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– No hagas eso -me advierte.

Me sonrojo y vuelvo a mirarle el pecho con anhelo. Quiero pasarle la lengua por el vello, besarlo y, por primera vez, me doy cuenta de que tiene algunas tenues cicatrices pequeñas y redondas, esparcidas por el pecho. ¿Varicela? ¿Sarampión?, pienso distraídamente.

– Arrodíllate junto a la puerta -me ordena mientras se incorpora, apoyando las manos en mis rodillas y liberándome del todo.

Siento frío de pronto; la temperatura de su voz ha descendido varios grados.

Me levanto torpemente, me escabullo hacia la puerta y me arrodillo como me ha ordenado. Me noto floja, exhausta y tremendamente confundida. ¿Quién iba a pensar que encontraría semejante gratificación en este cuarto? ¿Quién iba a pensar que resultaría tan agotador? Siento todo mi cuerpo saciado, deliciosamente pesado. La diosa que llevo dentro tiene puesto un cartel de NO MOLESTAR en la puerta de su cuarto.

Christian se mueve por la periferia de mi campo de visión. Se me empiezan a cerrar los ojos.

– La aburro, ¿verdad, señorita Steele?

Me despierto de golpe y tengo a Christian delante, de brazos cruzados, mirándome furioso. Mierda, me ha pillado echando una cabezadita; esto no va a terminar bien. Su mirada se suaviza cuando lo miro.

– Levántate -me ordena.

Me pongo en pie con cautela. Me mira y esboza una sonrisa.

– Estás destrozada, ¿verdad?

Asiento tímidamente, ruborizándome.

– Aguante, señorita Steele. -Frunce los ojos-. Yo aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.

Lo miro extrañada. ¡Rezando! Rezando para que tengas compasión de mí. Hago lo que me pide. Coge una brida para cables y me sujeta las muñecas con ella, apretando el plástico. Madre mía. Lo miro de pronto.

– ¿Te resulta familiar? -pregunta sin poder ocultar la sonrisa.

Dios… las bridas de plástico para cables. ¡Aprovisionándose en Clayton’s! Ahogo un gemido y la adrenalina me recorre de nuevo el cuerpo entero; ha conseguido llamar mi atención, ya estoy despierta.

– Tengo unas tijeras aquí. -Las sostiene en alto para que yo las vea-. Te las puedo cortar en un segundo.

Intento separar las muñecas, poniendo a prueba la atadura y, al hacerlo, se me clava el plástico en la piel. Resulta doloroso, pero si me relajo mis muñecas están bien; la atadura no me corta la piel.

– Ven.

Me coge de las manos y me lleva a la cama de cuatro postes. Me doy cuenta ahora de que tiene puestas sábanas de un rojo oscuro y un grillete en cada esquina.

– Quiero más… muchísimo más -me susurra al oído.

Y el corazón se me vuelve a acelerar. Madre mía.

– Pero seré rápido. Estás cansada. Agárrate al poste -dice.

Frunzo el ceño. ¿No va a ser en la cama entonces? Al agarrarme al poste de madera labrado, descubro que puedo separar las manos.

– Más abajo -me ordena-. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?

– Sí, señor.

– Bien.

Se sitúa detrás de mí y me agarra por las caderas, y entonces, rápidamente, me levanta hacia atrás, de modo que me encuentro inclinada hacia delante, agarrada al poste.

– No te sueltes, Anastasia -me advierte-. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio. ¿Entendido?

– Sí.

Me azota en el culo con la mano abierta. Au… Duele.

– Sí, señor -musito enseguida.

– Separa las piernas. -Me mete una pierna entre las mías y, agarrándome de las caderas, empuja mi pierna derecha a un lado-. Eso está mejor. Después de esto, te dejaré dormir.

¿Dormir? Estoy jadeando. No pienso en dormir ahora. Levanta la mano y me acaricia suavemente la espalda.

– Tienes una piel preciosa, Anastasia -susurra e, inclinándose, me riega de suaves y ligerísimos besos la columna.

Al mismo tiempo, pasa las manos por delante, me palpa los pechos, me agarra los pezones entre los dedos y me los pellizca suavemente.

Contengo un gemido y noto que mi cuerpo entero reacciona, revive una vez más para él.

Me mordisquea y me chupa la cintura, sin dejar de pellizcarme los pezones, y mis manos aprietan con fuerza el poste exquisitamente tallado. Aparta las manos y lo oigo rasgar una vez más el envoltorio del condón y quitarse los vaqueros de una patada.

– Tienes un culo muy sexy y cautivador, Anastasia Steele. La de cosas que me gustaría hacerle. -Acaricia y moldea cada una de mis nalgas, luego sus manos se deslizan hacia abajo y me mete dos dedos-. Qué húmeda… Nunca me decepciona, señorita Steele -susurra, y percibo fascinación en su voz-. Agárrate fuerte… esto va a ser rápido, nena.

Me sujeta las caderas y se sitúa, y yo me preparo para la embestida, pero entonces alarga la mano y me agarra la trenza casi por el extremo y se la enrosca en la muñeca hasta llegar a mi nuca, sosteniéndome la cabeza. Muy despacio, me penetra, tirándome a la vez del pelo… Ay, hasta el fondo. La saca muy despacio, y con la otra mano me agarra por la cadera, sujetando fuerte, y luego entra de golpe, empujándome hacia delante.

– ¡Aguanta, Anastasia! -me grita con los dientes apretados.

Me agarro más fuerte al poste y me pego a su cuerpo todo lo que puedo mientras continúa su despiadada arremetida, una y otra vez, clavándome los dedos en la cadera. Me duelen los brazos, me tiemblan las piernas, me escuece el cuero cabelludo de los tirones… y noto que nace de nuevo esa sensación en lo más hondo de mi ser. Oh, no… y por primera vez, temo el orgasmo… si me corro… me voy a desplomar. Christian sigue embistiendo contra mí, dentro de mí, con la respiración entrecortada, gimiendo, gruñendo. Mi cuerpo responde… ¿cómo? Noto que se acelera. Pero, de pronto, tras metérmela hasta el fondo, Christian se detiene.

– Vamos, Ana, dámelo -gruñe y, al oírlo decir mi nombre, pierdo el control y me vuelvo toda cuerpo y torbellino de sensaciones y dulce, muy dulce liberación, y después pierdo total y absolutamente la conciencia.

Cuando recupero el sentido, estoy tumbada encima de él. Él está en el suelo y yo encima de él, con la espalda pegada a su pecho, y miro al techo, en un estado de glorioso poscoito, espléndida, destrozada. Ah, los mosquetones, pienso distraída; me había olvidado de ellos.

– Levanta las manos -me dice en voz baja.

Me pesan los brazos como si fueran de plomo, pero los levanto. Abre las tijeras y pasa una hoja por debajo del plástico.

– Declaro inaugurada esta Ana -dice, y corta el plástico.

Río como una boba y me froto las muñecas al fin libres. Noto que sonríe.

– Qué sonido tan hermoso -dice melancólico.

Se incorpora levantándome con él, de forma que una vez más me encuentro sentada en su regazo.

– Eso es culpa mía -dice, y me empuja suavemente para poder masajearme los hombros y los brazos.

Con delicadeza, me ayuda a recuperar un poco la movilidad.

¿El qué?

Me vuelvo a mirarlo, intentando entender a qué se refiere.

– Que no rías más a menudo.

– No soy muy risueña -susurro adormecida.

– Oh, pero cuando ocurre, señorita Steele, es una maravilla y un deleite contemplarlo.

– Muy florido, señor Grey -murmuro, procurando mantener los ojos abiertos.

Su mirada se hace más tierna, y sonríe.

– Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.

– Eso no es nada florido -protesto en broma.

Sonríe y, con cuidado, me levanta de encima de él y se pone de pie, espléndidamente desnudo. Por un instante, deseo estar más despierta para apreciarlo de verdad. Coge los vaqueros y se los pone a pelo.