– Cariño, tengo que ir al lavabo.
La breve ausencia de mi madre me proporciona otra ocasión para echar un vistazo a la BlackBerry. Llevo todo el día mirando a escondidas el correo. Por fin… ¡Christian me ha contestado!
De: Christian Grey
Fecha: 1 de junio de 2011 21:40 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Compañeros de cena
Sí, he cenado con la señora Robinson. No es más que una vieja amiga, Anastasia.
Estoy deseando volver a verte. Te echo de menos.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
En efecto, estaba cenando con ella. Confirmados mis peores temores, noto que la adrenalina y la rabia se apoderan de mi cuerpo y se me eriza el vello. ¿Será posible? Estoy fuera dos días y ya se larga con esa zorra malvada.
De: Anastasia Steele
Fecha: 1 de junio de 2011 21:42 EST
Para: Christian Grey
Asunto: VIEJOS compañeros de cena
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otro adolescente al que hincarle el diente?
¿Te has hecho demasiado mayor para ella?
¿Por eso terminó vuestra relación?
Pulso la tecla de envío justo cuando vuelve mi madre.
– Ana, qué pálida estás. ¿Qué ha pasado?
Niego con la cabeza.
– Nada. Vamos a tomarnos otra copa -mascullo malhumorada.
Frunce el ceño, pero alza la vista, llama a uno de los camareros y le señala nuestras copas. Él asiente con la cabeza. Entiende la seña universal de «otra ronda de lo mismo, por favor». Mientras ella hace esto, vuelvo a mirar rápidamente la BlackBerry.
De: Christian Grey
Fecha: 1 de junio de 2011 21:45 EST
Para: Anastasia Steele
Asunto: Cuidado…
No me apetece hablar de esto por e-mail.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío, está aquí.
23
Miro nerviosa por todo el bar, pero no lo veo.
– Ana, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.
– Es Christian; está aquí.
– ¿Qué? ¿En serio?
Mira también por todo el bar.
No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Christian.
Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue. Christian se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo. En sus luminosos ojos grises veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furiosa con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?
Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.
– Hola -chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.
– Hola -responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.
– Christian, esta es mi madre, Carla.
Mis arraigados modales toman el mando.
Se gira para saludar a mi madre.
– Encantado de conocerla, señora Adams.
¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Christian Grey, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.
– Christian -consigue decir por fin, sin aliento.
Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos grises centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.
– ¿Qué haces aquí?
La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.
– He venido a verte, claro. -Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?-. Me alojo en este hotel.
– ¿Te alojas aquí?
Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.
– Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. -Hace una pausa para evaluar mi reacción-. Nos proponemos complacer, señorita Steele -dice en voz baja sin rastro alguno de humor.
Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.
– ¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Christian?
Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.
– Tomaré un gin-tonic -dice Christian-. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
Madre mía… Solo Christian podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.
– Y otros dos Cosmos, por favor -añado, mirando nerviosa a Christian.
He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.
– Acércate una silla, Christian.
– Gracias, señora Adams.
Christian coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.
– ¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? -digo, esforzándome por sonar desenfadada.
– O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo -me contesta él-. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.
– Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche -murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.
– ¿Ese top es nuevo? -Señala mi blusón de seda verde recién estrenado-. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.
Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.
– Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…
Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no lo veía. Madre mía… cómo lo deseo. Se me entrecorta la respiración. Lo miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.
– Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Anastasia, cuando te he visto aquí.
Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Christian… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya sé que hasta ahora no había tenido novio y que a Christian solo lo llamo así por llamarlo de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a un hombre? ¿A este hombre? Pues sí, francamente… tú míralo bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñuda a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.