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Quiero poder localizarte a todas horas y, como esta es la forma de comunicación con la que más te sinceras, he pensado que necesitabas una BlackBerry.

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Steele

Fecha: 27 de mayo de 2011 13:22

Para: Christian Grey

Asunto: Consumismo desenfrenado

Me parece que te hace falta llamar al doctor Flynn ahora mismo.

Tu tendencia al acoso se está descontrolando.

Estoy en el trabajo. Te mando un correo cuando llegue a casa.

Gracias por este otro cacharrito.

No me equivocaba cuando te dije que eres un consumista compulsivo.

¿Por qué haces esto?

Ana

De: Christian Grey

Fecha: 27 de mayo de 2011 13:24

Para: Anastasia Steele

Asunto: Muy sagaz para ser tan joven

Una muy buena puntualización, como de costumbre, señorita Steele.

El doctor Flynn está de vacaciones.

Y hago esto porque puedo.

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me meto el cacharrito en el bolsillo, y ya lo odio. Escribir a Christian me resulta adictivo, pero se supone que estoy trabajando. Me vibra una vez en el trasero -qué propio, me digo con ironía-, pero me armo de valor y lo ignoro.

A las cuatro, los señores Clayton reúnen a los demás empleados de la tienda y, con un discurso emotivo y embarazoso, me entregan un cheque por importe de trescientos dólares. En ese momento, se amontonan en mi interior los acontecimientos de las tres últimas semanas: exámenes, graduación, multimillonarios jodidos e intensos, desfloramiento, límites tolerables e infranqueables, cuartos de juego sin consolas, paseos en helicóptero, y el hecho de que mañana me mudo. Asombrosamente, logro mantener la compostura. Mi subconsciente está pasmada. Abrazo con fuerza a los Clayton. Han sido unos jefes amables y generosos, y los echaré de menos.

Kate está saliendo del coche cuando llego a casa.

– ¿Qué es eso? -pregunta acusadora, señalando el Audi.

No puedo resistirme.

– Un coche -espeto. Entrecierra los ojos y, por un momento, me pregunto si también ella me va a tumbar en sus rodillas-. Mi regalo de graduación -digo con fingido desenfado.

Sí, me regalan coches caros todos los días. Se queda boquiabierta.

– Ese capullo generoso y arrogante, ¿no?

Asiento con la cabeza.

– He intentado rechazarlo, pero, francamente, es inútil esforzarse.

Kate frunce los labios.

– No me extraña que estés abrumada. He visto que al final se quedó.

– Sí.

Sonrío melancólica.

– ¿Terminamos de empaquetar?

Asiento y la sigo dentro. Miro el correo de Christian.

De: Christian Grey

Fecha: 27 de mayo de 2011 13:40

Para: Anastasia Steele

Asunto: Domingo

¿Quedamos el domingo a la una?

La doctora te esperará en el Escala a la una y media.

Yo me voy a Seattle ahora.

Confío en que la mudanza vaya bien, y estoy deseando que llegue el domingo.

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Madre mía, como si hablara del tiempo. Decido contestarle cuando hayamos terminado de empaquetar. Tan pronto resulta divertidísimo como se pone en plan formal e insoportable. Cuesta seguirlo. La verdad, es como si le hubiera enviado un correo a un empleado. Para fastidiar, pongo los ojos en blanco y me voy a empaquetar con Kate.

Kate y yo estamos en la cocina cuando alguien llama a la puerta. Veo a Taylor en el porche, impoluto con su traje. Detecto vestigios de su pasado militar en el corte de pelo al cero, su físico cuidado y su mirada fría.

– Señorita Steele -dice-, he venido a por su coche.

– Ah, sí, claro. Pasa, iré a por las llaves.

Seguramente esto va mucho más allá de la llamada del deber. Vuelvo a preguntarme en qué consistirá exactamente el trabajo de Taylor. Le doy las llaves y nos acercamos en medio de un silencio incómodo -para mí- al Escarabajo azul claro. Abro la puerta y saco la linterna de la guantera. Ya está. No llevo ninguna otra cosa personal dentro de Wanda. Adiós, Wanda. Gracias. Acaricio su techo mientras cierro la puerta del copiloto.

– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para el señor Grey? -le pregunto.

– Cuatro años, señorita Steele.

De pronto siento una necesidad irrefrenable de bombardearlo a preguntas. Lo que debe saber este hombre de Christian, todos sus secretos. Claro que probablemente habrá firmado un acuerdo de confidencialidad. Lo miro nerviosa. Tiene la misma expresión taciturna de Ray, y me empieza a caer bien.

– Es un buen hombre, señorita Steele -dice, y sonríe.

Luego se despide con un gesto, sube a mi coche y se aleja en él.

El piso, el Escarabajo, los Clayton… todo ha cambiado ya. Meneo la cabeza mientras vuelvo a entrar en casa. Y el mayor cambio de todos es Christian Grey. Taylor piensa que es «un buen hombre». ¿Puedo creerle?

A las ocho, cenamos comida china con José. Hemos terminado. Ya lo hemos empaquetado todo y estamos listas para el traslado. José trae varias botellas de cerveza; Kate y yo nos sentamos en el sofá, él se sienta en el suelo, con las piernas cruzadas, entre las dos. Vemos telebasura, bebemos cerveza y, a medida que va avanzando la noche y la cerveza va haciendo efecto, bulliciosos y emotivos, vamos rescatando recuerdos. Han sido cuatro años estupendos.

Mi relación con José ha vuelto a la normalidad, olvidado ya el conato de beso. Bueno, lo he metido debajo de la alfombra en la que está tumbada la diosa que llevo dentro, comiendo uvas y tamborileando con los dedos, esperando con impaciencia el domingo. Llaman a la puerta y el corazón se me sube a la boca. ¿Será…?

Abre Kate y Elliot prácticamente la coge en volandas. La envuelve en un abrazo hollywoodiense que enseguida se convierte en un apasionado estrujón europeo. Por favor, marchaos a un hotel. José y yo nos miramos. Me espanta su falta de pudor.

– ¿Nos vamos al bar? -le pregunto a José, que asiente enérgicamente.

A los dos nos incomoda demasiado el erotismo desenfrenado que se despliega ante nosotros. Kate me mira, sonrojada y con los ojos brillantes.

– José y yo vamos a tomar algo.

Le pongo los ojos en blanco. ¡Ja! Aún puedo poner los ojos en blanco cuando me plazca.

– Vale.

Sonríe.

– Hola, Elliot. Adiós, Elliot.

Me guiña uno de sus enormes ojos azules, y José y yo salimos por la puerta, riendo como dos adolescentes.

Mientras bajamos la calle despacio en dirección al bar, me cojo del brazo de José. Dios, es una persona tan normal. No había sabido valorarlo hasta ahora.

– Vendrás de todas formas a la inauguración de mi exposición, ¿verdad?

– Desde luego, José. ¿Cuándo es?

– El 9 de junio.

– ¿En qué día cae?

De repente me entra el pánico.

– Es jueves.

– Sí, sin problema… ¿Y tú vendrás a vernos a Seattle?

– Tratad de impedírmelo.

Sonríe.

Es tarde cuando vuelvo del bar. No veo a Kate ni Elliot por ninguna parte, pero los oigo. Madre mía. Espero no ser tan escandalosa. Sé que Christian no lo es. Me ruborizo de pensarlo y huyo a mi habitación. Tras un abrazo breve y por suerte nada embarazoso, José se ha ido. No sé cuándo volveré a verlo, probablemente en la exposición de sus fotografías; aún me asombra que por fin haya conseguido exponer. Lo echaré de menos, y echaré de menos su encanto pueril. No he sido capaz de contarle lo del Escarabajo. Sé que se pondrá frenético cuando se entere, y con un tío que se me enfade tengo más que suficiente. Ya en mi cuarto, echo un ojo al cacharro infernal y, por supuesto, tengo correo de Christian.