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– Valiente, terca, obstinada y estúpida. -Se le quiebra la voz.

– Vamos -murmura Carrick-, no seas tan duro con ella. Ni contigo, hijo… Será mejor que vuelva con tu madre. Son más de las tres de la madrugada, Christian. Deberías intentar dormir un poco.

La niebla vuelve a cerrarse.

La niebla se levanta de nuevo, pero no tengo ni la más mínima noción del tiempo.

– Si tú no le das unos azotes, se los daré yo. Pero ¿en qué demonios estaba pensando?

– Tal vez se los dé yo, Ray.

¡Papá! Está aquí. Lucho contra la niebla… lucho… Pero vuelvo a caer en la inconsciencia. No…

– Detective, como puede ver, mi mujer no está en condiciones de responder preguntas.

Christian está enfadado.

– Es una mujer muy terca, señor Grey.

– Ojalá hubiera matado a ese cabrón.

– Eso habría significado mucho papeleo para mí, señor Grey… La señorita Morgan está cantando como un verdadero canario. Hyde es un hijo de puta realmente retorcido. Tiene una verdadera animadversión contra su padre y contra usted…

La niebla vuelve a rodearme y me arrastra hacia las profundidades, cada vez más hondo… ¡No!

– ¿Qué quieres decir con que no os hablabais? -Es Grace. Suena enfadada. Intento mover la cabeza, pero mi cuerpo me responde con un silencio clamoroso y apático-. ¿Qué le has hecho?

– Mamá…

– ¡Christian! ¿Qué le has hecho?

– Estaba muy enfadado. -Casi es un sollozo… No.

– Vamos…

El mundo se emborrona y se desvanece y yo me hundo.

Oigo voces bajas y confusas.

– Me dijiste que habías cortado todos los lazos con ella. -Es Grace la que habla. Su voz es baja y reprobatoria.

– Lo sé. -Christian suena resignado-. Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos… estuvo mal.

– Lo que ella hizo, cariño… Los hijos tienen ese efecto: hacen que veas el mundo con una luz diferente.

– Ella por fin captó el mensaje… Y yo también… Le había hecho daño a Ana -susurra.

– Siempre le hacemos daño a la gente que queremos, cariño. Tendrás que decirle que lo sientes. Decirlo de verdad y darle tiempo.

– Me dijo que me iba a dejar.

No. No. ¡No!

– ¿Y la creíste?

– Al principio, sí.

– Cariño, siempre te crees lo peor de todo el mundo, especialmente de ti mismo. Siempre lo has hecho. Ana te quiere mucho, y es obvio que tú la quieres a ella.

– Estaba furiosa conmigo.

– Seguro. Yo también estoy furiosa contigo ahora mismo. Creo que solo se puede estar realmente furioso con alguien cuando le quieres mucho.

– Estuve dándole vueltas, y me di cuenta de que ella me ha demostrado una y otra vez cuánto me quiere… hasta el punto de poner su propia vida en peligro.

– Sí, así es, cariño.

– Oh, mamá, ¿por qué no se despierta? -Se le quiebra la voz-. He estado a punto de perderla.

¡Christian! Oigo sollozos ahogados. No…

Oh… La oscuridad vuelve a cerrarse sobre mí. No…

– Han hecho falta veinticuatro años para que me dejes abrazarte así…

– Lo sé, mamá. Me alegro de que hayamos hablado.

– Yo también, cariño. Siempre estaré aquí. No me puedo creer que vaya a ser abuela.

¡Abuela!

La dulce inconsciencia me llama…

Mmm. Su principio de barba me araña suavemente el dorso de la mano y noto que me aprieta los dedos.

– Oh, nena, por favor, vuelve conmigo. Lo siento. Lo siento todo. Despierta. Te echo de menos. Te quiero…

Lo intento. Lo intento. Quiero verle, pero mi cuerpo no me obedece y vuelvo a dormirme.

Siento la urgente necesidad de hacer pis. Abro los ojos. Estoy en el ambiente limpio y estéril de la habitación de un hospital. Está oscuro excepto por una luz de emergencia. Todo está en silencio. Me duelen la cabeza y el pecho, pero sobre todo noto la vejiga a punto de estallar. Necesito hacer pis. Pruebo a mover las extremidades. Me escuece el brazo derecho y veo que tengo una vía puesta en la parte interior del codo. Cierro los ojos. Giro la cabeza, contenta de que responda a mis órdenes, y vuelvo a abrir los ojos de nuevo. Christian está dormido sentado a mi lado y reclinado sobre la cama, con la cabeza apoyada en los brazos cruzados. Estiro el brazo, agradecida una vez más de que el cuerpo me responda, y le acaricio el pelo suave con los dedos.

Se despierta sobresaltado y levanta la cabeza tan repentinamente que mi mano cae débilmente de nuevo sobre la cama.

– Hola -digo en un graznido.

– Oh, Ana… -Su voz suena ahogada pero aliviada. Me coge la mano, me la aprieta con fuerza y se la acerca a la mejilla cubierta de barba.

– Necesito ir al baño -susurro.

Me mira con la boca abierta y frunce el ceño un momento.

– Vale.

Intento sentarme.

– Ana, no te muevas. Voy a llamar a una enfermera. -Se pone de pie apresuradamente, alarmado, y se acerca a un botón de llamada que hay junto a la cama.

– Por favor -susurro. ¿Por qué me duele todo?-. Necesito levantarme. -Vaya, qué débil estoy.

– ¿Por qué no haces lo que te digo por una vez? -exclama irritado.

– Necesito hacer pis urgentemente -le digo. Tengo la boca y la garganta muy secas.

Una enfermera entra corriendo en la habitación. Debe de tener unos cincuenta años, a pesar de que su pelo es negro como la tinta. Lleva unos pendientes de perlas demasiado grandes.

– Bienvenida de vuelta, señora Grey. Le diré a la doctora Bartley que está despierta. -Se acerca a la cama-. Me llamo Nora. ¿Sabe dónde está?

– Sí. En el hospital. Necesito hacer pis.

– Tiene puesto un catéter.

¿Qué? Oh, qué vergüenza. Miro nerviosamente a Christian y después a la enfermera.

– Por favor, quiero levantarme.

– Señora Grey…

– Por favor.

– Ana… -me dice Christian. Intento sentarme otra vez.

– Déjeme quitarle el catéter. Señor Grey, estoy segura de que la señora Grey agradecería un poco de privacidad. -Mira directamente a Christian, esperando que se vaya.

– No voy a ir a ninguna parte. -Él le devuelve la mirada.

– Christian, por favor -le susurro estirando el brazo y cogiéndole la mano. Él me la aprieta brevemente y me mira, exasperado-. Por favor -le suplico.

– ¡Vale! -exclama y se pasa la mano por el pelo-. Tiene dos minutos -le dice entre dientes a la enfermera, y se inclina para darme un beso en la frente antes de volverse y salir de la habitación.

Christian vuelve a entrar como una tromba en la habitación dos minutos después, cuando la enfermera Nora me está ayudando a levantarme de la cama. Llevo puesta una fina bata de hospital. No recuerdo cuándo me desnudaron.

– Deje que la lleve yo -dice y se acerca a nosotras.

– Señor Grey, yo puedo -le regaña la enfermera Nora.

Él le dedica una mirada hostil.

– Maldita sea, es mi mujer. Yo la llevaré -dice con los dientes apretados mientras aparta el soporte del gotero de su camino.

– ¡Señor Grey! -protesta la enfermera.

Pero él la ignora, se agacha para cogerme en brazos y me levanta de la cama con suavidad. Yo le rodeo el cuello con los brazos y mi cuerpo se queja. Vaya, me duele todo. Me lleva hasta el baño y la enfermera Nora nos sigue empujando el soporte del gotero.

– Señora Grey, pesa usted muy poco -murmura con desaprobación mientras me baja y me deposita sobre mis pies. Me tambaleo. Tengo las piernas como gelatina. Christian enciende la luz y quedo cegada momentáneamente por una lámpara fluorescente que zumba y parpadea para cobrar vida.

– Siéntate, no vaya a ser que te caigas -me dice todavía agarrándome.

Con cuidado, me siento en el váter.