– Ana, un día de estos me dirás que sí -me dice sonriendo.
Y vuelvo a la tienda.
– Pero yo hago paisajes, Ana, no retratos -refunfuña José.
– José, por favor -le suplico.
Con el móvil en la mano, recorro el salón de casa contemplando la luz del atardecer al otro lado de la ventana.
– Dame el teléfono.
Kate me lo quita retirándose bruscamente el pelo rubio rojizo del hombro.
– Escúchame, José Rodríguez, si quieres que nuestra revista cubra la inauguración de tu exposición, nos harás la sesión mañana, ¿entendido?
Kate puede ser increíblemente dura.
– Bien. Ana volverá a llamarte para decirte dónde y a qué hora. Nos vemos mañana.
Y cuelga el móvil.
– Solucionado. Ahora lo único que nos queda es decidir dónde y cuándo. Llámalo.
Me tiende el teléfono. Siento un nudo en el estómago.
– ¡Llama a Grey ahora mismo!
La miro ceñuda y saco la tarjeta de Grey del bolsillo trasero de mis pantalones. Respiro larga y profundamente, y marco el número con dedos temblorosos.
Contesta al segundo tono con voz tranquila y fría.
– Grey.
– ¿Se… Señor Grey? Soy Anastasia Steele.
No reconozco mi propia voz. Estoy muy nerviosa. Grey se queda un segundo en silencio. Estoy temblando.
– Señorita Steele. Un placer tener noticias suyas.
Le ha cambiado la voz. Creo que se ha sorprendido, y suena muy… cálido. Incluso seductor. Se me corta la respiración y me ruborizo. De pronto me doy cuenta de que Katherine Kavanagh está observándome boquiabierta, así que salgo disparada hacia la cocina para evitar su inoportuna mirada escrutadora.
– Bueno… Nos gustaría hacer la sesión fotográfica para el artículo.
Respira, Ana, respira. Mis pulmones absorben una rápida bocanada de aire.
– Mañana, si no tiene problema. ¿Dónde le iría bien?
Casi puedo oír su sonrisa de esfinge al otro lado del teléfono.
– Me alojo en el hotel Heathman de Portland. ¿Le parece bien a las nueve y media de la mañana?
– Muy bien, nos vemos allí.
Estoy pletórica y sin aliento. Parezco una cría, no una mujer adulta que puede votar y beber alcohol en el estado de Washington.
– Lo estoy deseando, señorita Steele.
Veo el destello malévolo en sus ojos grises. ¿Cómo consigue que tan solo cinco palabras encierren una promesa tan tentadora? Cuelgo. Kate está en la cocina, observándome con una mirada de total y absoluta consternación.
– Anastasia Rose Steele. ¡Te gusta! Nunca te había visto ni te había oído tan… tan… alterada por nadie. Te has puesto roja.
– Kate, ya sabes que me pongo roja por nada. Lo hago por deporte. No seas ridícula -le contesto enfadada.
Kate parpadea sorprendida. Es muy raro que yo me enrabie, y si lo hago, se me pasa enseguida.
– Me intimida… Eso es todo.
– En el Heathman, nada menos -murmura Kate-. Voy a llamar al gerente para negociar con él un lugar para la sesión.
– Yo voy a hacer la cena. Luego tengo que estudiar.
Abro un armario para empezar a preparar la cena, sin poder disimular que estoy mosqueada con ella.
Esa noche estoy intranquila, no paro de moverme y de dar vueltas en la cama. Sueño con ojos grises, monos de trabajo, piernas largas, dedos largos y lugares muy oscuros e inexplorados. Me despierto dos veces con el corazón latiéndome a toda velocidad. Si no pego ojo, mañana voy a tener una pinta estupenda, me regaño a mí misma. Doy un golpe sobre la almohada e intento calmarme.
El Heathman está en el centro de Portland. Terminaron el impresionante edificio de piedra marrón justo a tiempo para el crack de finales de los años veinte. José, Travis y yo vamos en mi Escarabajo, y Kate en su CLK, porque en mi coche no cabemos todos. Travis es amigo y ayudante de José, y ha venido a echarle una mano con la iluminación. Kate ha conseguido que nos dejen utilizar una habitación del Heathman a cambio de mencionar el hotel en el artículo. Cuando explica en la recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Christian Grey, nos suben de inmediato a una suite. Pero a una normal, porque al parecer el señor Grey está alojado en la suite más grande del edificio. Un responsable de marketing demasiado entusiasta nos muestra la suite. Es jovencísimo y por alguna razón está muy nervioso. Sospecho que la belleza de Kate y su aire autoritario lo desarman, porque hace con él lo que quiere. Las habitaciones son elegantes, sobrias y con muebles de calidad.
Son las nueve. Tenemos media hora para prepararlo todo. Kate va de un lado a otro.
– José, creo que lo colocaremos delante de esta pared. ¿Estás de acuerdo? -No espera a que le responda-. Travis, retira las sillas. Ana, ¿puedes pedir que nos traigan unos refrescos? Y dile a Grey que estamos aquí.
Sí, ama. Es tan dominanta… Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me pide.
Media hora después Christian Grey entra en nuestra suite.
¡Madre mía! Lleva una camisa blanca con el cuello abierto y unos pantalones grises de franela que le caen de forma muy seductora sobre las caderas. Todavía lleva el pelo mojado. Al mirarlo se me seca la boca… Está alucinantemente bueno. Entra en la suite acompañado de un hombre de treinta y pico años, con el pelo rapado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en silencio en una esquina. Sus ojos castaños nos miran impasibles.
– Señorita Steele, volvemos a vernos.
Grey me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente. ¡Dios mío!… Está realmente… Cuando le toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende y hace que me ruborice. Estoy convencida de que todo el mundo puede oír mi respiración irregular.
– Señor Grey, le presento a Katherine Kavanagh -susurro señalando a Kate, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.
– La tenaz señorita Kavanagh. ¿Qué tal está? -Sonríe ligeramente y parece realmente divertido-. Espero que se encuentre mejor. Anastasia me dijo que la semana pasada estuvo enferma.
– Estoy bien, gracias, señor Grey.
Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear. Me recuerdo a mí misma que Kate ha ido a las mejores escuelas privadas de Washington. Su familia tiene dinero, así que ha crecido segura de sí misma y de su lugar en el mundo. No se anda con tonterías. A mí me impresiona.
– Gracias por haber encontrado un momento para la sesión -le dice con una sonrisa educada y profesional.
– Es un placer -le contesta Grey lanzándome una mirada.
Vuelvo a ruborizarme. Maldita sea.
– Este es José Rodríguez, nuestro fotógrafo -le digo.
Y sonrío a José, que me devuelve una sonrisa cariñosa y luego mira a Grey con frialdad.
– Señor Grey -lo saluda con un movimiento de cabeza.
– Señor Rodríguez.
La expresión de Grey también cambia mientras observa a José.
– ¿Dónde quiere que me coloque? -le pregunta Grey en tono ligeramente amenazador.
Pero Katherine no está dispuesta a dejar que José lleve la voz cantante.
– Señor Grey, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.
Le indica una silla colocada contra una pared.
Travis enciende las luces, que por un momento ciegan a Grey, y susurra una disculpa. Luego él y yo nos quedamos atrás y observamos a José mientras toma las fotografías. Hace varias con la cámara en la mano, pidiéndole a Grey que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que vuelva a bajarlo. Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Grey sentado, posando pacientemente y con naturalidad, durante unos veinte minutos. Mi deseo se ha hecho realidad: admiro a Grey desde una distancia no tan larga. En dos ocasiones nuestros ojos se encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.
– Ya tenemos bastantes sentado -interrumpe Katherine-. ¿Puede ponerse de pie, señor Grey?