. Me lo compró mi padrastro.

– Anastasia, creo que podremos arreglarlo.

– ¿Qué quieres decir? -De pronto lo entiendo-. Ni se te ocurra comprarme un coche.

Me mira con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

– Ya veremos -me contesta.

Hace una mueca mientras me abre la puerta del conductor y me ayuda a entrar. Me quito los zapatos y bajo la ventanilla. Me mira con expresión impenetrable y ojos turbios.

– Conduce con prudencia -me dice en voz baja.

– Adiós, Christian -le digo con voz ronca, como si estuviera a punto de llorar.

No, no voy a llorar. Le sonrío ligeramente.

Mientras me alejo, siento una presión en el pecho, empiezan a aflorar las lágrimas y trato de ahogar el llanto. Las lágrimas no tardan en rodar por mis mejillas, aunque la verdad es que no entiendo por qué lloro. Me he mantenido firme. Él me lo ha explicado todo, y ha sido claro. Me desea, pero necesito más. Necesito que me desee como yo lo deseo y lo necesito, y en el fondo sé que no es posible. Estoy abrumada.

Ni siquiera sé cómo catalogarlo. Si acepto… ¿será mi novio? ¿Podré presentárselo a mis amigos? ¿Saldré con él de copas, al cine o a jugar a los bolos? Creo que no, la verdad. No me dejará tocarlo ni dormir con él. Sé que no he hecho estas cosas en el pasado, pero quiero hacerlas en el futuro. Y no es este el futuro que él tiene previsto.

¿Qué pasa si digo que sí, y dentro de tres meses él dice que no, que se ha cansado de intentar convertirme en algo que no soy? ¿Cómo voy a sentirme? Me habré implicado emocionalmente durante tres meses y habré hecho cosas que no estoy segura de que quiera hacer. Y si después me dice que no, que se ha acabado el acuerdo, ¿cómo voy a sobrellevar el rechazo? Quizá lo mejor sea retirarse ahora, que mantego mi autoestima más o menos intacta.

Pero la idea de no volver a verlo me resulta insoportable. ¿Cómo se me ha metido en la piel en tan poco tiempo? No puede ser solo el sexo, ¿verdad? Me paso la mano por los ojos para secarme las lágrimas. No quiero analizar lo que siento por él. Me asusta lo que podría descubrir. ¿Qué voy a hacer?

Aparco frente a nuestra casa. No veo luces encendidas, así que Kate debe de haber salido. Es un alivio. No quiero que vuelva a pillarme llorando. Mientras me desnudo, enciendo el cacharro infernal y encuentro un mensaje de Christian en la bandeja de entrada.

De: Christian Grey

Fecha: 25 de mayo de 2011 22:01

Para: Anastasia Steele

Asunto: Esta noche

No entiendo por qué has salido corriendo esta noche. Espero sinceramente haber contestado a todas tus preguntas de forma satisfactoria. Sé que tienes que plantearte muchas cosas y espero fervientemente que consideres en serio mi propuesta. Quiero de verdad que esto funcione. Nos lo tomaremos con calma.

Confía en mí.

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Este e-mail me hace llorar más. No soy una fusión empresarial. No soy una adquisición. Leyendo este correo, cualquiera diría que sí. No le contesto. No sé qué decirle, la verdad. Me pongo el pijama y me meto en la cama envuelta en su americana. Tumbada, en la oscuridad, pienso en todas las veces que me ha advertido que me mantuviera alejada de él.