– Sí -gimoteo.
– Oh, nena, eso sería demasiado fácil.
– Oh… por favor.
– Chis.
Me araña la piel con los dientes mientras se acerca con los labios a mi boca y yo suelto un grito ahogado. Me besa. Su hábil lengua me invade la boca saboreando, explorando, dominando, pero mi lengua responde a su desafío retorciéndose contra la suya. Sabe a ginebra fría y a Christian Grey, que huele a mar. Me coge la barbilla para sujetarme la cabeza.
– Quieta, nena. Quiero que estés quieta -me susurra contra la boca.
– Quiero verte.
– Oh, no, Ana. Sentirás más así. -Y de una forma agónicamente lenta flexiona la cadera y entra parcialmente en mi interior. En otras circunstancias inclinaría la pelvis para ir a su encuentro, pero no puedo moverme. Él sale de mí.
– ¡Oh! ¡Christian, por favor!
– ¿Otra vez? -me tienta con la voz ronca.
– ¡Christian!
Empuja un poco para volver a entrar y se retira a la vez que me besa y sus dedos me tiran del pezón. Es una sobrecarga de placer.
– ¡No!
– ¿Me deseas, Anastasia?
– Sí -gimo.
– Dímelo -murmura con la respiración trabajosa mientras vuelve a provocarme: dentro… y fuera.
– Te deseo -lloriqueo-. Por favor.
Oigo un suspiro suave junto a mi oreja.
– Y me vas a tener, Anastasia.
Se yergue sobre las rodillas y entra bruscamente en mí. Grito echando atrás la cabeza y tirando de las esposas cuando me toca ese punto tan dulce. Soy todo sensación en todas partes; una dulce agonía, pero sigo sin poder moverme. Se queda quieto y después hace un círculo con la cadera. Su movimiento se expande por todo mi interior.
– ¿Por qué me desafías, Ana?
– Christian, para…
Vuelve a hacer ese círculo en mi interior, ignorando mi súplica, y luego sale muy despacio para volver a entrar con brusquedad.
– Dime por qué. -Habla con dificultad y me doy cuenta vagamente de que es porque tiene los dientes apretados.
Solo me sale un quejido incoherente… Esto es demasiado.
– Dímelo.
– Christian…
– Ana, necesito saberlo.
Vuelve a dar una embestida brusca, hundiéndose profundamente. La sensación es tan intensa… Me envuelve, forma espirales en mi interior, en el vientre, en cada una de las extremidades y en los sitios donde se me clavan las esposas.
– ¡No lo sé! -chillo-. ¡Porque puedo! ¡Porque te quiero! Por favor, Christian.
Gruñe con fuerza y se hunde profundamente, una y otra vez, y otra y otra, y yo me pierdo intentando absorber el placer. Es para perder la cabeza… y el cuerpo… Quiero estirar las piernas para controlar el inminente orgasmo pero no puedo. Estoy indefensa. Soy suya, solo suya para que haga conmigo lo que él quiera… Se me llenan los ojos de lágrimas. Es demasiado intenso. No puedo pararle. No quiero pararle… Quiero… Quiero… Oh, no, oh, no… es demasiado…
– Eso es -dice Christian-. ¡Siéntelo, nena!
Estallo a su alrededor, una y otra vez, sin parar, chillando a todo pulmón cuando el orgasmo me parte por la mitad y me quema como un incendio que lo consume todo. Estoy retorcida de una forma extraña, me caen lágrimas por la cara y siento que mi cuerpo late y se estremece.
Noto que Christian se arrodilla, todavía dentro de mí, y me incorpora sobre su regazo. Me agarra la cabeza con una mano y la espalda con la otra y se corre con violencia en mi interior. Mi cuerpo todavía sigue temblando por las últimas convulsiones. Es demoledor, agotador, es el infierno… y el cielo a la vez. Es el hedonismo elevado a la enésima potencia.
Christian me arranca el antifaz y me besa. Me da besos en los ojos, en la nariz, en las mejillas. Me enjuga las lágrimas con besos y me coge la cara entre las manos.
– Te quiero, señora Grey -dice jadeando-. Aunque me pongas hecho una furia, me siento tan vivo contigo… -No tengo energía suficiente para abrir los ojos o la boca para responder. Con mucho cuidado me tumba en la cama y sale de mí.
Intento protestar pero no puedo. Se baja de la cama y me suelta las esposas. Cuando me libera, me masajea las muñecas y los tobillos y después se tumba a mi lado otra vez, arropándome entre sus brazos. Estiro las piernas. Oh, Dios mío. Qué gusto. Qué bien me siento. Ese ha sido, sin duda, el orgasmo más intenso que he experimentado en mi vida. Mmm… Así es un polvo de castigo de Christian Grey… Cincuenta Sombras.
Tengo que portarme mal más a menudo.
Una necesidad imperiosa de mi vejiga me despierta. Al abrir los ojos me siento desorientada. Fuera está oscuro. ¿Dónde estoy? ¿En Londres? ¿En París? No… en el barco. Noto el cabeceo y oigo el ronroneo suave de los motores. Nos estamos moviendo. ¡Qué raro! Christian está a mi lado, trabajando en su portátil, vestido informal con una camisa blanca de lino y unos pantalones chinos y descalzo. Todavía tiene el pelo húmedo y huelo el jabón de la ducha reciente en su cuerpo y el olor a Christian… Mmm.
– Hola -susurra mirándome con ojos tiernos.
– Hola -le sonrió sintiéndome tímida de repente-. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
– Una hora más o menos.
– ¿Nos movemos?
– He pensado que como ayer salimos a cenar y fuimos al ballet y al casino, esta noche podíamos cenar a bordo. Una noche tranquila à deux.
Le sonrío.
– ¿Y adónde vamos?
– A Cannes.
– Vale. -Me estiro porque me siento entumecida. Por mucho que me haya entrenado con Claude, nada podía haberme preparado para lo de esta tarde.
Me levanto porque necesito ir al baño. Cojo mi bata de seda y me la pongo apresuradamente. ¿Por qué me siento tan tímida? Siento sus ojos sobre mí. Le miro, pero él vuelve a su ordenador con el ceño fruncido.
Mientras me lavo las manos distraídamente en el lavabo recordando la velada en el casino, se me abre la bata. Me quedo mirándome en el espejo, alucinada.
Dios Santo, pero ¿qué me ha hecho?
3
Me miro horrorizada las marcas rojas que tengo por toda la piel alrededor de los pechos. ¡Chupetones! ¡Estoy llena de chupetones! Estoy casada con uno de los hombres de negocios más respetados de Estados Unidos y me ha llenado el cuerpo de chupetones… ¿Cómo no me he dado cuenta de que me estaba dejando todas esas marcas? Me sonrojo. Sé perfectamente cómo: en esos momentos el señor Orgásmico estaba desplegando sus increíbles habilidades sexuales conmigo.
Mi subconsciente me mira por encima de los cristales de las gafas de media luna y chasquea la lengua con desaprobación, mientras la diosa que llevo dentro duerme apaciblemente en su chaise-longue, fuera de combate. Observo mi reflejo con la boca abierta. Tengo hematomas rojos alrededor de las muñecas por las esposas. Ya me avisó de que dejaban marcas. Examino mis tobillos; más hematomas. Joder, parece que haya sufrido un accidente.
Sigo mirándome, intentando reconocerme. Mi cuerpo está tan diferente últimamente… Ha cambiado de forma sutil desde que le conozco. Ahora estoy más delgada y en mejor forma y tengo el pelo brillante y bien cortado. Me he hecho la manicura, la pedicura y llevo las cejas perfectamente depiladas. Por primera vez en mi vida voy bien arreglada (excepto por esas horribles marcas de mordiscos).
Pero no quiero pensar en tratamientos de belleza ahora mismo. Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme así, como si fuera un adolescente? En el poco tiempo que llevamos juntos nunca me había hecho chupetones. Estoy horrible. No sé por qué me ha hecho esto. Maldito obseso del control. ¡Pues no pienso tolerarlo! Mi subconsciente cruza los brazos por debajo de su pecho pequeño. Esta vez se ha pasado. Salgo pisando fuerte del baño y entro en el vestidor, evitando a propósito mirar en su dirección. Me quito la bata y me pongo un pantalón de chándal y una camisola. Me suelto la trenza, cojo un cepillo del pelo del tocador y me peino para quitarme los nudos.