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– Nos proponemos complacer, señorita Steele -murmura-. Ven.

Me coge del codo y me coloca debajo de la rejilla. Alarga la mano y baja unos grilletes con muñequeras de cuero negro.

– Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella.

Levanto la vista. Madre mía, es como un plano del metro.

– Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquella pared.

Señala con la fusta la gran X de madera de la pared.

– Ponte las manos por encima de la cabeza.

Lo complazco inmediatamente, con la sensación de que abandono mi cuerpo y me convierto en una observadora ocasional de los acontecimientos que se desarrollan a mi alrededor. Esto es mucho más que fascinante, mucho más que erótico. Es con mucho lo más excitante y espeluznante que he hecho nunca. Me estoy poniendo en manos de un hombre hermoso que, según él mismo me ha confesado, está jodido de cincuenta mil formas. Trato de contener el momentáneo espasmo de miedo. Kate y Elliot saben que estoy aquí.

Mientras me ata las muñequeras, se sitúa muy cerca. Tengo su pecho pegado a la cara. Su proximidad es deliciosa. Huele a gel corporal y a Christian, una mezcla embriagadora, y eso me vuelve a traer al presente. Quiero pasear la nariz y la lengua por ese suave tapizado de vello pectoral. Bastaría con que me inclinara hacia delante…

Retrocede y me mira, con ojos entornados, lascivos, carnales, y yo me siento impotente, con las manos atadas, pero al contemplar su hermoso rostro y percibir lo mucho que me desea, noto que se me humedece la entrepierna. Camina despacio a mi alrededor.

– Está fabulosa atada así, señorita Steele. Y con esa lengua viperina quieta de momento. Me gusta.

De pie delante de mí, me mete los dedos por las bragas y, sin ninguna prisa, me las baja por las piernas, quitándomelas angustiosamente despacio, hasta que termina arrodillado delante de mí. Sin quitarme los ojos de encima, estruja mis bragas en su mano, se las lleva a la nariz e inhala hondo. Dios mío, ¿en serio ha hecho eso? Me sonríe perversamente y se las mete en el bolsillo de los vaqueros.

Se levanta despacio, como un guepardo, me apunta al ombligo con el extremo de la fusta y va describiendo círculos, provocándome. Al contacto con el cuero, me estremezco y gimo. Vuelve a caminar a mi alrededor, arrastrando la fusta por mi cintura. En la segunda vuelta, de pronto la sacude y me azota por debajo del trasero… en el sexo. Grito de sorpresa y todas mis terminaciones nerviosas se ponen alerta. Tiro de las ataduras. La conmoción me recorre entera, y es una sensación de lo más dulce, extraña y placentera.

– Calla -me susurra mientras camina a mi alrededor otra vez, con la fusta algo más alta recorriendo mi cintura.

Esta vez, cuando me atiza en el mismo sitio, lo espero. Todo mi cuerpo se sacude por el azote dolorosamente dulce.

Mientras da vueltas a mi alrededor, me atiza de nuevo, esta vez en el pezón, y yo echo la cabeza hacia atrás ante el zumbido de mis terminaciones nerviosas. Me da en el otro: un castigo breve, rápido y dulce. Su ataque me endurece y alarga los pezones, y gimo ruidosamente, tirando de las muñequeras de cuero.

– ¿Te gusta esto? -me dice.

– Sí.

Me vuelve a azotar en el culo. Esta vez me duele.

– Sí, ¿qué?

– Sí, señor -gimoteo.

Se detiene, pero ya no lo veo. Tengo los ojos cerrados, intentando digerir la multitud de sensaciones que recorren mi cuerpo. Muy despacio, me rocía de pequeños picotazos con la fusta por el vientre, hacia abajo. Sé adónde se dirige y trato de mentalizarme, pero cuando me atiza en el clítoris, grito con fuerza.

– ¡Por favor! -gruño.

– Calla -me ordena, y me vuelve a dar en el trasero.

No esperaba que esto fuera así… Estoy perdida. Perdida en un mar de sensaciones. De pronto arrastra la fusta por mi sexo, entre el vello púbico, hasta la entrada de la vagina.

– Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Anastasia. Abre los ojos y la boca.

Hago lo que me dice, completamente seducida. Me mete la punta de la fusta en la boca, como en mi sueño. Madre mía.

– Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, nena.

Cierro la boca alrededor de la fusta y lo miro fijamente. Noto el fuerte sabor del cuero y el sabor salado de mis fluidos. Le centellean los ojos. Está en su elemento.

Me saca la fusta de la boca, se inclina hacia delante, me agarra y me besa con fuerza, invadiéndome la boca con su lengua. Me rodea con los brazos y me estrecha contra su cuerpo. Su pecho aprisiona el mío y yo me muero de ganas por tocar, pero con las manos atadas por encima de la cabeza, no puedo.

– Oh, Anastasia, sabes fenomenal -me dice-. ¿Hago que te corras?

– Por favor -le suplico.

La fusta me sacude el trasero. ¡Au!

– Por favor, ¿qué?

– Por favor, señor -gimoteo.

Me sonríe, triunfante.

– ¿Con esto?

Sostiene en alto la fusta para que pueda verla.

– Sí, señor.

– ¿Estás segura?

Me mira muy serio.

– Sí, por favor, señor.

– Cierra los ojos.

Cierro los ojos al cuarto, a él, a la fusta. De nuevo empieza a soltarme picotazos con la fusta en el vientre. Desciende, golpecitos suaves en el clítoris, una, dos, tres veces, una y otra vez, hasta que al final… ya, no aguanto más, y me corro, de forma espectacular, escandalosa, encorvándome debilitada. Las piernas me flaquean y él me rodea con sus brazos. Me disuelvo en ellos, apoyando la cabeza en su pecho, maullando y gimoteando mientras las réplicas del orgasmo me consumen. Me levanta, y de pronto nos movemos, mis brazos aún atados por encima de la cabeza, y entonces noto la fría madera de la cruz barnizada contra mi espalda, y él se está desabrochando los botones de los vaqueros. Me apoya un instante en la cruz mientras se pone un condón, luego me coge por los muslos y me levanta otra vez.

– Levanta las piernas, nena, enróscamelas en la cintura.

Me siento muy débil, pero hago lo que me dice mientras él me engancha las piernas a sus caderas y se sitúa debajo de mí. Con una fuerte embestida me penetra, y vuelvo a gritar y él suelta un gemido ahogado en mi oído. Mis brazos descansan en sus hombros mientras entra y sale. Dios, llega mucho más adentro de esta forma. Noto que vuelvo a acercarme al clímax. Maldita sea, no… otra vez, no… no creo que mi cuerpo soporte otro orgasmo de esa magnitud. Pero no tengo elección… y con una inevitabilidad que empieza a resultarme familiar, me dejo llevar y vuelvo a correrme, y resulta placentero, agonizante, intenso. Pierdo por completo la conciencia de mí misma. Christian me sigue y, mientras se corre, grita con los dientes apretados y se abraza a mí con fuerza.

Me la saca rápidamente y me apoya contra la cruz, su cuerpo sosteniendo el mío. Desabrocha las muñequeras, me suelta las manos y los dos nos desplomamos en el suelo. Me atrae a su regazo, meciéndome, y apoyo la cabeza en su pecho. Si tuviera fuerzas lo acariciaría, pero no las tengo. Solo ahora me doy cuenta de que aún lleva los vaqueros puestos.

– Muy bien, nena -murmura-. ¿Te ha dolido?

– No -digo.

Apenas puedo mantener los ojos abiertos. ¿Por qué estoy tan cansada?

– ¿Esperabas que te doliera? -susurra mientras me estrecha en sus brazos, apartándome de la cara unos mechones de pelo sueltos.

– Sí.

– ¿Lo ves, Anastasia? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza. -Hace una pausa-. ¿Lo harías otra vez?

Medito un instante, la fatiga nublándome el pensamiento… ¿Otra vez?

– Sí -le digo en voz baja.

Me abraza con fuerza.

– Bien. Yo también -musita, luego se inclina y me besa con ternura en la nuca-. Y aún no he terminado contigo.

Que aún no ha terminado conmigo. Madre mía. Yo no aguanto más. Me encuentro agotada y hago un esfuerzo sobrehumano por no dormirme. Descanso en su pecho con los ojos cerrados, y él me envuelve toda, con brazos y piernas, y me siento… segura, y a gusto. ¿Me dejará dormir, acaso soñar? Tuerzo la boca ante semejante idea y, volviendo la cara hacia el pecho de Christian, inhalo su aroma único y lo acaricio con la nariz, pero él se tensa de inmediato… oh, mierda. Abro los ojos y lo miro. Él me está mirando fijamente.