Mientras espero de pie para poder salir de nuestra fila de asientos, Kate me llama. Se acerca hacia mí desde detrás del estrado.
– Christian quiere hablar contigo -me grita.
Las dos chicas, que ahora están de pie a mi lado, se giran y me miran.
– Me ha mandado a que te lo diga -sigue diciendo.
Oh…
– Tu discurso ha sido genial, Kate.
– Sí, ¿verdad? -Sonríe-. ¿Vienes? Puede ser muy insistente.
Pone los ojos en blanco y me río.
– Ni te lo imaginas. Pero no puedo dejar a Ray solo mucho rato.
Levanto la mirada hacia Ray y le indico abriendo la palma que me espere cinco minutos. Asiente, me hace un gesto con la mano y sigo a Kate hasta el pasillo de detrás del estrado. Christian está hablando con el rector y con dos profesores. Levanta los ojos al verme.
– Discúlpenme, señores -le oigo murmurar.
Viene hacia mí y sonríe brevemente a Kate.
– Gracias -le dice.
Y antes de que Kate pueda responder, me coge del brazo y me lleva hacia lo que parece un vestuario de hombres. Comprueba que está vacío y cierra la puerta con pestillo.
Maldita sea, ¿qué se propone? Parpadeo cuando se gira hacia mí.
– ¿Por qué no me has mandado un e-mail? ¿O un mensaje al móvil?
Me mira furioso. Yo estoy desconcertada.
– Hoy no he mirado ni el ordenador ni el teléfono.
Mierda, ¿ha estado llamándome? Pruebo con la técnica de distracción que tan bien me funciona con Kate.
– Tu discurso ha estado muy bien.
– Gracias.
– Ahora entiendo tus problemas con la comida.
Se pasa una mano por el pelo, muy nervioso.
– Anastasia, no quiero hablar de eso ahora. -Cierra los ojos y parece afligido-. Estaba preocupado por ti.
– ¿Preocupado? ¿Por qué?
– Porque volviste a casa en esa trampa mortal a la que tú llamas coche.
– ¿Qué? No es ninguna trampa mortal. Está perfectamente. José suele hacerle la revisión.
– ¿José, el fotógrafo?
Christian arruga la frente y se le hiela la expresión. Mierda.
– Sí, el Escarabajo era de su madre.
– Sí, y seguramente también de su abuela y de su bisabuela. No es un coche seguro.
– Lo tengo desde hace más de tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?
Está exagerando demasiado.
Respira hondo.
– Anastasia, necesito una respuesta. La espera está volviéndome loco.
– Christian… Mira, he dejado a mi padrastro solo.
– Mañana. Quiero una respuesta mañana.
– De acuerdo, mañana. Ya te diré algo.
Retrocede y me mira más calmado, con los hombros relajados.
– ¿Te quedas a tomar algo? -me pregunta.
– No sé lo que quiere hacer Ray.
– ¿Tu padrastro? Me gustaría conocerlo.
Oh, no… ¿por qué?
– Creo que no es buena idea.
Christian abre el pestillo de la puerta muy serio.
– ¿Te avergüenzas de mí?
– ¡No! -Ahora me toca a mí desesperarme-. ¿Y cómo te presento a mi padre? ¿«Este es el hombre que me ha desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista»? No llevas puestas las zapatillas de deporte.
Christian me mira y sus labios esbozan una sonrisa. Y aunque estoy enfadada con él, involuntariamente mi cara se la devuelve.
– Para que lo sepas, corro muy deprisa. Dile que soy un amigo, Anastasia.
Abre la puerta y sale. La cabeza me da vueltas. El rector, los tres vicerrectores, cuatro profesores y Kate se me quedan mirando cuando paso a toda prisa por delante de ellos. Mierda. Dejo a Christian con los profesores y voy a buscar a Ray.
«Dile que soy un amigo.»
Amigo con derecho a roce, me dice mi subconsciente con mala cara. Lo sé, lo sé. Me quito de encima el desagradable pensamiento. ¿Cómo voy a presentárselo a Ray? La sala sigue todavía medio llena, y Ray no se ha movido de su sitio. Me ve, me hace un gesto con la mano y empieza a bajar.
– Annie, felicidades -me dice pasándome el brazo por los hombros.
– ¿Te apetece venir a tomar algo al entoldado?
– Claro. Hoy es tu día. Vamos.
– No tenemos que ir si no quieres.
Por favor, di que no…
– Annie, he estado dos horas y media sentado, escuchando todo tipo de parloteos. Necesito una copa.
Le cojo del brazo y avanzamos entre la multitud a través de la cálida tarde. Pasamos junto a la cola del fotógrafo oficial.
– Ah, lo olvidaba… -Ray se saca una cámara digital del bolsillo-. Una foto para el álbum, Annie.
Pongo los ojos en blanco mientras me saca una foto.
– ¿Puedo quitarme ya la toga y el birrete? Me siento medio tonta.
Eres medio tonta… Mi subconsciente está de lo más sarcástico. Así que vas a presentar a Ray al hombre con el que follas… Estará muy orgulloso. Mi subconsciente me observa por encima de sus gafas de media luna. A veces la odio.
El entoldado es inmenso y está lleno de gente: alumnos, padres, profesores y amigos, todos charlando alegremente. Ray me pasa una copa de champán, o de vino espumoso barato, me temo. No está frío y es dulzón. Pienso en Christian… No va a gustarle.
– ¡Ana!
Al girarme, Ethan Kavanagh me coge de improviso entre sus brazos. Me levanta y me da vueltas en el aire sin que se me derrame el vino. Toda una proeza.
– ¡Felicidades! -exclama sonriéndome, con sus ojos verdes brillantes.
Qué sorpresa. Su pelo rubio está alborotado y sexy. Es tan guapo como Kate. El parecido es asombroso.
– ¡Uau, Ethan! Qué alegría verte. Papá, este es Ethan, el hermano de Kate. Ethan, te presento a mi padre, Ray Steele.
Se dan la mano. Mi padre evalúa fríamente al señor Kavanagh.
– ¿Cuándo has llegado de Europa? -le pregunto.
– Hace una semana, pero quería darle una sorpresa a mi hermanita -me dice en tono de complicidad.
– Qué detalle -le digo sonriendo.
– Era la que iba a pronunciar el discurso de graduación. No podía perdérmelo.
Parece inmensamente orgulloso de su hermana.
– Su discurso ha sido genial.
– Es verdad -confirma Ray.
Ethan me tiene cogida por la cintura cuando levanto la mirada y me encuentro con los gélidos ojos grises de Christian Grey. Kate está a su lado.
– Hola, Ray. -Kate besa en las mejillas a mi padre, que se ruboriza-. ¿Conoces al novio de Ana? Christian Grey.
Maldita sea… ¡Kate! ¡Mierda! Me arden las mejillas.
– Señor Steele, encantado de conocerlo -dice Christian tranquilamente, con calidez, sin que le haya alterado la presentación de Kate.
Tiende la mano a Ray, que se la estrecha sin dar la menor muestra de sorprenderse por lo que acaba de enterarse.
Muchas gracias, Katherine Kavanagh, pienso echando chispas. Creo que mi subconsciente se ha desmayado.
– Señor Grey -murmura Ray.
Su expresión es indescifrable. Solo abre un poco sus grandes ojos castaños, que se giran hacia mí como preguntándome cuándo pensaba darle la noticia. Me muerdo el labio.
– Y este es mi hermano, Ethan Kavanagh -dice Kate a Christian.
Este dirige su gélida mirada a Ethan, que sigue cogiéndome por la cintura.
– Señor Kavanagh.
Se saludan. Christian me tiende la mano.
– Ana, cariño -murmura.
Casi me muero al oírlo.
Me aparto de Ethan, al que Christian dedica una sonrisa glacial, y me coloco a su lado. Kate me sonríe. La muy zorra sabe perfectamente lo que está haciendo.
– Ethan, mamá y papá quieren hablar con nosotros -dice Kate llevándose a su hermano.
– ¿Desde cuándo os conocéis, chicos? -pregunta Ray mirando impasible primero a Christian y luego a mí.
He perdido la capacidad de hablar. Quiero que me trague la tierra. Christian me roza la espalda desnuda con el pulgar y luego deja la mano apoyada en mi hombro.