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Sin agobios, ¿no? Otra cosa que me va a pagar… claro que esto es por él.

– En tu casa.

Así me aseguro de que lo veré el domingo.

– Vale. Ya te diré a qué hora.

– ¿Te vas?

No te vayas… Quédate conmigo, por favor.

– Sí.

¿Por qué?

– ¿Cómo vas a volver? -le susurro.

– Taylor viene a recogerme.

– Te puedo llevar yo. Tengo un coche nuevo precioso.

Me mira con expresión tierna.

– Eso ya me gusta más, pero me parece que has bebido demasiado.

– ¿Me has achispado a propósito?

– Sí.

– ¿Por qué?

– Porque les das demasiadas vueltas a las cosas y te veo tan reticente como a tu padrastro. Con una gota de alcohol ya estás hablando por los codos, y yo necesito que seas sincera conmigo. De lo contrario, te cierras como una ostra y no tengo ni idea de lo que piensas. In vino veritas, Anastasia.

– ¿Y crees que tú eres siempre sincero conmigo?

– Me esfuerzo por serlo. -Me mira con recelo-. Esto solo saldrá bien si somos sinceros el uno con el otro.

– Quiero que te quedes y uses esto.

Sostengo en alto el segundo condón.

Me sonríe divertido y le brillan los ojos.

– Anastasia, esta noche me he pasado mucho de la raya. Tengo que irme. Te veo el domingo. Tendré listo el contrato revisado y entonces podremos empezar a jugar de verdad.

– ¿A jugar?

Dios mío. Se me sube el corazón a la boca.

– Me gustaría tener una sesión contigo, pero no lo haré hasta que hayas firmado, para asegurarme de que estás lista.

– Ah. ¿O sea que podría alargar esto si no firmo?

Me mira pensativo, luego se dibuja una sonrisa en sus labios.

– Supongo que sí, pero igual reviento de la tensión.

– ¿Reventar? ¿Cómo?

La diosa que llevo dentro ha despertado y escucha atenta.

Asiente despacio y sonríe, provocador.

– La cosa podría ponerse muy fea.

Su sonrisa es contagiosa.

– ¿Cómo… fea?

– Ah, ya sabes, explosiones, persecuciones en coche, secuestro, cárcel…

– ¿Me vas a secuestrar?

– Desde luego -afirma sonriendo.

– ¿A retenerme en contra de mi voluntad?

Madre mía, cómo me pone esto.

– Por supuesto. -Asiente con la cabeza-. Y luego viene el IPA 24/7.

– Me he perdido -digo con el corazón retumbando en el pecho.

¿Lo dirá en serio?

– Intercambio de Poder Absoluto, las veinticuatro horas.

Le brillan los ojos y percibo su excitación incluso desde donde estoy.

Madre mía.

– Así que no tienes elección -me dice con aire burlón.

– Claro -digo sin poder evitar el sarcasmo mientras alzo la vista a las alturas.

– Ay, Anastasia Steele, ¿me acabas de poner los ojos en blanco?

Mierda.

– ¡No! -chillo.

– Me parece que sí. ¿Qué te he dicho que haría si volvías a poner los ojos en blanco?

Joder. Se sienta al borde de la cama.

– Ven aquí -me dice en voz baja.

Palidezco. Uf, va en serio. Me siento y lo miro, completamente inmóvil.

– Aún no he firmado -susurro.

– Te he dicho lo que haría. Soy un hombre de palabra. Te voy a dar unos azotes, y luego te voy a follar muy rápido y muy duro. Me parece que al final vamos a necesitar ese condón.

Me habla tan bajito, en un tono tan amenazador, que me excita muchísimo. Las entrañas casi se me retuercen de deseo puro, vivo y pujante. Me mira, esperando, con los ojos encendidos. Descruzo las piernas tímidamente. ¿Salgo corriendo? Se acabó: nuestra relación pende de un hilo, aquí, ahora. ¿Le dejo que lo haga o me niego y se terminó? Porque sé que, si me niego, se acabó. ¡Hazlo!, me suplica la diosa que llevo dentro. Mi subconsciente está tan paralizada como yo.

– Estoy esperando -dice-. No soy un hombre paciente.

Oh, Dios, por todos los santos… Jadeo, asustada, excitada. La sangre me bombea frenéticamente por todo el cuerpo, siento las piernas como flanes. Despacio, me voy acercando a él hasta situarme a su lado.

– Buena chica -masculla-. Ahora ponte de pie.

Mierda. ¿Por qué no acaba ya con esto? No sé si voy a sostenerme en pie. Titubeando, me levanto. Me tiende la mano y yo le doy el condón. De pronto me agarra y me tumba sobre su regazo. Con un solo movimiento suave, ladea el cuerpo de forma que mi tronco descansa sobre la cama, a su lado. Me pasa la pierna derecha por encima de las mías y planta el brazo izquierdo sobre mi cintura, sujetándome para que no me mueva. Joder.

– Sube las manos y colócalas a ambos lados de la cabeza -me ordena.

Obedezco inmediatamente.

– ¿Por qué hago esto, Anastasia? -pregunta.

– Porque he puesto los ojos en blanco.

Casi no puedo hablar.

– ¿Te parece que eso es de buena educación?

– No.

– ¿Vas a volver a hacerlo?

– No.

– Te daré unos azotes cada vez que lo hagas, ¿me has entendido?

Muy despacio, me baja los pantalones de chándal. Jo, qué degradante. Degradante, espeluznante y excitante. Se está pasando un montón con esto. Tengo el corazón en la boca. Me cuesta respirar. Mierda… ¿me va a doler?

Me pone la mano en el trasero desnudo, me manosea con suavidad, acariciándome en círculos con la mano abierta. De pronto su mano ya no está ahí… y entonces me da, fuerte. ¡Au! Abro los ojos de golpe en respuesta al dolor e intento levantarme, pero él me pone la mano entre los omoplatos para impedirlo. Vuelve a acariciarme donde me ha pegado; le ha cambiado la respiración: ahora es más fuerte y agitada. Me pega otra vez, y otra, rápido, seguido. Dios mío, duelo. No rechisto, con la cara contraída de dolor. Retorciéndome, trato de esquivar los golpes, espoleada por el subidón de adrenalina que me recorre el cuerpo entero.

– Estate quieta -protesta-, o tendré que azotarte más rato.

Primero me frota, luego viene el golpe. Empieza a seguir un ritmo: caricia, manoseo, azote. Tengo que concentrarme para sobrellevar el dolor. Procuro no pensar en nada y digerir la desagradable sensación. No me da dos veces seguidas en el mismo sitio: está extendiendo el dolor.

– ¡Aaaggg! -grito al quinto azote, y caigo en la cuenta de que he ido contando mentalmente los golpes.

– Solo estoy calentando.

Me vuelve a dar y me acaricia con suavidad. La combinación de dolorosos azotes y suaves caricias me nubla la mente por completo. Me pega otra vez; cada vez me cuesta más aguantar. Me duele la cara de tanto contraerla. Me acaricia y me suelta otro golpe. Vuelvo a gritar.

– No te oye nadie, nena, solo yo.

Y me azota otra vez, y otra. Muy en el fondo, deseo rogarle que pare. Pero no lo hago. No quiero darle esa satisfacción. Prosigue con su ritmo implacable. Grito seis veces más. Dieciocho azotes en total. Me arde el cuerpo entero, me arde por su despiadada agresión.

– Ya está -dice con voz ronca-. Bien hecho, Anastasia. Ahora te voy a follar.

Me acaricia con suavidad el trasero, que me arde mientras me masajea en círculos y hacia abajo. De pronto me mete dos dedos, cogiéndome completamente por sorpresa. Ahogo un grito; la nueva agresión se abre paso a través de mi entumecido cerebro.

– Siente esto. Mira cómo le gusta esto a tu cuerpo, Anastasia. Te tengo empapada.

Hay asombro en su voz. Mueve los dedos, metiendo y sacando deprisa.

Gruño y me quejo. No, seguro que no… Entonces los dedos desaparecen, y yo me quedo con las ganas.

– La próxima vez te haré contar. A ver, ¿dónde está ese condón?

Alarga la mano para cogerlo y luego me levanta despacio para ponerme boca abajo sobre la cama. Lo oigo bajarse la cremallera y rasgar el envoltorio del preservativo. Me baja los pantalones de chándal de un tirón y me levanta las rodillas, acariciándome despacio el trasero dolorido.

– Te la voy a meter. Te puedes correr -masculla.