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– Vaya, ¡es que no soy tan perfecta como tú!

Oh, para, para, para. Los dos nos quedamos de pie mirándonos.

– Menudo espectáculo está montando, señora Grey -susurra.

– Bueno, me alegro de que incluso embarazada te resulte entretenida.

Me mira sin comprender.

– Necesito una ducha -murmura.

– Y yo ya te he entretenido bastante con mi espectáculo…

– Un espectáculo muy bueno… -susurra. Da un paso hacia mí y yo doy otro paso atrás.

– No.

– Odio que no me dejes tocarte.

– Irónico, ¿eh?

Él entorna los ojos una vez más.

– No hemos resuelto nada, ¿no?

– Yo diría que no. Solo que me voy a ir de este dormitorio.

Sus ojos sueltan una llamarada y se abren como platos un momento.

– Ella no significa nada para mí.

– Excepto cuando la necesitas.

– No la necesito a ella. Te necesito a ti.

– Ayer no. Esa mujer es un límite infranqueable para mí, Christian.

– Está fuera de mi vida.

– Ojalá pudiera creerte.

– Joder, Ana.

– Por favor, deja que me vista.

Suspira y vuelve a pasarse una mano por el pelo.

– Te veo esta noche -dice con la voz sombría y desprovista de sentimiento.

Y durante un breve momento quiero cogerle en mis brazos y consolarle, pero me resisto porque estoy muy furiosa. Se gira y se encamina al baño. Yo me quedo de pie petrificada hasta que oigo cerrarse la puerta.

Voy tambaleándome hasta la cama y me dejo caer. No he recurrido a las lágrimas, los gritos o el asesinato, ni tampoco he sucumbido a sus tentaciones sexuales. Me merezco la Medalla de Honor del Congreso, pero me siento muy triste. Mierda. No hemos resuelto nada. Estamos al borde del precipicio. ¿Está en riesgo nuestro matrimonio? ¿Por qué no entiende que ha sido un gilipollas completo e integral por haber salido corriendo a ver a esa mujer? ¿Y qué quiere decir con que no la va a ver de nuevo? ¿Y cómo demonios se supone que debo creerle? Miro el despertador: las ocho y media. ¡Mierda! No quiero llegar tarde. Inspiro hondo.

– El segundo asalto ha quedado en tablas, pequeño Bip -susurro dándome una palmadita en el vientre-. Puede que papá sea una causa perdida, pero espero que no. ¿Por qué, Dios mío, por qué has llegado tan pronto, pequeño Bip? Las cosas estaban empezando a mejorar. -Me tiembla el labio, pero inspiro hondo para sacar fuera todo lo malo y mantener bajo control mis revueltas emociones.

– Vamos. Vámonos corriendo al trabajo.

No le digo adiós a Christian. Todavía está en la ducha cuando Sawyer y yo nos vamos. Miro por la ventanilla oscura del todoterreno y empiezo a perder la compostura; se me llenan los ojos de lágrimas. El cielo gris y amenazante refleja mi estado de ánimo y una extraña sensación de mal presagio se apodera de mí. No hemos hablado del bebé. He tenido menos de veinticuatro horas para asimilar la noticia de la llegada de pequeño Bip. Christian ha tenido todavía menos tiempo.

– Ni siquiera sabe tu nombre -digo acariciándome el vientre y enjugándome las lágrimas de la cara.

– Señora Grey -dice Sawyer interrumpiendo mis pensamientos-, hemos llegado.

– Oh, gracias, Sawyer.

– Voy a acercarme a por algo de comer, señora. ¿Quiere algo?

– No, gracias. No tengo hambre.

Hannah tiene mi caffè latte esperándome. Lo huelo y el estómago se me revuelve.

– Mmm… ¿Te importa traerme un té, por favor? -murmuro avergonzada. Sabía que había una razón por la que nunca me gustó el café. Dios, huele fatal.

– ¿Estás bien, Ana?

Asiento y me escabullo hacia la seguridad de mi despacho. Mi BlackBerry vibra. Es Kate.

– ¿Por qué estaba Christian buscándote? -me pregunta sin preámbulos.

– Buenos días, Kate. ¿Cómo estás?

– Déjate de rodeos, Steele. ¿Qué pasa? -La santa inquisidora Katherine Kavanagh empieza su trabajo.

– Christian y yo hemos tenido una pelea, eso es todo.

– ¿Te ha hecho daño?

Pongo los ojos en blanco.

– Sí, pero no como tú piensas. -No puedo tratar con Kate en este momento. Sé que acabaré llorando, y ahora mismo estoy demasiado orgullosa de mí misma para derrumbarme esta mañana-. Kate, tengo una reunión. Te llamo luego.

– Vale, pero ¿estás bien?

– Sí. -No-. Te llamo luego, ¿de acuerdo?

– Perfecto, Ana, hazlo a tu manera. Estoy aquí para ti.

– Lo sé -susurro y me esfuerzo por reprimir la emoción repentina que siento al oír sus amables palabras. No voy a llorar. No voy a llorar.

– ¿Ray está bien?

– Sí -susurro.

– Oh, Ana -murmura ella.

– No.

– Vale. Hablamos después.

– Sí.

Durante la mañana compruebo de vez en cuando mi correo, esperando recibir noticias de Christian. Pero no hay nada. Según va avanzando el día me doy cuenta de que no tiene intención de ponerse en contacto conmigo porque todavía está furioso. Perfecto, porque yo también estoy furiosa. Me lanzo de cabeza al trabajo, parando solo a la hora del almuerzo para comerme un bagel con queso cremoso y salmón. Es increíble lo que mejora mi humor después de haber comido algo.

A las cinco Sawyer y yo nos vamos al hospital a ver a Ray. Sawyer está especialmente vigilante y más amable de lo normal. Es irritante. Cuando nos aproximamos a la habitación de Ray, se acerca a mí.

– ¿Quiere un té mientras visita a su padre? -me pregunta.

– No, gracias, Sawyer. Estoy bien.

– Esperaré fuera. -Me abre la puerta y agradezco poder apartarme de él unos minutos. Ray está sentado en la cama leyendo una revista. Está afeitado y lleva la parte superior de un pijama… Vuelve a parecerse a sí mismo antes del accidente.

– Hola, Annie. -Me sonríe, pero de repente su cara se hunde.

– Oh, papi… -Corro a su lado y, en un gesto muy poco propio de él, abre los brazos para abrazarme.

– ¿Annie? -susurra-. ¿Qué te pasa? -Me abraza fuerte y me da un beso en el pelo. Mientras estoy entre sus brazos me doy cuenta de lo escasos que han sido estos momentos entre nosotros. ¿Por qué? ¿Por eso me gusta tanto encaramarme al regazo de Christian? Un momento después me aparto y me siento en la silla que hay junto a la cama. Ray arruga la frente, preocupado.

– Cuéntale a tu padre lo que te pasa.

Niego con la cabeza. Él no necesita que le cuente mis problemas ahora mismo.

– No es nada, papá. Te veo bien. -Le cojo la mano.

– Me siento mejor, más yo mismo, pero este yeso me está bichicheando.

– ¿Bichicheando? -La palabra que ha utilizado me hace sonreír.

Él me devuelve la sonrisa.

– «Bichicheando» suena mejor que «picando».

– Oh, papá, cómo me alegro de que estés bien.

– Yo también, Annie. Me gustaría algún día hacer saltar a un nieto sobre esta rodilla que me está pichicheando. No querría perderme eso por nada del mundo.

Le miro y parpadeo. Mierda. ¿Lo sabe? Lucho por evitar las lágrimas que se me están arremolinando en los ojos.

– ¿Christian y tú estáis bien?

– Hemos tenido una pelea -le susurro esforzándome por hablar a pesar del nudo de la garganta-. Pero ya lo arreglaremos.

Asiente.

– Es un buen hombre, tu marido -dice Ray para intentar consolarme.

– Tiene sus momentos. ¿Qué dicen los médicos?

No quiero hablar de mi marido ahora mismo; es un tema de conversación doloroso.

Cuando vuelvo al Escala, Christian no está en casa.

– Christian ha llamado y ha dicho que se quedará a trabajar hasta tarde -me informa la señora Jones con expresión de disculpa.

– Oh, gracias por decírmelo.

¿Y por qué no me lo ha dicho él? Vaya, está llevando su enfurruñamiento a un nivel totalmente nuevo. Recuerdo brevemente la pelea por nuestros votos matrimoniales y la rabieta que tuvo. Pero ahora yo soy la agraviada.