«Anastasia, deberías mantenerte alejada de mí. No soy un hombre para ti.»
«Yo no tengo novias.»
«No soy un hombre de flores y corazones.»
«Yo no hago el amor.»
«No sé hacerlo de otra manera.»
Es lo último a lo que me aferro mientras lloro en silencio, con la cara hundida en la almohada. Tampoco yo sé hacerlo de otra manera. Quizá juntos podamos encontrar otro camino.
14
Christian está frente a mí con una fusta de cuero trenzado. Solo lleva puestos unos Levi’s viejos, gastados y rotos. Golpea despacio la fusta contra la palma de su mano sin dejar de mirarme. Esboza una sonrisa triunfante. No puedo moverme. Estoy desnuda y atada con grilletes, despatarrada en una enorme cama de cuatro postes. Se acerca a mí y me desliza la punta de la fusta desde la frente hasta la nariz, de manera que percibo el olor del cuero, y luego sigue hasta mis labios entreabiertos, que jadean. Me mete la punta en la boca y siento el sabor intenso del cuero.
– Chupa -me ordena en voz baja.
Obedezco y cierro los labios alrededor de la punta.
– Basta -me dice bruscamente.
Vuelvo a jadear mientras me saca la fusta de la boca y me la desliza desde la barbilla hasta el final del cuello. Le da vueltas despacio y sigue arrastrando la punta de la fusta por mi cuerpo, por el esternón, entre los pechos y por el torso, hasta el ombligo. Jadeo, me retuerzo y tiro de los grilletes, que me destrozan las muñecas y los tobillos. Me rodea el ombligo con la punta de cuero y sigue deslizándola por mi vello púbico hasta el clítoris. Sacude la fusta y me golpea con fuerza en el clítoris, y me corro gloriosamente gritando que me desate.
De pronto me despierto jadeando, bañada en sudor y sintiendo los espasmos posteriores al orgasmo. Dios mío. Estoy totalmente desorientada. ¿Qué demonios ha pasado? Estoy en mi cama sola. ¿Cómo? ¿Por qué? Me incorporo de un salto, conmocionada… Uau. Es de día. Miro el despertador: las ocho. Me cubro la cara con las manos. No sabía que yo pudiera tener sueños sexuales. ¿Ha sido por algo que comí? Quizá las ostras y la investigación, que han acabado manifestándose en mi primer sueño erótico. Es desconcertante. No tenía ni idea de que pudiera correrme en sueños.
Kate se acerca a mí corriendo cuando entro tambaleándome en la cocina.
– Ana, ¿estás bien? Te veo rara. ¿Llevas puesta la americana de Christian?
– Estoy bien.
Maldita sea. Debería haberme mirado en el espejo. Evito sus ojos verdes, que me atraviesan. Todavía no me he recuperado del sueño.
– Sí, es la americana de Christian.
Frunce el ceño.
– ¿Has dormido?
– No muy bien.
Cojo la tetera. Necesito un té.
– ¿Qué tal la cena?
Ya empieza…
– Comimos ostras. Y luego bacalao, así que diría que hubo bastante pescado.
– Uf… Odio las ostras, pero no estoy preguntándote por la comida. ¿Qué tal con Christian? ¿De qué hablasteis?
– Se mostró muy atento.
Me callo. ¿Qué puedo decirle? No tiene VIH, le interesa la interpretación, quiere que obedezca todas sus órdenes, hizo daño a una mujer a la que colgó del techo de su cuarto de juegos y quería follarme en el comedor privado. ¿Sería un buen resumen? Intento desesperadamente recordar algo de mi cita con Christian que pueda comentar con Kate.
– No le gusta Wanda.
– ¿A quién le gusta, Ana? No es nada nuevo. ¿Por qué estás tan evasiva? Suéltalo, amiga mía.
– Kate, hablamos de un montón de cosas. Ya sabes… de lo quisquilloso que es con la comida. Por cierto, le gustó mucho tu vestido.
La tetera ya está hirviendo, así que me preparo una taza.
– ¿Te apetece un té? ¿Quieres leerme tu discurso de hoy?
– Sí, por favor. Anoche estuve preparándolo en el Becca’s. Voy a buscarlo. Y sí, me apetece mucho un té.
Kate sale corriendo de la cocina.
Uf, he conseguido darle esquinazo a Katherine Kavanagh. Abro un panecillo y lo meto en la tostadora. Me ruborizo pensando en mi intenso sueño. ¿Qué demonios ha pasado?
Anoche me costó dormirme. Estuve dando vueltas a diversas opciones. Estoy muy confundida. La idea que tiene Christian de una relación se parece mucho a una oferta de empleo, con sus horarios, la descripción del trabajo y un procedimiento de resolución de conflictos bastante riguroso. No imaginaba así mi primera historia de amor… pero, claro, a Christian no le interesan las historias de amor. Si le dijera que quiero algo más, seguramente me diría que no… y me arriesgaría a perder lo que me ha ofrecido. Es lo que más me preocupa, porque no quiero perderlo. Pero no estoy segura de tener estómago para ser su sumisa… En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos. Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar el dolor. Pienso en mi sueño… ¿Sería así? La diosa que llevo dentro da saltos con pompones de animadora gritándome que sí.
Kate vuelve a la cocina con su portátil. Me concentro en mi panecillo. Empieza a leer su dicurso, y yo la escucho pacientemente.
Estoy vestida y lista cuando llega Ray. Abro la puerta de la calle y lo veo en el porche con un traje que no le queda nada bien. Siento una cálida oleada de gratitud y de amor hacia este hombre sencillo y me lanzo a sus brazos, una muestra de cariño poco habitual en mí. Se queda desconcertado, perplejo.
– Hola, Annie, yo también me alegro de verte -murmura abrazándome.
Me aparta un poco, y con las manos en mis hombros me mira de arriba abajo con el ceño fruncido.
– ¿Estás bien, hija?
– Claro, papá. ¿No puedo alegrarme de ver a mi padre?
Sonríe arrugando las comisuras de sus ojos oscuros y me sigue hasta el comedor.
– Estás muy guapa -me dice.
– El vestido es de Kate -le digo bajando la mirada hacia el vestido gris de seda con la espalda descubierta.
Frunce el ceño.
– ¿Dónde está Kate?
– Ha ido al campus. Va a pronunciar un discurso, así que tiene que estar allí antes.
– ¿Vamos tirando?
– Papá, tenemos media hora. ¿Quieres un té? Cuéntame cómo está todo el mundo en Montesano. ¿Cómo te ha ido el viaje?
Ray deja el coche en el aparcamiento del campus y seguimos a la multitud con birretes negros y rojos hasta el gimnasio.
– Suerte, Annie. Pareces muy nerviosa. ¿Tienes que hacer algo?
Dios mío… ¿Por qué le ha dado hoy a Ray por ser observador?
– No, papá. Es un gran día.
Y voy a ver a Christian Grey.
– Sí, mi niña se ha graduado. Estoy orgulloso de ti, Annie.
– Gracias, papá.
Cuánto quiero a este hombre…
El gimnasio está lleno de gente. Ray va a sentarse a las gradas con los demás padres y asistentes, y yo me dirijo a mi asiento. Llevo mi toga negra y mi birrete, y siento que me protegen, que me permiten ser anónima. Todavía no hay nadie en el estrado, pero parece que no consigo calmarme. Me late el corazón a toda prisa y me cuesta respirar. Está por aquí, en algún sitio. Me pregunto si Kate está hablando con él, quizá interrogándolo. Me dirijo hacia mi asiento entre compañeros cuyos apellidos también empiezan por S. Estoy en la segunda fila, lo que me ofrece cierto anonimato. Miro hacia atrás y veo a Ray en las gradas, arriba del todo. Lo saludo con un gesto. Me contesta agitando tímidamente la mano. Me siento y espero.
El auditorio no tarda en llenarse y el rumor de voces nerviosas aumenta progresivamente. La primera fila de asientos ya está ocupada. Yo estoy sentada entre dos chicas de otro departamento a las que no conozco. Es evidente que son muy amigas, y hablan muy nerviosas conmigo en medio.
A las once en punto aparece el rector desde detrás del estrado, seguido por los tres vicerrectores y los profesores, todos ataviados en negro y rojo. Nos levantamos y aplaudimos a nuestro personal docente. Algunos profesores asienten y saludan con la mano, y otros parecen aburridos. El profesor Collins, mi tutor y mi profesor preferido, tiene pinta de acabar de levantarse, como siempre. Al fondo del escenario están Kate y Christian. Christian lleva un traje gris a medida, y a las luces del auditorio brillan en su pelo mechones cobrizos. Parece muy serio y autosuficiente. Al sentarse, se desabrocha la americana y veo su corbata. Oh, Dios… ¡esa corbata! Me froto las muñecas en un gesto reflejo. No puedo apartar los ojos de él. Sin duda se ha puesto esa corbata a propósito. Aprieto los labios. El público se sienta y cesan los aplausos.