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– ¿Le parece que estoy bien? -exclamo.

– Lo siento, señora. ¿Quiere un poco de agua?

Asiento, resentida. Acabo de dejar a mi marido. Bueno, Christian cree que le he dejado. Mi subconsciente frunce los labios: «Será porque tú le has dicho eso».

– Pediré a mi colega que le traiga un vaso mientras yo preparo el dinero. Si no le importa firmar aquí, señora… Y haga un cheque para cobrarlo y firme aquí también.

Me pasa un formulario sobre la mesa. Firmo sobre la línea de puntos del cheque y después en el formulario. Anastasia Grey. Caen lágrimas sobre el escritorio y por poco no aterrizan sobre los papeles.

– Muy bien, señora. Nos llevará una media hora preparar el dinero.

Miro nerviosamente el reloj. Jack ha dicho dos horas; con esa media hora ya se habrán cumplido. Asiento en dirección a Whelan y él sale del despacho, dejándome con mi sufrimiento.

Un rato después (minutos, horas… no sé), la señorita Sonrisa Falsa vuelve a entrar con una jarra de agua y un vaso.

– Señora Grey -dice en voz baja mientras pone el vaso sobre la mesa y lo llena.

– Gracias.

Cojo el vaso y bebo agradecida. Ella sale y me deja con mis pensamientos asustados y hechos un lío. Ya arreglaré las cosas con Christian… si no es ya demasiado tarde. Al menos he logrado mantenerle al margen de todo esto. Ahora mismo tengo que concentrarme en Mia. ¿Y si Jack está mintiendo? ¿Y si no la tiene? Debería llamar a la policía.

«Y no se lo digas a nadie o me la follaré antes de matarla.» No puedo. Me apoyo en el respaldo de la silla y siento la presencia tranquilizadora de la pistola de Leila en la cintura, clavándose en mi espalda. ¿Quién habría dicho que alguna vez me iba a alegrar de que Leila me apuntara con una pistola? Oh, Ray, cómo me alegro de que me enseñaras a disparar.

¡Ray! Doy un respingo. Estará esperando que vaya a visitarle esta noche. Tal vez solo tenga que darle el dinero a Jack; él puede salir huyendo mientras yo me llevo a Mia a casa. ¡Oh, por favor, esto es tan absurdo!

Mi BlackBerry cobra vida y el sonido de «Your Love Is King» llena la habitación. ¡Oh, no! ¿Qué quiere Christian? ¿Hundir más el cuchillo en mi herida?

«¿Por qué siempre es el dinero?»

Oh, Christian… ¿Cómo has podido pensar eso? La ira hace que me hierva la sangre. Sí, ira. Me ayuda sentirla. Dejo que salte el contestador. Ya trataré con mi marido después.

Llaman a la puerta.

– Señora Grey -Es Whelan-. El dinero está listo.

– Gracias. -Me levanto y la habitación gira de repente. Tengo que agarrarme a la silla.

– Señora Grey, ¿está bien?

Asiento y le dedico una mirada que dice «apártese, señor». Inspiro hondo de nuevo para calmarme. Tengo que hacer esto. Tengo que hacer esto. Tengo que salvar a Mia. Tiro del dobladillo de mi sudadera para asegurarme de mantener oculta la culata de la pistola que llevo en la parte de atrás de los vaqueros.

El señor Whelan frunce el ceño pero me sostiene la puerta. Yo consigo que mis extremidades temblorosas me obedezcan y empiecen a andar.

Sawyer está esperando en la entrada, examinando la zona pública. ¡Mierda! Nuestras miradas se encuentran y él frunce el ceño, evaluando mi reacción. Oh, está furioso. Levanto el dedo índice en un gesto que dice «ahora estoy contigo». Él asiente y responde una llamada de su móvil. ¡Mierda! Seguro que es Christian. Me giro bruscamente, a punto de chocar con Whelan que está justo detrás de mí, y vuelvo a entrar en el despacho.

– ¿Señora Grey? -Whelan suena confuso, pero me sigue dentro de nuevo.

Sawyer podría estropear todo el plan. Miro a Whelan.

– Ahí fuera hay alguien a quien no quiero ver. Alguien que me está siguiendo.

Whelan abre unos ojos como platos.

– ¿Quiere que llame a la policía?

– No. -Por Dios, no. ¿Qué voy a hacer? Miro el reloj. Son casi las tres y cuarto. Jack llamará en cualquier momento. ¡Piensa, Ana, piensa! Whelan me mira, cada vez más desesperado y perplejo. Debe de creer que estoy loca. Es que estás loca, me dice mi subconsciente.

– Tengo que hacer una llamada. ¿Podría dejarme sola, por favor?

– Claro -responde Whelan. Creo que agradece poder salir del despacho. Cuando cierra la puerta, llamo al móvil de Mia con dedos temblorosos.

– Qué bien, me llaman para pagarme lo que me merezco… -responde Jack, burlón.

No tengo tiempo para escuchar sus chorradas.

– Tengo un problema.

– Lo sé. Tu guardia de seguridad te ha seguido hasta el banco.

¿Qué? ¿Cómo demonios lo sabe?

– Tienes que despistarle. Hay un coche esperando en la parte de atrás del banco. Un todoterreno negro, un Dodge. Te doy tres minutos para llegar hasta él.

¡El Dodge!

– Puede que necesite más de tres minutos. -Vuelvo a sentir el corazón en la garganta.

– Eres una zorra cazafortunas muy lista, Grey. Ya se te ocurrirá algo. Y tira el teléfono antes de entrar en el coche. ¿Entendido, puta?

– Sí.

– ¡Dilo! -me grita.

– Entendido.

Cuelga.

¡Mierda! Abro la puerta y me encuentro a Whelan esperando pacientemente fuera.

– Señor Whelan, creo que voy a necesitar ayuda para llevar las bolsas al coche. He aparcado fuera, en la parte de atrás del banco. ¿Tiene una salida por detrás?

Frunce el ceño.

– Sí. Para el personal.

– ¿Podemos salir por ahí? Por la puerta principal no voy a poder evitar llamar demasiado la atención.

– Como quiera, señora Grey. Tengo a dos personas con sus bolsas y dos guardias de seguridad para supervisarlo todo. Si es tan amable de seguirme…

– Tengo que pedirle otro favor.

– Lo que necesite, señora Grey.

Dos minutos más tarde mi séquito y yo salimos a la calle y nos dirigimos al Dodge. Las ventanillas tienen los cristales tintados y no puedo distinguir quién conduce. Pero cuando nos acercamos, la puerta del conductor se abre y una mujer vestida de negro con una gorra también negra muy calada sale ágilmente del vehículo. ¡Es Elizabeth, de mi oficina! Pero ¿qué demonios…? Rodea el todoterreno y abre el maletero. Los dos miembros del personal del banco que llevan el dinero meten las pesadas bolsas en la parte de atrás.

– Señora Grey. -Elizabeth tiene la desvergüenza de sonreírme como si estuviéramos confraternizando amistosamente.

– Elizabeth. -Mi saludo es gélido-. Me alegro de verte fuera de la oficina.

El señor Whelan carraspea.

– Bueno, ha sido una tarde muy interesante, señora Grey -dice.

Me veo obligada a realizar los gestos sociales propios de la situación: le estrecho la mano y le doy las gracias mientras mi mente funciona a mil por hora. ¿Elizabeth? ¿Por qué está ella involucrada con Jack? Whelan y su séquito vuelven al banco y me dejan sola con la jefa de personal de SIP, que es cómplice de secuestro, extorsión y seguramente algún otro delito. ¿Por qué?

Elizabeth abre la puerta del acompañante de la parte de atrás y me indica que entre.

– Su teléfono, señora Grey -me pide mientras me mira con cautela. Se lo doy y ella lo tira a un cubo de basura cercano-. Eso hará que los perros pierdan el rastro -dice con aire de suficiencia.

¿Quién es realmente esta mujer? Elizabeth cierra la puerta y sube al asiento del conductor. Miro nerviosamente hacia atrás mientras ella se incorpora al tráfico y se dirige al este. A Sawyer no se le ve por ninguna parte.

– Elizabeth, ya tienes el dinero. Llama a Jack. Dile que suelte a Mia.

– Creo que quiere darle las gracias en persona.

¡Mierda! La miro a través del espejo retrovisor con una expresión glacial.

Ella palidece y aparece un ceño ansioso que le afea su bonita cara.