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La llave de repuesto del cuarto de juegos está en su lugar habitual, en el armario de la cocina. La cojo y subo la escalera. Del armario de la ropa blanca saco una almohada, una colcha y una sábana. Después abro la puerta del cuarto de juegos, entro y enciendo las luces tenues. Me resulta raro que el olor y la atmósfera de la habitación me parezcan tan reconfortantes, teniendo en cuenta que tuve que decir la palabra de seguridad la última vez que estuvimos aquí. Cierro la puerta con llave al entrar y dejo la llave en la cerradura. Sé que mañana por la mañana Christian se va a volver loco buscándome, y no creo que me busque aquí si ve la puerta cerrada. Le estará bien empleado.

Me acurruco en el sofá Chesterfield, me envuelvo en la colcha y saco la BlackBerry del bolso. Miro los mensajes y encuentro el de la infame bruja que me he reenviado desde el teléfono de Christian. Pulso «Responder» y escribo:

*¿QUIERES QUE LA SEÑORA LINCOLN SE UNA A NOSOTROS CUANDO HABLEMOS DE ESTE MENSAJE QUE TE HA MANDADO? ASÍ NO TENDRÁS QUE SALIR CORRIENDO A BUSCARLA DESPUÉS. TU MUJER.*

Y pulso «Enviar». Después pongo el teléfono en modo «silencio». Me acomodo bajo la colcha. A pesar de mi bravuconada, estoy abrumada por la enormidad de la decepción de Christian. Debería ser un momento feliz. Por Dios, vamos a ser padres. Revivo el instante en que le dije a Christian que estoy embarazada, pero me imagino que cae de rodillas delante de mí, feliz, me atrae hacia sus brazos y me dice cuánto nos quiere a mí y a nuestro pequeño Bip.

Pero aquí estoy, sola y con frío en un cuarto de juegos sacado de una fantasía de BDSM. De repente me siento mayor, mucho mayor de lo que soy en realidad. Ya sabía que Christian siempre iba a ser complicado, pero esta vez se ha superado a sí mismo. ¿En qué estaba pensando? Bien, si quiere pelea, yo se la voy a dar. De ningún modo voya a dejar que se acostumbre a salir corriendo para ver a esa mujer monstruosa cada vez que tengamos un problema. Tendrá que elegir: ella o yo y nuestro pequeño Bip. Sorbo un poco por la nariz, pero como estoy tan cansada, pronto me quedo dormida.

Me despierto sobresaltada y momentáneamente desorientada. Oh, sí; estoy en el cuarto de juegos. Como no hay ventanas, no tengo ni idea de la hora que es. El picaporte de la puerta se agita y repiquetea.

– ¡Ana! -grita Christian desde el otro lado de la puerta. Me quedo helada, pero él no entra. Oigo voces amortiguadas, pero se alejan. Dejo escapar el aire y miro la hora en la BlackBerry. Son las ocho menos diez y tengo cuatro llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Las llamadas perdidas son la mayoría de Christian, pero también hay una de Kate. Oh, no… Seguro que debe de haberla llamado. No tengo tiempo para escuchar los mensajes. No quiero llegar tarde al trabajo.

Me envuelvo en la colcha y recojo el bolso antes de dirigirme hacia la puerta. La abro lentamente y echo un vistazo afuera. No hay señales de nadie. Oh, mierda… Tal vez esto sea un poco melodramático. Pongo los ojos en blanco para mis adentros, inspiro hondo y bajo la escalera.

Taylor, Sawyer, Ryan, la señora Jones y Christian se hallan en la entrada del salón y Christian está dando instrucciones a la velocidad del rayo. Todos se giran a la vez para mirarme con la boca abierta. Christian sigue llevando la ropa con la que se quedó dormido anoche. Está despeinado, pálido y tan guapo que casi se me para el corazón. Sus grandes ojos grises están muy abiertos y no sé si tiene miedo o está furioso. Es difícil saberlo.

– Sawyer, estaré lista para marcharme dentro de veinte minutos -murmuro envolviéndome un poco más en la colcha para protegerme.

Él asiente y todos los ojos se vuelven hacia Christian, que sigue mirándome con intensidad.

– ¿Quiere desayunar algo, señora Grey? -me pregunta la señora Jones.

Niego con la cabeza.

– No tengo hambre, gracias. -Ella frunce los labios pero no dice nada.

– ¿Dónde estabas? -me pregunta Christian en voz baja y ronca.

De repente Sawyer, Taylor, Ryan y la señora Jones se escabullen y desaparecen en el despacho de Taylor, en el vestíbulo y en la cocina respectivamente como ratas aterrorizadas que huyen de un barco que se hunde.

Ignoro a Christian y me dirijo a nuestro dormitorio.

– Ana -dice desde detrás de mí-, respóndeme. -Oigo sus pasos siguiéndome mientras voy camino del dormitorio y después hasta el baño. Cierro la puerta con el pestillo en cuanto entro.

– ¡Ana! -Christian aporrea la puerta. Yo abro el grifo de la ducha. La puerta tiembla-. Ana, abre la maldita puerta.

– ¡Vete!

– No me voy a ir a ninguna parte.

– Como quieras.

– Ana, por favor.

Entro en la ducha y eso bloquea eficazmente su voz. Oh, qué calentita. El agua curativa cae sobre mi cuerpo y me limpia el cansancio de la noche de la piel. Oh, Dios mío. Qué bien me sienta esto. Durante un momento, un breve momento, puedo fingir que todo está bien. Me lavo el pelo y para cuando termino me siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren de mercancías que es Christian Grey. Me envuelvo el pelo en una toalla, me seco rápidamente con otra y me envuelvo en ella.

Quito el pestillo y abro la puerta. Christian está apoyado contra la pared de enfrente, con las manos detrás de la espalda. Su expresión es cautelosa; la de un depredador cazado. Paso a su lado y entro en el vestidor.

– ¿Me estás ignorando? -me pregunta Christian incrédulo, de pie en el umbral del vestidor.

– Qué perspicaz -murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme. Ah, sí: mi vestido color ciruela. Lo descuelgo de la percha, cojo las botas altas negras con los tacones de aguja y me doy la vuelta para volver al dormitorio. Me quedo parada, esperando a que Christian se aparte de mi camino. Por fin, lo hace; sus buenos modales intrínsecos pueden con todo lo demás. Siento que sus ojos me atraviesan mientras voy hacia la cómoda y le miro por el espejo. Sigue de pie en el umbral del vestidor, observándome. En una actuación digna de un Oscar, dejo caer la toalla al suelo y finjo que no me doy cuenta de que estoy desnuda. Oigo su respingo ahogado y lo ignoro.

– ¿Por qué haces esto? -me pregunta. Su voz sigue siendo baja.

– ¿Tú por qué crees? -Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco unas bonitas bragas negras de La Perla.

– Ana… -Se detiene mientras me pongo las bragas.

– Vete y pregúntale a tu señora Robinson. Seguro que ella tendrá una explicación para ti -murmuro mientras busco el sujetador a juego.

– Ana, ya te lo he dicho, ella no es mi…

– No quiero oírlo, Christian -le digo agitando una mano, indiferente-. El momento de hablar era ayer, pero en vez de hablar conmigo decidiste gritarme y después ir a emborracharte con la mujer que abusó de ti durante años. Llámala. Seguro que ella estará más dispuesta a escucharte que yo. -Encuentro el sujetador a juego, me lo pongo lentamente y lo abrocho. Entra en el dormitorio y pone las manos en jarras.

– Y tú ¿por qué me espías? -me dice.

A pesar de mi resolución, no puedo evitar sonrojarme.

– No estamos hablando de eso, Christian -le respondo-. El hecho es que, cada vez que las cosas se ponen difíciles, tú te vas corriendo a buscarla.

Su boca forma una línea sombría.

– No fue así.

– No me interesa. -Saco un par de medias hasta el muslo con el extremo de encaje y camino hacia la cama. Me siento, estiro el pie y lentamente voy subiendo la delicada tela por la pierna hasta el muslo.