Выбрать главу

– No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente -declara muy serio.

– Christian, me alegro mucho de conocerte -interviene mi madre, recuperando al fin el habla-. Ana me ha hablado muy bien de ti.

Él le sonríe.

– ¿En serio?

Christian arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.

Llega el camarero con nuestras copas.

– Hendricks, señor -declara con una floritura triunfante.

– Gracias -murmura Christian en reconocimiento.

Sorbo nerviosa mi nuevo Cosmo.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Christian? -pregunta mamá.

– Hasta el viernes, señora Adams.

– ¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame Carla.

– Me encantaría, Carla.

– Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.

Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperada cuando se levanta y se marcha, dejándonos solos.

– Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.

Christian vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.

Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?

– Sí -mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.

– Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Anastasia -me susurra-. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?

Lo miro extrañada.

– Para mí es una pederasta, Christian.

Contengo el aliento a la espera de su reacción.

Christian palidece.

– Eso es muy crítico por tu parte. No fue así -susurra conmocionado, soltándome la mano.

¿Crítico?

– Ah, ¿cómo fue entonces? -pregunto.

Los Cosmos me envalentonan.

Me mira ceñudo, desconcertado. Prosigo:

– Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Mia, por ejemplo?

Da un respingo y me mira ceñudo.

– Ana, no fue así.

Le lanzo una mirada feroz.

– Vale, yo no lo sentí así -prosigue en voz baja-. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.

– No lo entiendo.

Ahora me toca a mí mostrarme desconcertada.

– Anastasia, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.

Se ha enfadado conmigo… no.

– No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a José. José es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…

Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.

– ¿Estás celosa?

Me mira atónito, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.

– Sí, y furiosa por lo que te hizo.

– Anastasia, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Anastasia. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.

¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.

Me mira y analiza mi expresión.

– Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.

– ¿Por qué terminó vuestra relación?

Frunce la boca y le brillan los ojos.

– Su marido se enteró.

¡Madre mía!

– ¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? -gruñe.

– Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.

– Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! -espeta.

– ¿La querías?

– ¿Cómo vais?

Mi madre reaparece sin que ninguno de los dos nos hayamos percatado.

Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Christian y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.

– Bien, mamá.

Christian sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.

– Bueno, señoras, os dejo disfrutar de vuestra velada.

No, no, no me puede dejar así, con la duda.

– Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Anastasia. Hasta mañana, Carla.

– Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.

– Un nombre precioso para una chica preciosa -murmura Christian, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.

Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y lo miro, implorándole que responda a mi pregunta, y él me da un casto beso en la mejilla.

– Hasta luego, nena -me susurra al oído.

Y se va.

Maldito capullo controlador. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.

– Vaya, me has dejado anonadada, Ana. Menudo partidazo. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.

Se abanica exageradamente.

– ¡MAMÁ!

– Ve a hablar con él.

– No puedo. He venido aquí a verte a ti.

– Ana, has venido aquí porque estás hecha un lío con ese chico. Es evidente que estáis locos el uno por el otro. Tienes que hablar con él. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.

Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.

– ¿Qué? -me suelta.

– Tiene su propio avión -mascullo, avergonzada-, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.

¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.

– Uau -exclama-. Ana, os pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con él. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con él no vas a conseguir nada.

La miro ceñuda.

– Ana, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?

Me miro los dedos.

– Creo que estoy enamorada de él -murmuro.

– Lo sé, cariño. Y él de ti.

– ¡No!

– Sí, Ana. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?

La miro aturdida y se me llenan los ojos de lágrimas.

– No llores, cielo.

– Yo no creo que me quiera.

– Independientemente de lo rico que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con él! Este sitio es muy bonito, muy romántico. Además, es territorio neutral.

Me revuelvo incómoda bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.

– Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612. Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcita. Pero toma precauciones.

Me pongo roja como un tomate. Por Dios, mamá.

– Vamos a terminarnos los Cosmos primero.

– Esa es mi chica.

Y sonríe.